viernes, 14 de noviembre de 2008

Mientras la veo dormir

Es viernes y estoy en mi cama junto a Alejandra. Se ha quedado dormida. Hace ya una semana que me operaron y estoy en casa desde el domingo.

Compartimos la misma almohada y Alejandra duerme plácidamente, con el rostro hacia mí, abrazándome; sólo sobresaltándose con esos pequeños movimientos, como una epilepsia graciosa, que ella siempre hace cuando duerme; pero el resto del tiempo está serena. Yo la observo, veo sus pestañotas, sus cabellos crespos que me encantan, sus labios. Entonces le doy un besito y siento que la quiero, y recuerdo los últimos días que hemos tenido, los más recientes.

Salí bien de la operación, y la primera persona con la que hablé por teléfono fue Alejandra. Al día siguiente, me visitó y estuvo conmigo toda la tarde, y conoció, en persona, a mis papás. El domingo regresé a casa, no nos vimos, pero hablamos mucho por celular.


Alejandra sigue durmiendo en esta tarde de viernes, pero da un pequeño salto. Mantiene su brazo derecho sobre mí, abrazándome, y ahora busca, con la mano izquierda, mi mano, y la toma. Su rostro sigue impasible, y yo le doy otro besito mientras siento que la quiero más.


Recuerdo ahora todos estos días desde el lunes, y las cosas que ella ha hecho por mí, como visitarme a diario, aun sabiendo que su mamá podría molestarse por pasar tanto tiempo con ese chico que aun no conoce. Pero no sólo eso.

Alejandra ha tenido para mí, desde que está conmigo, un cariño inmenso, sincero; pero está semana todo se ha maximizado. Desde el simple hecho de pasarme todo lo que le pedía, a traerme la comida, acomodarme la almohada, cambiar los canales de la tv por mí, ayudarme a levantarme, e incluso darme de comer a la boca, aunque no lo necesitara, Alejandra ha hecho más de lo que pensé o esperé.

Sin embargo, lo que más me viene a la mente, son los besos, abrazos, risas, todo, todo el amor que me ha dado esta semana en mi cuarto, en mi cama. Gracias a su presencia han sido días llevaderos, felices.

Mientras recuerdo estos momentos, Alejandra se despierta y me mira, sonriendo, y me da un beso. Entonces yo le correspondo, y también la abrazo. Y siento que la quiero mucho más.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Días iguales, días distintos



Martes 2 de septiembre
Ayer no la vi, pero hoy iremos al cine. Nunca me han gustado mucho las películas animadas, pero hoy iré a ver una. Y no sólo eso, sino que será una que no me llama la atención en absoluto: Wall-E. Pero iré. Porque iré con ella. Al momento de comprar las entradas dudo; quiero ver Shine a light (de Rolling Stones), pero ya le prometí ver esa cosa animada, así que entramos. A mitad de la película empiezo a dormitar, pero ella me despierta, haciéndome reír o besándome. Después, caminamos bajo ese esbozo de lluvia que tenemos en Lima, y conversamos y reímos, y así pasa la tarde.

Miércoles 3 de septiembreElla y yo vamos al teatro. Una obra en la que se “encuentran” e interrelacionan varios personajes de obras literarias peruanas. Es interesante, diferente, pero no genial, no regresaría. Saliendo del teatro, en la Alianza Francesa, caminamos hasta la avenida Angamos, y entramos al “peruanito” una lugar donde venden diversos tipos de sándwiches (?) y otras cosas más. Ordenamos. El primer piso está lleno, así que vamos al segundo. Solo hay un par de personas, casi nadie. Comemos, conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Antes de irnos, entro al baño. Al salir, ella se acerca hacia mí y nos besamos. De pronto, ve algo y observo en sus ojos una chispa maliciosa. Me mira, mira alrededor y con los ojos me señala el baño. Le pregunto: ¿Si?; ella responde: ya. Y entonces entramos, y en el baño, entre risas y besos, lo hacemos.

Jueves 4 de septiembre
Vamos al centro de Lima. Almorzamos cerca a la Plaza Mayor. Caminamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Pasan un par de horas y vamos al bar del hotel Maury, lugar histórico, donde se supone se inventó el Pisco Sour. El lugar es encantador, y los tragos buenísimos. Ahí bebemos y lo de siempre, que siempre es nuevo: conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Cuando se acerca la noche, vamos a un lugar más privado y… todo queda en privado.

Viernes 5 de septiembreElla tiene clases y no tiene mucho tiempo, así que nos vemos solo un rato. Después de caminar sin destino, decidimos ir a comer. Yo amo, adoro e idolatro la pizza, así que no hay mejor elección que ese delicioso manjar. Evaluamos las distancias y el tiempo que tenemos, y nos dirigimos al Domino’s de la avenida Benavides. Al llegar, el lugar está vacío, solo están los vendedores. Mejor para nosotros. Ordenamos. Conversamos, comemos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. De pronto, nos damos cuenta que los vendedores tampoco están. El lugar está desierto. Entonces, en un acto casi inesperado para mí (sobre todo por el lugar y el hecho de que eran las 2 de la tarde), ella empieza a tocarme indebidamente, en pleno fast food, para pasar a bajarme el cierre del pantalón y complacerme con sus labios divinos y esa lengua bendecida por los dioses del placer.

