jueves, 9 de julio de 2009

A modo de despedida

“Hace tiempo que no escribo ni leo nada. Por alguna razón, el interés ha disminuido, mas no desaparecido. Pero por ahora, simplemente, no lo hago”.

Escribí eso hace un par de meses, cuando por alguna razón u otra no podía escribir nada.

Pero poco a poco, todo fue volviendo a la normalidad, e incluso, ahora, ha mejorado.

Escribí un par de posts, he planeado y haré un súper viaje, creé dos blogs (sobre mi viaje y sobre opinión), he vuelto a leer (y releer), y, lo más importante, he empezado, por fin, algo que tenía en mente hace años, y que me tiene contento, paranoico y expectante.

Estoy empezando a escribir la parte inicial, de algo que he estado escribiendo en mi mente hace más de cinco años. Por fin, desde hace unas semanas, todo ha empezado a fluir. Las imágenes, diálogos, frases, todo lo que siempre rondaba en mis ideas, están empezando a ordenarse y ya tengo una estructura inicial.

En los últimos días, he escrito durante horas el “esqueleto” de lo que escribiré después. Las ideas han ido surgiendo una tras otra, mientras escribía o mientras estaba en el bus, comiendo o haciendo cualquier cosa. Por eso digo que ando algo paranoico. Sólo pienso en esa historia.

Debido a eso, creo que dejaré de escribir en este blog, quizás por un buen tiempo, quizás para siempre.

Dejo este blog porque no quiero distraerme ni perder tiempo en escribir nada que no sea esa historia que necesita salir de una vez por todas.

El blog del viaje durará lo que dure el viaje, esa fue la idea desde el principio. En cuanto al otro, no sé. (Ya veremos qué pasa).

Este espacio me ha traído muchas cosas, anecdóticas, divertidas y memorables. Hay cosas que son dignas de contar (algún día) y que serán difíciles de creer. Ha sido también una forma de desfogue, de liberarse de ciertas cosas.

Pensaba terminar con una frase memorable, una despedida sentida o algo así, pero, por esta vez, no quiero escribir un post interminable (como acostumbro).

Pese a ello, este es el post que más tiempo me ha tomado escribir.

Por ahora, eso es todo. Espero que me vaya bien en lo que he empezado. Espero que les vaya bien en todo. Ya nos vemos, o nos leemos. Gracias. Chau. Fin.

lunes, 22 de junio de 2009

Apariciones

La presencia de chica del paradero, que vi hoy, primero de espaldas, con un pantalón negro, elegante, apretado, extremadamente apretado, gloriosamente apretado. Fue imposible no notar, ni dejar de mirar, su parte trasera; redonda, compacta, firme, levantada, monumental. Luego su rostro. Mejillas claras, con rubor algo excesivo, pero que a ella le quedaba bien; aunque supongo que a ella todo le quedaría bien, y sería perfecto si no llevara nada. Bienaventurado el que tenga o haya tenido la dicha de verla en su natural y perfecta desnudez. Tenía facciones finas y llevaba un cerquillo gracioso, milenario, como Cleopatra; un cerquillo que era el marco perfecto para sus ojos y su mirada. Podía tener 18 como 22 años, pero tenía mirada de niña, graciosa, inocente. Permanecí contemplándola por unos minutos, con el deseo de decirle que me parecía preciosa, pero no lo hice. Luego subí al bus, y la perdí de vista. Su imagen se disolvió en la lejanía.


La chica que apareció en Barranco, por el Puente, con una voz celestial, que no era peruana, por el acento que tenía. Un acento colombiano o venezolano, o de algún lugar del Caribe; un acento que encandilaba, adormecía, lo ponía a uno sobre las nubes. Solo le oí un par de palabras, cuando me preguntó algo. Esas palabras bastaron para quedarme encantado, pero no fue todo. Tenía risa fácil, mirada alegre y mejillas redondeadas, como otras partes de su cuerpo. Era un cuerpo esculpido no solo por la naturaleza, sino también por los dioses. Y la chica no tenía reparos en mostrar esos atributos divinos, que desencadenaban deseos terrenales. Llevaba un escote que mostraba unos pechos lozanos, firmes, perfectos, que parecían querer salir de la opresión en que se encontraban, y mostrarse al mundo, y deslumbrarlo. Y así como apareció, y me arrulló con su voz, se fue, moviendo sus monumentales caderas, que continuaban y se cerraban en una cintura breve, frágil. Se fue caminando alegremente, dejando primero felices y luego desdichados a todos los que la contemplaban; porque en su caminar, en los pasos seguros que daba, dejaba atrás también la esperanza de cualquier simple mortal de posar algo más que la mirada sobre su perfecta figura.


