No recuerdo si fue en el año 2012 o 2011 cuando en El
Bolivarcito, tomando pisco sour – catedral, obviamente –, pensé y comenté que
cuando tuviese un hijo o una hija me gustaría escribir nuestro día a día, los sucesos memorables o cualquier hecho particular hasta que él o ella cumpliese
18 años, momento en el que recién le mostraría los textos acumulados.
Pasó el tiempo y ya en 2013, esperando la llegada de Sofía, decidí crear un blog al que solo tenía (y tengo) acceso yo, y el 21 de abril de
ese año, exactamente tres meses antes del nacimiento de mi hija, escribí esto
(que, por cierto, fue lo único que escribí, pues desde que nació y tuve que
volver a tener una vida y un horario “normal”, no he tenido tiempo para leer,
mucho menos para escribir, aunque estoy intentando ponerme al día, resumiendo
en un post que guardaré en el blog secreto, los casi ochos meses que ya tiene
Sofi).
Querida Sofía,
La idea de escribir esto empezó mucho antes que tu mamá
estuviese embarazada, antes si quiera de estar casados, cuando todo era
proyectos, risas e imaginación. Ahora, ya juntos y esperándote, siguen los
proyectos, sigue la alegría y seguimos imaginando cómo será el resto de nuestra
vida. Pero ya no somos dos, ahora somos tres, porque tú ya estás en camino.
Aún recuerdo la primera cita con tu mamá. Fuimos a la Feria
del Libro. Ella se mostró seria, reservada e incluso algo soberbia. Y yo,
tímido, nervioso, callado, no sabía qué hacer o decir. Recorrimos la feria,
ella adelante y yo siguiéndola, y nos conocimos un poco más. A la hora de
irnos, yo quería invitarla a comer o tomar algo, pero simplemente no podía, no
me atrevía, no sabía qué decir. Así que solo dije chau. Por suerte, tu mamá me
dio otra oportunidad, y fuimos al cine y luego caminamos por un largo rato, y yo, que había apuntado temas de conversación en un papelito, pude hablar un
poco más. Después vinieron cada vez más y más salidas, por el Centro de Lima,
por Miraflores y por Barranco, a restaurantes, bares, calles y exposiciones. Y
así fuimos congeniando y nos hicimos enamorados. Y creo que la palabra, aunque
para algunos es cursi, es exacta: enamorados. Nos enamoramos rápidamente y de
la misma manera supimos que habíamos encontrado a alguien ideal. Así fue, desde
el inicio supimos que esto sería para siempre y poco tiempo después, ya
pensábamos en cómo sería nuestra vida en el futuro. Y desde entonces apareciste
en nuestra mente. No te miento, hablábamos ya de hijos y de sus nombres e
incluso yo soñaba con tener gemelas: Sofía y Lucía, aunque eso, en aquel momento, era solo parte de mi imaginación.
Pero pasó el tiempo y cuatro años después tu mamá y yo nos
casamos. Entonces todo parecía más cercano, posible y real. Empezamos a vivir
juntos y tu nombre seguía siempre presente en nuestra vida. (No sé si cuando
leas esto ya te lo habremos contado, pero siempre te imaginábamos como una
niña sumamente inteligente y a la vez rebelde y engreída). Hasta que una mañana
de domingo tu mamá me mostró la prueba de embarazo y todo empezó a ser verdad.
Mi reacción inicial fue de alegría y a la vez de
incredulidad. Iba a ser padre. Eso es algo que no se asimila de un momento a
otro, porque es algo que no se ve en ese instante, pero sí se siente, y estaba
feliz. Al día siguiente tu mamá fue a hacerse una prueba de sangre y lo
confirmamos, ya estabas en camino.
Claro que en aquel momento eras una lentejita, menos que
eso, solo tenías semanas en la barriga de tu mamá, pero ya éramos tres y ya te
adorábamos y te esperábamos, aunque sin saber que serías niña.