Sábado 6 de septiembreNos encontramos en la tarde. Después de acompañarla a ver ropa y un mp4 (zzz) tratamos de decidir dónde ir. Cómo ninguno de los dos se decide, apuntamos en papelitos diversos lugares. Gana, nuevamente el Centro de Lima. Comemos y después pasamos por el bar Queirolo, pero sólo vemos cómo está el ambiente y no nos convence, así que vamos a otro bar histórico, El Bolivarcito, en el hotel Bolivar. El primer piso está repleto, así que nos dirigimos al segundo. Está vacío. Ordenamos, y después nos quedamos completamente solos, y entonces nuevamente nos entregamos a los placeres de la vida, a los mejores, a los prohibidos.

Domingo 7 de septiembreEs casi de noche y vamos a tomar un café. Conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Días antes hemos decidido tener un pequeño viaje, por fin de semana, así que llevo mi laptop y vemos los diferentes lugares a los que podemos ir. Por sobre todos, prevalece uno. Nuestro primer viaje juntos ya tiene un destino establecido.

Lunes 8 de septiembreSolo tiene dos horas antes de regresar a clases, y las aprovechamos para hacer una de las cosas que más nos gusta: comer. Los resultados de esta forma de goce ya están dando resultados, pues desde que la conozco estoy aumentando un kilo por semana, pero no importa. Ahí, comemos, conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Y hacemos planes para el día siguiente.

Martes 9 de septiembre
Vamos a almorzar al “Aguajal”, un lugar donde venden comida y tragos típicos de la selva. Comemos cecina con tacacho. Una delicia. Para tomar, pedimos tragos con nombres peculiares, que además se supone son afrodisiacos. Ella ordena “Ni tan virgen”, y yo “Rompe cuero”. Nos reímos de lo complementarios que han resultado nuestros tragos. Después, caminamos un rato, conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Y pasamos el resto de la tarde juntos… muy juntos… sólo los dos.

Miércoles 10 de septiembre
Nos encontramos. Caminamos, conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Vamos a mi casa por primera vez. Conoce mi cuarto. Y nos quedamos ahí… toda la tarde.

Jueves 11 de septiembre
La acompaño a ver ropa al Jockey Plaza, y después, hacemos nuevamente lo que mejor sabemos hacer: comer y beber. Vamos a Chili’s y ordenamos. Lo más gracioso es que pedimos cosas algo “opuestas” (algo que contaré en otro post): yo ordeno una ensalada con “boneless buffalo wings” y ella, una hamburguesa inmensa, con papas fritas. Para tomar, yo pido un “tropical tequila sunrise”, que viene en una copa elegante y es multicolor; mientras ella, pide también tequila pero que viene en una especie de chop, bien masculino. Y entonces probamos esas delicias, y conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Y así llega la noche.

Viernes 12 de septiembreDe una manera algo improbable terminamos, nuevamente, en el Centro de Lima. Caminamos como nunca antes. Desde el palacio de justicia hasta pasar por el mercado central – donde comemos picarones – y llegar a la Calle Capón – donde comemos Min Pao –. Además, ella ve miles y miles (quizás millones) de chucherías, y yo, casi desfalleciendo, cansadísimo, la sigo. Pero no todo termina ahí. Salimos de la Calle Capón y seguimos caminando. Pasamos por la Avenida Abancay, y seguimos; pasamos por la Plaza Mayor, y seguimos. Hasta que llegamos a la Alameda Chabuca Granda. Entonces comemos anticuchos de carretilla, deliciosos, y además puedo descansar. Finalmente, después de caminar, conversar, reír, comer, discutir, abrazarnos y besarnos, todo el día, regresamos a nuestras guaridas.

Sábado 13 de septiembreVamos a Barranco, lugar que nos encanta, y caminamos por los lugares que más nos gustan. Después, vamos a comer al lado del Puente de los Suspiros y pasamos un buen rato ahí. Luego, vamos a la Posada del Ángel y tomamos de los mejores tequila sunrise que hemos probado en nuestras vidas. Para mejorar aun más la noche, llega una de las personas que cantan en los locales de la Posada, y toca canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Joaquín Sabina. Una noche perfecta.

Domingo 14 de septiembreVemos el clásico (de futbol de Perú). La U pierde y estoy molesto, pero ella, después de gritar – traicioneramente – los goles de alianza, me levanta el ánimo. Luego, vamos al Tony Roma’s y comemos y bebemos. Y así pasamos el domingo, caminando, conversando, riendo, comiendo, bebiendo, discutiendo, abrazándonos y besándonos. Aunque lamentablemente no es un día perfecto. Perdimos el clásico.

Lunes 15 de septiembreEn unas horas me encontraré con ella. Como ocurre a veces, no sabemos qué vamos a hacer. Pero estoy seguro que será algo distinto, y a la vez, igual que siempre, memorable y único.


lunes, 25 de agosto de 2008

No puedo creerlo

(Aclaración: hecho sucedido algún tiempo atrás)

No puedo creerlo. Es la frase que me repito constantemente después de lo sucedido, o mejor dicho de lo que casi sucede. Nunca me había pasado esto antes. Nunca. Simplemente no puedo creerlo.