La aparición de la chica que subió al bus en la mañana. En medio de toda la gente que subía y bajaba – personas típicas, simples mortales – apareció ella, de la nada. Fue su rostro lo que me llamo la atención. Un rostro pálido, singular, casi perfecto, que contrastaba, por la tonalidad, con sus labios, muy rojos, natural pero no terrenalmente rojos; labios que mostraban seriedad, enigma, misterio, como su mirada, que parecía no posarse en nada ni en nadie, una mirada altiva pero serena. Esa chica no merecía ni debía andar en buses, es más, parecía que podía flotar. Era delgada, vestía bien, elegante pero no en exceso. Por algún motivo tuve la impresión que iba a una entrevista de trabajo, y que seguro lo conseguiría. A una chica así no puede decírsele que no. Bajó en el mismo lugar que yo, pero mientras yo caminé hacia la derecha, esperando que ella siguiese la misma ruta, para poder contemplarla un momento más, ella cruzó la pista, casi sin posar sus pies sobre la tierra, serena, sin mirar a los autos, en su mundo. Y así desapareció, por entre las calles, como una aparición divina.

[Update] La chica que acaba de aparecerse, hace unos minutos, cuando yo ingresaba a la biblioteca. Vi sus ojos, nada más, por un instante mágico, ojos celestes, inmensos, profundos, ojos de gata, ojos divinos, mirada penetrante, pestañas risadas, ojos por los que cualquiera, dichoso, se perdería. Y luego el resto de su ser. Cejas y cabellos claros, delgada figura, parada relajada, labios pequeños. Nada importa tanto. Su mirada fue todo. Seguí mi camino, subiendo las escaleras, volteé para tratar de verla nuevamente, para tratar de perderme en su mirada y quedarme ahí, si fuera posible. Pero sólo la vi alejarse, perderse en la noche que ya ha comenzado, desaparecer en la nada, dejándome perdido, sin poder volver a perderme en su mirada.


Apariciones divinas, fugaces, casi instantáneas, que me dejan pensando en la posibilidad de seres no terrenales, seres celestiales, seres enviados a la tierra sólo por unos instantes, para dejarnos su huella y llevarnos al espacio de lo divino al menos por unos minutos o segundos, para después dejarnos, desolados, ante nuestra inminente condición de simples mortales.

lunes, 1 de junio de 2009

Recorrido

Es sábado por la mañana. Estoy en migraciones, para renovar mi pasaporte. Es una nueva oficina, a media cuadra de donde yo viví de niño y parte de la adolescencia. Me dicen que no hay atención. Salgo maldiciendo.

Decido ir caminando hasta mi actual casa, pero cuando llego a una esquina, recuerdo que a media cuadra está un parquecito, al que iba a jugar de niño. Dudo por un instante, pero finalmente decido ir. Han pasado más de diez años desde la última vez que estuve ahí.

Todo sigue igual, el parque, la gruta con la virgen, la pista áspera y maltratada, que nunca han mejorado, en la que alguna vez me caí y raspé manos y rodillas.

La sensación que me han traído los recuerdos de ese lugar, me impulsa a seguir.

Entonces camino, paso por calles que recordaba más o menos, y otras que había olvidado casi por completo.

Llego a un parque grande, al que sólo iba en mis días más aventureros de niño, en bicicleta, alejándome de casa. Recuerdo una tarde, iba con mi bicicleta a toda velocidad, por ese parque, cuando me di cuenta que iba a chocar contra una banca, pero por alguna razón no frené, o los frenos no funcionaron, el resultado fue un golpe seco, algo de dolor, sobre todo en mi zona frágil. Sonrío recordando eso. Pero el parque ya no es el mismo. Está descuidado, hay un cartel que promueve la desratización. Sigo caminando.