Inicialmente, le diste algunos problemas a tu mamá, que tuvo
malestares y no podía moverse de la cama. Y yo, sin saber qué pasaba dentro de
ella durante las semanas iniciales, sin saber cómo estabas realmente, sin saber
si me contaba todo o no, para no preocuparme, vivía tenso, nervioso,
preocupado, pensando en ti todo el tiempo. Fueron semanas duras. Sin embargo,
noté algo: que antes de saber si eras niño o niña, que antes que estuvieras
totalmente formada, que antes que nacieras y te tuviéramos, tu mamá y yo, en
nuestros brazos, ya eras la persona más importante para nosotros, la que más
queríamos y la que más deseábamos que estuviese bien. Nada nos importaban más
que tu bienestar. Ya te queríamos tanto desde entonces.
Felizmente, tu mamá mejoró rápidamente y poco a poco todo
estuvo dentro de lo normal. Tanto así, que viajamos a Cuba mientras tú estabas
en la barriga de mamá. Y después fuimos a Trujillo. (Te lo menciono brevemente:
nos encanta viajar. Vamos a viajar mucho contigo, para que descubras, aprendas
y te diviertas. Viajar, como leer, es siempre aprender algo nuevo, tenlo
presente). Por cierto, mi papá, tu abuelo, es de Trujillo. Ya después te
contaré más sobre la familia.
Como te decía, todo fue mejorando y ya te habíamos visto en
ecografías, aunque como una cosita pequeña y redonda primero, y habíamos
escuchado tus latidos, fuertes y presurosos. Pero aún no sabíamos si serías
Sofía.
Algunas personas empezaron a decirnos que serías niño, y lo
decían tanto, que yo había aceptado la idea. Entonces pensé en un nombre de
niño: Facundo (nombre que a algunos no les gusta, pero a mí sí). Mi mentalidad
cambio por algunos meses, haciéndole caso a todos, que decían que iba a tener
un hijo, hasta que las opiniones empezaron a cambiar. Ahora decían que serías
niña. Entonces, después de la ilusión inicial con Sofía, pasando a la de
Facundo y luego volviendo a pensar en una niña, opté por esperar,
tratar de controlar mi impaciencia e imaginación, y no pensar en qué serías. Y
así pasó el tiempo.
Una tarde, en la clínica, cuando ya estabas más grandecita
dentro de la barriga de mamá, te vimos en una ecografía 4D. Te movías,
inquieta, y no te dejabas ver bien. Te llevabas el dedo pulgar a la boca,
jugabas con el cordón umbilical, girabas y te volteabas, y no podíamos saber
qué eras. Hasta que la doctora lo dijo: eras una niña.
Mi mente se nubló en ese momento y me sentí como flotando.
Verte en la pantalla, saber que serías Sofía, fue todo un golpe. Positivo.
Desde ese día, hasta este domingo en que escribo esto, tu mamá y yo no hemos
hecho más que pensar en ti, ya definitivamente como Sofía. Hemos visto cunas,
coches, sillas, ropa, juguetes, libros, etc. De todo. Te hemos comprado una
ropa color fucsia, que es pequeñita y encantadora, para niñas de cero a tres
meses. También unos cuentos, impresos y en cd, para que los escuchemos juntos.
He creado en mi iPod una carpeta que se llama Sofía, con música que creo que te
va a gustar. Prometo intentar (ojo, digo intentar) escribirte algunos cuentos.
Hemos decidido que tu cuarto sea rosado y blanco y ya estamos viendo muchas
otras cosas más.
Por cierto, vi una cuna en forma de carruaje, como de
princesa, pero tu mamá dice que es muy exagerado. Le haré caso. De todos modos
quería que quede presente esa opción.
Eso es todo por ahora en esta primera y extensa parte. Mamá
y yo te esperamos y te adoramos, hijita. Y no me canso de repetirlo: ya quiero
tenerte presente, para poder cargarte y besarte, para jugar y reírnos, para
viajar y pasear, para leer y ver dibujos, escuchar música y cantar, para comer
rico, para consentirte mucho, para aprender junto a ti, para enseñarte lo poco
que puedo saber, para prepararte para que sepas muchísimo más, para intentar
con todas mis fuerzas que seas lo que tanto ansío que seas: simple y llanamente
feliz.
Y yo, que ya me siento feliz solo al pensar en ti, no puedo
imaginar si quiera lo que experimentaré al mirarte, al abrazarte o al oírte
decirme Papá.
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