Increíble. Insólito, inaudito, inconcebible, inexplicable. Llámenle como quieran, yo simplemente no puedo creerlo.

Todo empieza un sábado, de forma tranquila y algo aburrida (por mi culpa), y continúa un miércoles. Ese día Romina y yo vamos al cine, luego a tomar algo y después, camino a su casa, nos besamos, y mucho. Hasta ahí todo bien, hasta ahí todo normal.

Es domingo y estamos en la tercera salida. Vamos al centro de Lima, a una exposición, y luego vamos a tomar Pisco Sour al bar del Hotel Bolivar.

Romina y yo conversamos por un buen rato, filosofamos, discutimos, bromeamos. Poco a poco vamos acercándonos. Desde hace horas que quiero besarla nuevamente, pero no me atrevo, aunque el deseo de hacerlo es casi incontenible. Nos acercamos más, y la proximidad, y quizás también el alcohol (que me quita un poco lo cobarde), hacen que besarla me sea más fácil. Y lo hago.

Ella me corresponde de buena manera, y así nos quedamos por varios minutos, besándonos, y jugando con nuestras manos. Perfecto. Todo va bien, todo es normal, natural.

Salimos del bar y mientras estamos frente a la Plaza San Martín, nos besamos nuevamente. Caminos un metro y nos besamos de nuevo. Y así seguimos, besándonos y juntando nuestros cuerpos, juntándolos mucho.

Vamos al bar Queirolo, pero está cerrado. Entonces, además de besarnos, empezamos a tocarnos. De regreso a la Plaza seguimos con los toqueteos y los besos. Entonces ella me muestra lo que está usando bajo el pantalón. Es un hilo dental. Mis dedos juegan por ahí y la excitación aumenta. Todo indica que será una gran noche.

En la calle pasamos por un lugar con iluminación tenue y nos quedamos en un lugar en el que puedo sentarme. Romina junta su cuerpo al mío y empieza a mover la pelvis, a hacer presión sobre mi parte “más delicada”. De pronto, mientras hace unos movimientos más fuertes y marcados, me dice que a ella siempre le gusta ir arriba, y sin dejar de hacer esos movimientos, añade: “esta es la del caballito – de atrás hacia adelante –, y está es la del conejito – de arriba hacia abajo –“. Habla sobre posiciones sexuales.

Estoy totalmente excitado y pienso en sugerir ir a otro lugar más cómodo, pero Romina se me adelanta. Dice un par de cosas, palabras sueltas entra las que sobresalen “tirar”, “telo”, “¿quieres ir, no?”. Sin embargo lo dice de manera ambigua, no sé si me lo está sugiriendo o sólo me está diciendo lo que cree – acertadamente – que estoy pensando.

Después de unos minutos, nos dirigimos a la avenida Aviación, donde hay algunos lugares para tomar, y hoteles también. Hasta ahora, todo está siguiendo el curso natural de las cosas, todo va bien, todo es excitante, todo es prometedor.
Ya en el taxi, seguimos besándonos y yo llevo mi mano a su “zona celestial”. Intento abrirle el pantalón y ella me ayuda. Entonces voy por debajo de su ropa interior, toco y compruebo que Romina está tan excitada como yo. Y ya no me quedan dudas cuando ella corresponde a mis tocamientos.

Llegamos a Aviación y empezamos a caminar, sin dejar de tocarnos y besarnos. Entonces ella me dice que todo le parece muy rápido, y empieza a dudar. Pero después parece que todo se le olvida y me da muestras de clara excitación.

Entramos a uno de los tantos hostales que hay por la zona. El edificio no tiene ascensor y Romina se niega a subir por las escaleras. Así que nos vamos. Empiezo a impacientarme.

Después de caminar mucho encontramos un lugar “acogedor” y entramos. Pasamos por recepción y subimos a una habitación. Entonces todo se vuelve una mezcla de besos, movimientos y juego de manos, mientras caemos en la cama… pero aun seguimos vestidos.

Con la ayuda de Romina me saco toda la parte de abajo. Después, la beso en el cuello, y luego más abajo. Al llegar a sus pechos ella se quita la parte de arriba y puedo hacerlo plácidamente. Sigo bajando. Entonces ella se baja el pantalón y el “hilo” hasta la rodilla, pero no los baja más. Sigo bajando, recorriendo su cuerpo con mis labios, y paso unos segundos “ahí”, algo incomodo porque tiene las piernas juntas, debido al pantalón. Ahí empieza lo raro.

Subo nuevamente e intento entrar en ella, pero no puedo. Sus piernas no me lo permiten. Le digo que se quite el pantalón de una vez, pero no quiere, y entonces me dice que ella quiere ir con calma. Pienso que ir con calma no es mostrarme todo y tocarme todo también. Así que insisto de buena manera, pero ella duda. Se sube nuevamente el pantalón y minutos después lo vuelve a bajar. Increíble.

Así sucede varias veces, parece que por fin está lista, pero sucede algo y se arrepiente. Mis dedos recorren su entrepierna, no tengo dudas que sigue excitada, pero algo la limita. Yo le hago de todo con mis manos y con mi boca, pero no logro entrar en ella. No se deja. Es obvio que si quiere. Pero no se deja.