Llego a una zona que había olvidado totalmente, en la que hay casitas casi iguales y tiendas. Algunas siguen igual, otras han cambiado. Es increíble cómo ese lugar había desaparecido de mi mente, pero al estar ahí, los recuerdos regresan sin parar. Sigo mi camino.

Voy por una gran avenida. Sé a dónde me llevará. Al mercado. A ese lugar al que fui muchas veces de niño, junto con mi mamá. Pero ahora estoy caminando sólo, y en sentido opuesto. Estoy avanzando por la que era la ruta de regreso a casa.

Mientras avanzo, reconozco más lugares, el tallercito dónde reparaban radios y la lavandería, por ejemplo. También veo tiendas venidas a menos, al mismo tiempo que negocios que nunca había visto antes.

Llego al mercado. Ya no están los puestos y tiendas en las que vendían juguetes, donde mi mamá me compró mi primer G.I. JOE, o la tienda grande, diferente, donde mi papá me compró mi pelota Adidas FIFA Cuestra Gemini. Ahora esa tienda es un conjunto de stands, el vidrio que hacía las veces de mostrador ya no está.

Veo a mi izquierda, y están los pollos colgados, muertos, pelados. Al fondo está la señora de los pescados, por el otro pasaje, las verduras. No entro, voy por el que era mi lado preferido.

Por esa zona vendían casettes, más juguetes, trompos, ludos, de todo. Recuerdo que ahí vi un muñeco de Street Fighter, que me gustó mucho, y que una mañana, cuando no pude acompañar a mi mamá, por un ataque de bronquios que no me dejaba respirar, ella me lo compró y llevó a casa. Ahora hay gente ofreciendo llamadas, stands con venta de celulares o mp3, pero el lugar es el mismo, la estructura no ha cambiado.

Sigo caminando y veo tiendas que permanecen iguales a como las recordaba, como el bazar, la tienda de abarrotes y una de ropa, que siempre fue fea. Paso por el pasaje donde iba a comprar “figuras escogidas”, para mis álbumes del Mundial ’94, o Caballeros del Zodiaco, todo eso lo recuerdo ahí mismo, todo viene de repente. Sin embargo, ahora en ese lugar venden juegos de Play Station. Las cosas cambian.

Termino mi recorrido por el mercado, yendo a la zona donde un señor vendía emolientes. Tenía un puesto de color rojo, y siempre estiraba la linaza al momento de servir. Era algo que me gustaba ver. Al llegar al lugar, veo que el puesto ya no es rojo, ahora es blanco, y en lugar del señor, está una mujer. Estaba con ganas de tomar un emoliente, pero no lo hago, lo considero una traición, al señor del puesto rojo y a mis recuerdos.

Salgo del mercado por la ruta que era de llegada. La zona donde había puestitos de fruta y verdura es ahora otro mercado, de cemento y stands.

Es algo que he notado a lo largo de este camino. Los lugares y el tiempo han tenido relaciones distintas. Para algunos, ha sido una renovación total, un cambio que sustituye al pasado casi sin dejar huella. Otros lugares, han avanzado con el tiempo, modernizándose sin perder su esencia. También están, aunque pocos, los que siguen tal como recordaba, el tiempo no los ha afectado. Y por último, están los que han perecido, lugares que son muestra clara de derrota, de ser restos que se quedaron atrás, sin mayor esperanza.

Ahora paso por la iglesia, toda blanca. Recuerdo que siempre que pasaba por ahí, mi mamá me decía que me persignara. Y lo hacía. Ahora no lo hago, no creo en eso. Sin embargo tengo deseos de entrar, pero las puertas están cerradas, y me da risa ver en la parte superior del portón, el logo de una empresa de seguridad. La modernidad.

Entonces sigo, paso por un parque más, también destruido por el tiempo. Paso también por la “canchita” de futbol, lugar al que fui rara vez, porque no podía correr mucho, por los bronquios.

Llego a la cuadra donde vivía. Ahora todos son negocios. Y una oficina de migraciones.

El pequeño bazar de la señorita Norma ahora es una gran tienda, con un centro dental en el segundo piso.

El lugar donde alquilaban Super Nintendo, ahora es una cabina de Internet.

La casa de la niña con la que jugaba y con la que iba a buscar a un ratoncito blanco, ahora es un edificio enrejado. Eso también ha cambiado, antes todas las casas tenían jardines y puerta. Ahora hay rejas.

El lugar donde vivía Don Mariano, ahora es un restaurant. Don Mariano era un viejito vasco, buena gente. Un día murió, vino un sobrino y vendió el lugar.

Finalmente llego a mi antigua dirección, con el número 1154.

Mi casa ya no existe. En realidad sólo es el lugar donde estaba la casa. Ahora es una construcción dividida en tres partes, que mi papá alquila. En el primer piso, un restaurant y al costado un centro de fotografías, mientras que en el segundo, vive una familia.

Ya nada físico queda de lo que recuerdo. Me detengo un segundo frente al lugar. Nada. No hay nada de lo que había antes. La nostalgia está presente, pero ese recorrido ha sido vivificante. Ver todos los cambios me ha hecho pensar en mis cambios también.

Doy media vuelta y tomo un taxi, mientras pienso que quiero volver en cinco o diez años, para revivir los viejos momentos, y comprobar los cambios, beneficios y estragos que se han dado en los lugares y en mi, ante el inexorable paso del tiempo.



Sucedido: 30-05-09 (en el 2015 0 2020 volvemos).


(Sé que el "nivel" de este escrito es bastante bajo, pero quiero que quede registrado).

viernes, 22 de mayo de 2009

La chica mala

Estamos en mediados del año pasado, y este blog tiene una cantidad aceptable de lectores y comentarios. (Lectores y comentarios que ahora han desaparecido, merecidamente).

Yo posteo continuamente y también leo los blogs de quienes me visitan, así como los comentarios que a ellos también les dejan. De ese modo llego a nuevos blogs, sobre todo si lo que escriben o sus fotos me llaman la atención.

Así llego al blog de la chica mala, intrigado por su foto. Es su trasero. Un trasero grande, redondo, llamativo.

Leo lo que escribe. Son historias, reales o ficticias, sobre ella misma y sus experiencias nada inocentes. Son historias calentonas, que revelan a una chica – una mujer – liberal, desinhibida, a la que le gusta experimentar.

Comento uno de sus posts y, al poco tiempo, ella me devuelve el comentario. Así pasamos un par de semanas.

De repente, un sábado en la tarde, alguien me agrega al Messenger. No reconozco el nombre ni el correo, pero acepto. Entonces veo que es ella, la chica mala. Lo sé porque tiene en su display la misma foto, la foto de su trasero. En ese momento recuerdo que en mi perfil de blogger está mi e-mail, felizmente.

No es la primera persona que conozco gracias al blog y con la que luego “hablamos” por Messenger, pero con ella, la chica mala, la cosa va a ser diferente.

Al no tener que hablar de frente, me es más fácil estar relajado y hablarle con tranquilidad. Hablamos de todo, y los temas van variando, así como sus fotos, casi todas de su parte trasera, o de alguna parte llamativa, sinuosa, de su cuerpo.

Pasan los días y seguimos hablando por el MSN, de lo que sea al principio, pero sin tardar mucho tiempo en pasar al tema sexual. Entonces empiezan las bromas de doble sentido, insinuaciones que me divierten, me parecen extrañas, porque son vía Internet.

Con esa especie de confianza que tomamos, le propongo salir. No me dice que no, pero cambia de tema. Hace lo mismo un par de veces. Después me dice que sí, pero no a dónde. Otra vez me dice que ya, pero no cuándo. La chica mala está jugando conmigo.

Entro a su blog y veo que está haciendo un concurso, son preguntas sobre los cambios que ha hecho en su página, y el premio es salir con ella. No participo. No quiero porque me molesta un poco que me diga que si y luego que no. Sin embargo, ella misma me dice que lo haga, y me da las respuestas. Soy el último en participar. Y gano.

Es viernes, y después de un par de amagos más, en los que a veces parece que si quiere salir y otras que no, ponemos fecha y lugar a nuestra salida. Pero ella elije todo. La cita es esta noche.