Me levanto y le digo que mejor nos vamos. Entonces ella me dice que todos los hombres somos iguales, que ella quiere ir con calma y que no la comprendo; que si lo hacemos esa noche, seguramente no la llamaría al día siguiente.

Yo no sé si reírme o molestarme. Según yo, ir despacio, ir con calma, no es hacer lo que estamos haciendo, no es tenerla casi desnuda debajo de mí ni haberle hecho lo que le hice.

Me quedo en silencio a su lado. De pronto ella lleva su mano a mis partes bajas y empieza a estimularme, y entonces me dice lo que esperaba oír: “ven, hagámoslo”. Empezamos nuevamente, pero cuando intento quitarle las botas, esas malditas botas que no pude sacarle en toda la noche, no me deja, se arrepiente otra vez, me dice que ella no quiere que todo sea tan fácil, porque lo fácil se acaba rápido, y ella quiere que nos sigamos viendo.

“No puedo creerlo”. Es lo que le digo. Ella me pide que la comprenda, y yo, torpe y condescendiente como siempre, le digo que no se preocupe, pero que simplemente no puedo creerlo.

Después de un buen rato de nuevos amagos en los que parecía ceder, decidimos irnos.

Camino a su casa me abraza y me dice que le tenga paciencia. Yo sigo con la duda de reírme o molestarme, no sé que siento en ese momento. Lo único que le digo es: no puedo creerlo… no puedo creerlo. Y nos besamos.

Después de dejarla en su casa, y rumbo a la mía, recibo un mensaje al celular. Es Romina. Me dice que la disculpe, que le tenga paciencia. Entonces le respondo. Le digo que no se preocupe, que todo está bien. Y concluyo el mensaje con la frase que me acompañará los próximos días: No puedo creerlo.

viernes, 15 de agosto de 2008

Con ella y con ellas

Ella tiene ojos divertidos y pestañas largas y bonitas; y tiene cabellos negros y crespos. También tiene una mirada entre pícara e inocente, y unos labios que se han vuelto mi destino preferido.

Ella es inteligente y divertida, y además, y sobre todo, está completamente desquiciada, fuera de sí, loca.

Ella, como toda mujer, es muchas veces difícil de comprender… a veces imposible. Tiene cambios constantes e inesperados: pasa de la risa a la mirada seria y profunda, de los besos a quedarse callada, de decir cosas que nuestras mamás no aprobarían a dar sermones improbables. Todos estos cambios, junto con su locura, hacen que ella sea diferentes personas en una.

Por eso, por las constantes variaciones que tiene – que a veces son divertidas y a veces no – es que decidimos ponerle nombre a cada una de sus personalidades.

Por el momento hemos ubicado cinco… aunque sospecho, y creo que ella también, que hay más. Muchas más.


Isabel
Es la dramática, la drama queen. Siempre aparece en el momento menos pensado. Y aparece a diario. Lo complica todo, ve cosas donde no las hay, interpreta a su manera – que casi siempre es errónea – las cosas, sinceras e inocentes, que yo le digo. Una sola frase, una palabra mal entendida, puede despertar a esta indomable personalidad. Y cuando despierta, hay que tener paciencia… mucha paciencia. Es la personalidad que me desespera.


Gloria
Es la de gestos locos y divertidos. Es la que a veces, después de besarme, se queda mirando al vacio o me mira con los ojos muy abiertos… y luego me sonríe… y me besa de nuevo. Es la que dice “quiero esto” y al siguiente segundo, engreída y altiva, dice “no, ya no quiero”. Ella me divierte, aunque a veces quiera ahorcarla.


Malena
Mi preferida. Ella es dulce y cariñosa, dócil y juguetona. La que me da muchos besos y le gusta abrazarme y tomarme de la mano. La que se recuesta sobre mi hombro y que alguna vez ha jugado con mi pelo. La que al menos por unos instantes parece quererme aunque sea un poquito.


Alejandra
La salvaje. Es la de los besos apasionados, la que me deja marcas difíciles de ocultar, marcas que ella llama “heridas de guerra” y que mi cuello ha sufrido, y gozado, en gran medida. Ella es la que pasa sus manos, y guía las mías, por lugares prohibidos, que son nuestros preferidos.


La innombrable
Es la que va más allá de la salvaje. Con ella los límites se vuelven difusos, borrosos. O simplemente no hay límites. Es la que lleva las cosas siempre un paso más allá. La he conocido poco. Espero conocerla más.


Todos estos nombres, estas personalidades, convergen en una sola persona. En ella. Y esas formas de ser, cada una por separado y todas juntas a la vez, generan en mi diversas reacciones y sensaciones. Me alegra, me molesta, me desespera, me calma, me aloca, me excita, me da risa, me confunde, me encandila.

Ella tiene ojos divertidos y pestañas largas y bonitas; y tiene cabellos negros y crespos. También tiene una mirada entre pícara e inocente, y unos labios que se han vuelto mi destino preferido.

Ella es inteligente y divertida, y además, y sobre todo, está completamente desquiciada, fuera de sí, loca.