Llego al lugar, temeroso, nervioso, excitado, con gran curiosidad por lo que pueda pasar. Es la primera vez que hago algo así. Pasan un par de minutos, y entonces llega la chica mala.

Me sorprende. Camina con mucha seguridad, moviendo sus caderas, que son prominentes, amplias, llamativas, marcadas por el pantalón apretadísimo que lleva. Tiene el pelo castaño claro, lacio y largo. Su mirada y sonrisa me gustan y me intimidan a la vez. No imaginaba que se vería tan bien.

Hablamos. Estoy muy nervioso, pero ella me ayuda a soltarme, bromeando. Felizmente propuso salir a tomar algo, un trago siempre me ayuda.

Le digo que no sé cómo hablarle, como a alguien que conozco por primera vez o como a alguien ya conocido. Me dice que lo segundo.

Bebemos y conversamos mucho, y empezamos a hablar de nuestros blogs. Entonces, entre bromas, empezamos a hablar de sexo.

Seguimos bebiendo, y el tema sexual continúa. Yo ya estoy algo ebrio, y casi tranquilo, dispuesto a que pase lo que tenga que pasar. La chica mala habla como experta en el tema, sabe lo que dice, y lo dice de una manera muy particular. Dice algunas cosas de forma explícita, directa.

Pasan las horas y, por petición de ella, salimos del bar. Caminamos sin rumbo, o al menos eso creo yo, mientras nos reímos de cualquier cosa y seguimos el doble sentido. Entonces la chica mala me dice que tiene frio y yo, a modo de broma, le digo ven para abrigarte. Pero ella no bromea, y viene hacia mí.

Yo la abrazo. Ella me besa. Yo correspondo a su beso. Ella se pega a mí. Yo voy bajando mis manos por su espalda. Ella roza todo su cuerpo con el mío. Así nos quedamos varios minutos.

Seguimos caminando. En realidad yo sólo la estoy siguiendo. Tengo la impresión de que está yendo a algún lugar específico. De pronto se detiene a mitad de la calle. Vuelvo a besarla. Pasan algunos segundos y ella sonríe, ya no camina, sigue parada en la vereda. Me mira fijamente. Yo la miro sin saber bien qué decir, hasta que ella señala, con la mirada, hacia el edificio que tenemos el costado. Es un hotel.

Vuelvo a mirarla y entonces me hace un gesto con las cejas. Me la juego y le pregunto: ¿vamos?

La chica mala sonríe, coqueta, maliciosa, con esa mirada profunda y directa que tiene. Me responde con otra pregunta: ¿Vas a escribir esto en tu blog?

Y yo le contesto: nada de lo que pase a partir de ahora.

viernes, 15 de mayo de 2009

viernes, 8 de mayo de 2009

Culpa

Cuando crecemos, vamos entendiendo más cosas de la vida, vamos desarrollando ideas y posturas, cariños y recuerdos, vamos preparándonos para la vida. O al menos eso creemos.

Pero vas madurando y te das cuenta que no hay nada seguro en la vida. Lo único que sabes es que nunca sabrás nada del todo. Eso, y que morirás.

Entonces nos damos cuenta que la muerte es la única certeza que tenemos. Sabemos que algún día, tarde o tempano, llegará. Sabemos que nadie, ni tu peor enemigo ni la persona que más quieres, podrán escapar de ella.

Pero nunca vas a estar preparado realmente para ello. Te llaman al celular y te dicen que tu abuela ha muerto. Así de simple. Murió. Se acabó. No oirás su voz ni sus historias de tiempos pasados que ya te sabes de me memoria, ni te recibirá con un beso, ni la harás renegar, nunca más. Y te derrumbas.

Cuando van muriendo personas relativamente cercanas, no tu entorno más cercano, no con quienes has compartido la vida, la tristeza nos llega, pero quizás no con tanta fuerza. Entonces creemos que poco a poco vamos aprendiendo, con los golpes y pérdidas que te da la vida, que nos estamos fortaleciendo para futuras congojas, que somos más fuertes.

Pero no lo eres. Tu abuela ha muerto y te derrumbas. Lloras como no lo hacías en mucho tiempo, o quizás como nunca. No puedes aceptarlo. No sabes qué es exactamente lo que te duele, pero lo sientes, te destroza por dentro. Tienes rabia, furia, ira, maldices, cuestionas una vez más a Dios, en quien ni si quiera crees, no entiendes nada. Y lo peor es que tienes, además, culpa, una culpa que nunca se irá.

Cuando vemos que personas con la que hemos pasado la vida empiezan a envejecer y a deteriorarse poco a poco, la idea de la muerte va tomando más y más fuerza. Pero, obviamente, no lo decimos. Solo acompañamos a esas personas, porque nos dieron cariño, gratos momentos, recuerdos imborrables, todo.

Pero tú no pudiste, o no quisiste. La vida se dio así. Tras diecisiete años viviendo con tu mamá y tu abuela, tienes que separarte de ellas. Entonces tu vida toma otros rumbos, otros intereses, y cada vez la visitas menos. Cuando lo haces, es para ver que cada vez se encuentra más débil y olvidada. Tú no puedes hacer mucho por tu abuela, y la rabia te invade, te duele, y odias. Odias a quienes pueden ayudarla y no lo hacen, a quienes son su sangre pero la tratan peor que a nadie. Mierda. Y tienes pena, pena por tu mamá, porque ella hace lo que puede, así como con tu abuelo, pero no puede hacer mucho, y menos ante la muerte.

La muerte. Muchas veces nos toma de sorpresa, porque se lleva a personas sanas, llenas de vida. Pero otras veces, la muerte nos va dando muestras de que está cerca, va haciendo mella en las personas, les va quitando la vida. Entonces, cuando esa persona está realmente mal, cuando la muerte esta inevitablemente cerca, tratamos de acompañarla y hacerla sentir bien en sus últimos momentos.

Pero tú no lo hiciste. No hay excusa. Anduviste preocupado en temas sin mayor importancia, intrascendentes. Fallaste. No acompañaste a tu abuela en sus últimos días. No le dijiste una sola palabra ni le hiciste un solo cariño para que se sintiera un poco mejor, o menos mal. Nada. Inventaste excusas tontas para no ir a verla. Fue también para evitarte la pena, siempre terminabas mal después de estar con ella y ver el estado en que estaba. Pero no hay excusa.

Después que una persona muere, las que quedan siempre guardan y rememoran gratos recuerdos. Pero también recuerdan los últimos momentos, minutos, segundos, de la persona que acompañaron en su lecho de muerte. Lo recuerdan porque estuvieron ahí, junto a ese ser querido, dándole fuerzas, alivio, cariño. Se mezclan los recuerdos. Los alegres, de las épocas buenas, y los tristes, de los momentos finales, pero muchas veces, esos últimos momentos, se recuerdan, al menos, con alivio, porque se hizo lo que se puedo.

Pero tú no tienes alivio. No puedes, ni lo mereces. Los recuerdos también se entremezclan en ti. Los buenos: las palabras extrañas y antiguas que tu abuela te decía; las historias increíbles, sobre todo la de tu abuelo raptándola del convento; su travesía en barco, cuando era niña, desde tierras lejanas hasta Perú; las tostadas que te preparaba; el humor de mil demonios que siempre tenía, pero que ahora recuerdas con cariño (y al parecer has heredado); sus lentes, las chompas que siempre usaba, sus cabellos blancos, que alguna vez fueron teñidos a marrón; su constante dormitar, el odio que le tenía al perrito que tú querías tanto, y tantas otras cosas. Pero eso se opaca con los recuerdos del final, que son tristes y sin ningún tipo de alivio. Son de culpa, de pena, de rabia. Entonces recuerdas la llamada. Recuerdas que no encuentras explicación. Recuerdas que te bañaste y afeitaste casi como zombi, para que tu mamá no te viera tan mal. Recuerdas que tu hermana y sus amigos habían estado el día anterior con tu abuela, haciéndola sentir bien, y tú no fuiste nunca. Recuerdas que cuando llegas a la clínica, tu hermana ya estaba ahí, y estaba tramitando los papeles que había que sacar. Tú no hiciste nada. Recuerdas a tu mamá, tratando de tranquilizarte, pero el dolor que llevas por dentro recién está naciendo, y sabes que va a crecer y devorarte inevitablemente. Entonces tu mamá te cuenta que había llegado esa mañana, y al entrar al cuarto, la cama estaba vacía, tu abuela no estaba ahí. Te cuenta que fue a preguntar por ella, desesperada, y entonces se lo dijeron; había muerto. Pero no te cuenta cómo reaccionó. Te duele de solo imaginarlo, te hiere no haber estado ahí. Y entonces viene a tu mente una de las cosas que, por alguna razón, te atormenta y te duele más. Recuerdas todos los correteos de ese día, y en la tarde, antes de ir por el cuerpo de tu abuela, tu mamá te dice que quiere comprarle unas medias. Ya tiene el resto de la ropa con que va a ir en el ataúd, sólo faltan las medias. Cuando llegan a la tienda, tú ves que tu mamá toma varias medias, y se demora. Tú sabes que es tarde, y si no se apuran, no podrán sacar el cuerpo de tu abuela. Entonces le dices que se apure, que tome un par de medias rápido, pero ella te responde que no, te dice que tiene que ser un par de medias bonitas, de un color que le guste a su mami. Tú no dices nada, sólo quieres llorar. Y lloras cada vez que lo recuerdas, y lloras cuando lo escribes. Aun te duele. La imagen de tu mama, buscando un par de medias para su madre, con cariño, no se te borra.