Y eso es lo que más me gusta de ella.

martes, 20 de mayo de 2008

Baile de despedida

Recuerdo a mi tía Jesús siempre alegre, siempre contenta y cariñosa, siempre con una sonrisa. La primera en llamar el día de los cumpleaños (cantando por el teléfono), la que siempre nos aconsejaba y nos hacía bromas. La que nos dejaba grandes manchas de lápiz labial en las mejillas, a mis hermanos y a mi, después de saludarnos siempre efusivamente. Una de las personas con más luz que he conocido en mi vida.

Le encantaba bailar, sobretodo cuando íbamos con toda la familia, en enero, a Trujillo, de donde es mi papá. Ahí, durante las fiestas que siempre había, ella era feliz, y bailaba y bailaba con mis tíos, hasta el amanecer. Yo me iba a dormir y ella seguía bailando, y al día siguiente la encontraba nuevamente despierta y radiante, y siempre sonriendo.

Todos esos momentos pertenecieron a mi niñez e inicios de juventud, pero se vieron truncados debido a riñas familiares, en los que mi tía no tuvo que ver directamente, pero que afectó la relación con mi familia. Así, dejé de verla algunos años. Sin embargo, pasado un largo tiempo, se retomó el contacto.

Fue entonces cuando nos enteramos que ella estaba enferma. Tenía cáncer.

Mi papá y su esposa fueron a verla, y cuando regresaron me dijeron que mi tía estaba realmente grave. Entonces, a los pocos días, mis hermanos y yo fuimos a visitarla, porque pese a que no habíamos tenido contacto por mucho tiempo, siempre la recordábamos con cariño.

Cuando llegamos a su casa, estaba durmiendo. En la habitación estaba ella, uno de mis primos echado a su lado, y mi tío. Mientras conversábamos con voz muy baja, miraba de rato en rato a mi tía. Estaba muy delgada, se le veía débil, respiraba con dificultad y tenía un gesto de angustia en el rostro, acrecentado por lo demacrada que estaba. Había perdido el brillo que siempre la acompañó.

Al despertar, nos miró a todos. Al principio no nos reconoció, pero después dijo “hijos” (como siempre nos decía) y sonrió.

Yo sabía que era una sonrisa honesta, cariñosa, pero su rostro no lo demostraba muy bien. Fue, en ese momento, la sonrisa más triste del mundo; pero a la vez la más sincera.

Mis hermanos y yo nos acercamos a saludarla. Mientras la abrazaba, tratando de no hacerlo con mucha fuerza, pero si con cariño, le dije: “hola, tía, tanto tiempo si vernos”. Y entonces iba a decirle el típico “cómo está”, pero callé a tiempo. No quería preguntarle eso, no hacía falta preguntárselo. Mi tía estaba muriendo. Lo vi en sus ojos, lo notaba en su voz, en el ambiente.

Estuvimos un rato más al lado de ella, conversando en voz baja, mientras volvía a recostarse en la cama. A los pocos minutos vinieron algunos quejidos, era la muerte que asechaba nuevamente. Le dieron de comer, pero al poco rato devolvió todo lo comido. El dolor pareció aumentar y tuvieron que inyectarle calmantes. Todo era muy doloroso, triste. Cuando mi tía se calmó y se quedó dormida nuevamente, mis hermanos, mi papá y yo nos fuimos.

Todo el camino de regreso a casa fue en silencio. Lo único que mi papá nos dijo era algo que ya era demasiado obvio: el cáncer era terminal, y ya estaba en la última etapa, por eso estaba en su casa, porque ya no había mucho por hacer.

A los pocos días, nos enteramos que Fernando, uno de los hijos de mi tía Jesús, llegaba de Estados Unidos. Fernando era el hijo más querido por mis tíos, el más cariñoso.

Esa mañana, cuando llegó, no lo hizo solo. Había contratado músicos y le llevó una serenata. Entonces mi tía, que hasta el momento había estado echada en la cama, rodeada como siempre por sus otros dos hijos, en total silencio, sólo abriendo los ojos de rato en rato, se levantó.

Mientras abrazaba a primo por varios segundos, los músicos empezaron a tocar. Mi tía sonreía. Después de mucho tiempo, la noté feliz, algo de la luz que siempre tuvo había vuelto. Incluso dio unos pasos y bailó con mi primo.

El resto de mi familia sonreía, pero al mismo tiempo, puede ver que tenían los ojos llorosos. Todos la animaron al máximo. Parecía que la vida había vencido esta vez, que la muerte se había rendido.

Lamentablemente, esa misma noche, mi tía empeoró. Al día siguiente, en la tarde, mi papá llegó a mi casa a buscarnos a mis hermanos y a mí. Nos dijo que teníamos que irnos inmediatamente a ver a mi tía.

Las siguientes horas fue una larga y tormentosa espera. Era eso. Aunque nadie lo decía, sabíamos que mi tía estaba a punto de partir, y sólo quedaba esperar.

Desde la noche anterior había permanecido todo el tiempo dormida, casi sin moverse, sólo esperando.

La última vez que la vi con vida, esa noche, mi tío estaba sentado a sus pies, y sus hijos a los costados, hablándole en voz baja, recordando viejos tiempos.