Después de la inevitable muerte, viene el entierro, solemne, momento de unión familiar, y luego, el regreso a casa, con uno menos. Al pasar el tiempo, se dan las visitas al cementerio, los arreglos florales, los recuerdos entre familia.

Pero se han cumplido dos años, y tú no has ido al cementerio, no le has dejado ni una flor ni nada. Nunca has creído en esas cosas. Además, te da miedo, culpa, vergüenza, no quieres ir al cementerio porque piensas que los recuerdos van a destrozarte una vez que estés ahí. Por eso lo evitas. En cambio, cuando no están esos recuerdos, hablas con ella, con tu abuela; le pides perdón, le cuentas cosas y la tienes siempre presente. Esa es la forma con la que intentas aplacar un poco la culpa. Pero sabes que tarde o temprano, irás al cementerio. Tienes que ir. Le pondrás flores, le hablarás, le pedirás perdón una vez más. Quizás así, estando en ese lugar, el lugar en el que viste por última vez a esas personas que solías llamar familia pero ahora son nada, puedas enfrentar a esos demonios, a esa culpa que te ataca, una y otra vez, de una vez por todas. Y quizás así puedas, por fin, vivir en paz.

jueves, 30 de abril de 2009

News news news

Mientras la inspiración y transpiración por las historias y recuerdos van regresando paulatinamente, un nuevo y genial blog ha nacido.

Si alguna alma descarriada pasa por este bajoneado blog, deléitese en:

http://www.digoyodigoyo.blogspot.com

martes, 7 de abril de 2009

Obras inéditas

Hace tiempo que no escribo ni leo nada. Por alguna razón, el interés ha disminuido, mas no desaparecido. Pero por ahora, simplemente, no lo hago.

Los cuentos, los posts, los textos indefinibles, están publicados en el blog o bien guardados, casi olvidados.

Sin embargo, desde hace unos días, he vuelto a pensar en ellos, a recordar de qué trataban esos textos, en lo mediocres o medianamente aceptables que eran, en cómo los había escrito, qué sentía o pensaba en ese momento, en las cosas que puede haber logrado, queriéndolo o no, que pensaran o sintieran los incautos e incautas que alguna vez pasaron por mi blog. También recordé esos momentos mágicos, los que más me gustaban, los que no tenían explicación lógica, esos momentos en que empezaba a escribir y, mientras lo hacía, las ideas seguían surgiendo, los cambios aparecían, los finales se perfilaban, los recuerdos y las imágenes volvían, felices o punzantes; eran momentos en los que yo prácticamente perdía el dominio de lo que hacía, de lo que escribía, simplemente, en el papel o la computadora, las palabras aparecían casi espontáneamente, y me sentía muy bien, casi flotando, casi fuera de este mundo, casi feliz.

Y después, las correcciones interminables, que a veces me desquiciaban, quizás inservibles, como inservible es probablemente todo lo que he escrito. Pero me gusta hacerlo.

A pesar de ello hoy me resulta tan difícil escribir siquiera una línea que me convenza que, al primer párrafo que escribo, borro todo. Además, no se me ocurre nada, ni ficticio ni real; los recuerdos, fidedignos o atrofiados, también parecen haberse ido de vacaciones. Simplemente, no sale absolutamente nada.

Pero, he vuelto a pensar en esos textos del pasado y, por un hecho que ha ocurrido hace poco, en los que vendrán (si es que vienen), también. Y supongo que eso es bueno.

Lo que ha sucedido es que mi laptop, donde tengo (tenía) todo lo que, mal que bien, había escrito, simplemente se apagó. La pantalla quedó en negro y no hubo forma de hacerla funcionar.

La llevé al servicio técnico, a la misma Sony, el sábado pasado y ayer lunes, cuando llamé, me dijeron que lo más probable era que tendrían que formatearla (o “reformatearle”, no recuerdo cómo se dice).

Lo que temía estaba sucediendo. Cuando la laptop se malogró, pensé en todo lo que tenía guardado: trabajos de la universidad, canciones, videos, fotos, recuerdos y, sobre todo, los textos que había escrito desde que sentí esa extraña necesidad y gusto por escribir.

Los trabajos de la universidad, son lo de menos. La música, más allá del par de rarezas y ediciones pérdidas que hallé por la web, puede recuperarse. Las fotos y videos, en algunos casos han sido compartidas y podré tenerlas otra vez; y las que nadie más tiene, se irán por el túnel del olvido, lamentablemente.

En cuanto a los textos, no queda mayor registro, salvo por lo del blog, uno que otro papel impreso o escrito a mano, y algún borrador que guardé en mi e-mail, el resto probablemente se perderá.

Posts que nunca colgué porque no me convencían o no estaban aun terminados; ideas sueltas, que no calificaban como genero alguno; pequeños y furibundos artículos, sobre política, deportes, religión y otros temas que, sin mayor razón o necesidad, escribí; y cuentos. Cuentos que nunca terminaron de convencerme, que quedaron en borrador, en apuntes, en textos avanzados con varias e interminables correcciones, cuentos que cuando eran releídos me alentaban a seguir escribiendo o me convencían de mi total ineptitud y nulo talento para escribir. Todo eso está a punto de ser perdido.

¿Qué queda? Darse a la tarea, si el deseo o la necesidad aparecen, de reescribir todo. En base a lo impreso, a lo guardado en el correo y, sobretodo, a lo que queda en la mente, creo que me daré a la tarea de volver a empezar. Ese deseo o necesidad de los que hablo, tarde o temprano, estoy casi seguro, aparecerán.

De lo que no estoy casi, sino totalmente seguro, es que nada de lo que reescriba será lo mismo. Supongo que no reescribiré lo que me parece que nunca valió la pena, y que lo que sí vuelva a escribir, será poco o muy parecido a lo que hice, o completamente distinto, pero nunca igual. Lo escrito se perdió.

Y pensándolo bien, rehacer los textos que crea salvables, será bueno, si es que lo hago, porque me dará nuevas ideas y podré corregir y mejorar las antiguas. Es más, empecé este texto escribiéndolo como una idea suelta, que fue creciendo, dándose casi sola, como en los viejos tiempos y como me gusta, de un tirón, sin mayor preámbulo o planteamiento de lo que escribiré, sólo escribí. Y no voy a corregir. (Y quizás ponga esto en mi blog). Creo que estamos empezando bien.

No obstante, siempre queda un poquito de pica, de rabia y pena, por lo que se perdió, por esos momentos de desfogue intelectual, pasional, visceral y demencial, y un poco artístico también, quizás.Solo queda esperar a que llegue el momento de escribir de nuevo, o darle a la fuerza hasta que salga algo. Por ahora termino esto, pensando en lo que se perdió, en lo que fue pero no será, en el descanso eterno de lo que escribí; pensando que los textos que se perdieron, por desgracia o fortuna, tendrán al menos la reivindicación de ser catalogados (aunque sea sólo por mi) como una obra. Aunque sea inédita.