Después de varias horas, mis hermanos, unos primos y yo, fuimos al primer piso a comer algo, y nos quedamos en la sala, conversando. Hasta que bajó mi papá. Tenía el rostro descuadrado y los ojos rojos. Nos dijo: “suban”, y después quiso decir algo más, pero no pudo. No hacía falta. Mi tía había muerto.

Cuando entré a la habitación vi a mis primos besando en la frente a mi tía, como despidiéndose, mientras mi tío le tomaba una mano y le decía algo, casi susurrándole.

Todos estábamos tristes, pero a la vez resignados. Sabíamos que ese momento llegaría pronto, que no podíamos impedirlo. Mi tía ya podía descansar, no sufría más. Entonces alguien recordó lo bien que se le veía el día anterior en la mañana, y todos asintieron.

Nos quedó el alivio de haber despedido a mi tía con alegría, como siempre había vivido. Y nuevamente recordamos la mañana anterior, cuando la vimos sonreír, cuando ella nos dio su luz por última vez, cuando nos regaló ese baile de despedida.

domingo, 11 de mayo de 2008

Pequeñas infidencias: Placer disfrazado de amor

Mario y Amalia se conocen desde niños. Estudian en el mismo colegio, y juntos, descubren algunas cosas, entre ellas las relaciones de noviazgo y, quizás, al inicio, el amor. También descubren el sexo y lo explotan al máximo, tanto que nunca han podido olvidarse.

Varios años después están en un cuarto de hotel, después de tener sexo. Están exhaustos. Mario observa el techo mientras siente deseos de marcharse. Amalia se recuesta sobre el pecho de este y después de unos segundos le dice que tiene que irse (pues es lo que realmente desea hacer). En el fondo ambos están aliviados de que este momento post sexual termine rápido.

Mario y Amalia tienen estos encuentros esporádicos desde hace años, pese a que ambos tienen pareja, y pese a que la relación de Amalia se está volviendo seria.

De vez en cuando se excusan diciendo que la vida no permitió que siguieran juntos, aunque ellos, secretamente, están agradecidos de ello.

A veces Mario es el que propone, y a veces Amalia. Lo hacen porque de alguna manera se necesitan y les gusta ese sabor a lo prohibido.

Amalia se despide y le dice que hablan luego; Mario le dice que la llama en estos días. Es el discurso de siempre, ambos saben que es mentira, que se contactarán únicamente cuando quieran sentir esa adrenalina de nuevo.

Pasan los días. Mario y Amalia se encuentran en el Messenger. El propone salir a tomar algo, dice que ansía estar con ella. Ella acepta, y le dice que siempre quiere verlo, que lo extraña. Los dos saben que lo que desean, en realidad, es otra cosa, y que después de un par de cervezas el destino será un hotel.

Así sucede. Beben un rato, conversan de cualquier cosa, y luego van, inquietos y ansiosos, hacia una nueva cama, en una habitación cualquiera, en la que otras tantas parejas se han entregado a esos placeres sin compromiso, prohibidos y ocultos, que muchas veces son los mejores.

Después de entregarse apasionadamente están, nuevamente, esperando el momento de marcharse. Amalia besa en los labios a Mario, quien entonces le dice, sólo por decir algo, que la quiere, y la abraza, deseando, en el fondo, que esa sea una buena forma de despedirse. Pero Amalia tiene una noticia que darle. Le dice que hace unos días su enamorado le pidió matrimonio, y ella aceptó. Es una mujer comprometida.

Mario sonríe, en realidad no le importa mucho dejar de verla, salvo por las urgencias sexuales. Pero trata de mostrar interés y le pregunta qué pasara entre ellos, si se seguirán viendo o ya no. La única respuesta que recibe es: no sé.

Saliendo del hotel Amalia le dice a Mario que lo mejor será que no se vean por un tiempo, que necesita pensar bien las cosas, que lo quiere y no desea que ninguno de los dos salga dañado. Mario acepta.

Sin embargo, antes de que se cumpla una semana, Amalia llama a Mario y le propone salir a tomar algo; le dice también que con él se siente bien. El acepta y le dice que estaba pensando en ella. En ambos casos, todo es mentira.

Entonces nuevamente llevan a cabo esa pequeña y rápida puesta en escena en la que sólo salen como amigos, para después entregarse al sexo y decir cosas que no sienten, y dar muestras de un cariño inexistente, con el único afán de prolongar al máximo este placer disfrazado de amor.

lunes, 21 de abril de 2008

El primero de esos recuerdos

De niño, yo vivía con mi mamá, mi abuela y mi hermana; y rodeado constantemente por mis primas y tías maternas (a quienes ya no quiero). A mi papá, lo veía a diario, pero sólo un rato; y a mi hermano, algunas veces, los fines de semana.

Debido a ello, a la constante presencia femenina en mi vida, era demasiado consentido y sobreprotegido. Y creo que eso fue lo que forjó mi forma de ser e hizo que sea retraído y callado (mas no afeminado, siempre es bueno aclarar), y bastante tímido también (aunque ahora ya no lo soy tanto).

Por ello, por esa forma de ser, solía parar en mi mundo, imaginando cosas, situaciones y seres.

Para colmo, por mi casa no había gente de mi edad, y los únicos amiguitos que tenía eran del kínder, pero ninguno vivía cerca, así que yo pasaba las tardes simplemente alucinando cosas.

Sin embargo, una nueva vecina llegó, y se hizo amiga de mi mamá. Entonces me enteré que había llegado otra persona de mi edad. Pero había un problema, esa persona era una niña.

A los seis años, rodeado siempre de mujeres, conocer a una niña no era algo que me emocionara. Es más, ni siquiera quería conocerla.

Pero a mi mamá esto no le importó y me llevó a su casa. La niña se llamaba Sofía.

Recuerdo que al principio, en casa de la vecina, mientras ésta y mi mamá conversaban Sofía y yo permanecíamos sentados al lado de nuestras respectivas madres, sólo mirándonos de vez en cuando, pero muy callados.

Así pasaron los días, hasta que nos vimos forzados a sentarnos sólos, uno al lado del otro, pero no sirvió de nada, pues mientras ella jugaba con sus muñecas, yo hacía lo mismo con mis carros o con el playgo.

Pasada una semana, creo que mi mamá y la vecina se dieron por vencidas, porque no insistieron más. Así que cada uno iba por su lado, sin prestarle mayor atención al otro.

Hasta que un día, cuando estaba en el jardín de mi casa que daba a la calle, mientras probablemente estaba observando hormigas o construyendo algo, noté que Sofía pasó y me sonrió, pero yo bajé la mirada y seguí en mis cosas.

De pronto, ella regresó corriendo y me llamó y me dijo, algo agitada, que la siguiera que tenía que ver algo. Al principio no le hice caso, pero ante tanta insistencia, la seguí.

Sofía se detuvo al lado de una tapa de desagüe, o algo así, y me dijo que mirase por la rendija. Fui ahí cuando vi que un ratoncito de color blanco asomaba el hocico. Entonces me quedé sorprendido y vi a Sofía muy emocionada, moviendo los brazos, pidiendo que abra la tapa. Lo intenté, pero no pude.

Desde ese día, todas las tardes íbamos a jugar con ese roedor, dándole comida o molestándolo con alguna rama, pero nunca pudimos verlo en “cuerpo entero”. Sólo veíamos su bigotudo hocico y nos moríamos de la risa.

Gracias a ese bicho, tomamos confianza y nos hicimos amigos. Aunque claro, siempre era Sofía la que pasaba por mi jardín, buscándome, mientras yo me “hacía el loco” y simulaba estar haciendo otra cosa cuando ella llegaba, aunque en realidad estaba esperándola.

Todo aumentó cuando nuestras mamás no nos dejaban jugar con ese animal porque era sucio y asqueroso, según ellas. Entonces Sofía y yo nos volvimos cómplices, y al menor descuido, corríamos a jugar con nuestro pequeño amigo.

El resto del tiempo, cuando Sofía me hacía caso, lo pasábamos sentados en el pasto, jugando, hablando de no sé qué o viendo televisión, y cuando ella era la que decidía, corríamos como locos, aunque yo moría a los 5 minutos, debido a los bronquios.

La imagen que tengo de Sofía es una: vestido largo con florcitas y una cinta en la cintura; zapatos blancos que siempre terminaban sucios y una vincha que trataba de mantener en orden su pelo larguísimo, negrísimo y lacio.

Por esa época recuerdo que leía comics y algunos cuentos infantiles, y luego se los contaba a Sofía y ella me miraba, sentada sobre el jardín, riéndose mucho cuando hacía algún gesto que representara la acción.

Así, poco a poco, las tardes se convirtieron en mis momentos preferidos, y recuerdo que estaba intranquilo hasta que Sofía salía de su casa, siempre sonriente y lista para jugar a lo que sea, recién entonces yo era feliz.

Aunque a esa edad yo no me daba cuenta, fue con Sofía que empezó a formarse mi carácter tonto y enamoradizo. Porque si, debo admitir que siempre he sido como una quinceañera (versión masculina), que se enamora de una chica que ve aparecer de la nada, de sus ojos, sus labios, su voz, o cualquier detalle, y empiezo a alucinar toda una historia con ella, aunque sé que probablemente nunca más la veré.

Pero bueno, la cosa es que la chiquita me gustaba, o algo así, porque a esa edad aun no se sabe muy bien qué es eso, y además estaba eso de la timidez extrema.

Y así como Sofía fue la primera muchachita que hizo que sintiera algo, fue también la primera que se fue. La primera que me hizo imaginar mil historias y sentirme en el aire, para después dejarme totalmente bobo y abandonado.

Claro que eso no fue decisión de ella. Lo único que supimos era que tenía que mudarse, y que en una semana se iría. Me sentía triste, tristísimo. Y entonces hice algo que, la verdad, no recordaba, pero ahora que viene a mi mente me sorprende.

Recuerdo que le escribí una carta a Sofía. No tengo idea de lo que escribí y no puedo imaginarme que pude haber escrito a esa edad. Sólo sé que tenía pensado darle la carta el último día. (Años más tarde, ya de joven, haría otra carta, para otra persona. Algo que, tal vez, algún día contaré).

Cuando ese momento llegó, me moría de la pena y los nervios, hasta que Sofía le rogó a su mamá que nos dejara ir a ver al ratoncito, para que se despida de él. (Se me vino toda la nostalgia mientras escribí este párrafo).

Ahí nos quedamos, jugando un ratito, mientras yo tenía la carta en el bolsillo. Hasta que nos llamaron. Entonces Sofía me miró y me dio el más dulce abrazo de mi vida. Y yo le respondí, totalmente rojo y nervioso, con un besito, para después salir corriendo muerto de la vergüenza. Corrí y corrí, pese a los bronquios, con la carta ya en ese momento en mis manos y los ojos aguados.

Cuando ya no pude seguir, me quedé sentado en un parque por un largo rato, hasta que apareció mi papá, que justo había llegado a verme. Y supongo que mi mamá le había explicado, porque solo me sonrió y me cargó, sin decirme nada. Creo que esos silencios, en esos momentos, siempre se agradecen.

Cuando llegué a mi casa Sofía ya se había ido. Fui a mi cama y lloré un rato, para después quedarme dormido. Después de eso volví a mis tardes solitarias y empecé con los recuerdos y con los mundos inventados, muchas veces ideales.

Así pasaron los años, y no volví a ver a Sofía.

Pero conforme pasó el tiempo, me fui dando cuenta, cada vez más, que gracias a un ratoncito, y sobretodo gracias a Sofía, fue (mal que bien) que escribí mis primeras líneas.

Y gracias a ella, también, aprendí que un cariño sincero, aunque sea temprano, permanece toda la vida, y no sucumbe al tiempo ni al olvido.

viernes, 11 de abril de 2008

Encuentros eternos

(He intentado escribir esto con un estilo distinto. A ver si se nota la diferencia con post anteriores o si se parece a “lo de siempre”. Bueno, ojala al menos se entienda).


Después de leer algunos posts antiguos, me di cuenta que casi siempre he escrito las cosas que me han dejado mal parado. Por eso decidí escribir esto, porque no siempre me va mal en todo, o al menos no del todo, que, creo, ya es bastante.

Por ejemplo, con María me fue bien; o en realidad me fue más que bien, me fue extraordinario. Aunque claro, como es una constante en mi vida, todo terminó muy rápido, porque duró dos semanas. Pero bueno, fueron dos semanas inolvidables, eso no se puede negar. Y fue durante esas dos semanas que tuvimos nuestro segundo encuentro.
Ahora explico porqué segundo.

María y yo nos conocimos creo que desde siempre, pues nuestras familias eran – y son – “amigas” (ambas del norte de Perú). Así que cada vez que nosotros íbamos al norte, o ellos venían a Lima, la pasábamos juntos, y jugábamos o corríamos por ahí todo el tiempo, sobre todo cuando éramos muy niños.

Recuerdo que así, entre juego y juego, llegó nuestro primer encuentro, que fue distinto al segundo, pero parecido también.

Teníamos 11 o 12 años y juntos descubrimos, escondidos, algunas cosas nuevas, sorpresivas, quizás intensas, pero dulces, eso si. Ese fue nuestro primer encuentro porque fueron varios días, y algo gracioso que me viene a la mente ahora es que a la hora de comer nos poníamos nerviosos y no hablábamos, sino que engullíamos todo, sin mirarnos, para después salir corriendo de la casa, a “jugar”. Ahora recuerdo todo eso con cariño y con alguna sonrisa. Y se me vienen más recuerdos, pero mejor lo dejamos ahí, porque mejor paso a lo del segundo encuentro y a su diferencia y similitud con el primero.

Después los viaje disminuyeron y aunque entonces nos vimos menos, siempre hubo complicidad y gran confianza, pero nunca tuvimos oportunidad más que para un besito travieso y fugaz, casi como jugando.

Y así pasaron algunos años hasta nuestro segundo encuentro, que fue, como ya dije, distinto al primero, pero muy parecido también.

Supongo que no se comprende muy bien esto de “distinto pero parecido”, pero creo que al final se entenderá.

María y sus padres se iban a vivir a España, a Madrid para empezar. Y creo que estuvieron en lo correcto con eso de “para empezar”, porque ahora ya no están en España, sino en Inglaterra, según supe la última vez.

Pero bueno, la cosa es que se quedaron poco más de dos semanas en mi casa y todo fue genial y dulce y nuevo y dulce otra vez y otras cosas también.


(Y acá viene un pequeño, pero creo que necesario paréntesis. En el post pasado conté mi triste y eréctil historia con Mary, y que ella también se quedó en mi casa y que casi pasa algo con ella. Bueno, lo que quiero explicar es que no con todas las que vienen a mi casa o se quedan unos días, pasa lo mismo, solo pasó con estas dos, aunque claro, fueron situaciones totalmente distintas. Así que ninguna señorita que venga, o quiera venir, tema por su integridad, a menos quiera, claro).


Cuando llegaron, no podía creer lo linda que estaba María. Siempre lo había sido, pero después de pasar un tiempo sin verla estaba preciosa, y había crecido mucho, y todo le había crecido mucho también. Creo que es la chica más linda con la que tenido algo. No, no creo, estoy seguro.

Recuerdo que el primer día fue todo tranquilo solo retomando algo de confianza, lo que al principio fue algo difícil por lo deslumbrado que estaba, pero con el paso de las horas todo fue como antes.

Al segundo día salimos, porque felizmente yo era el encargado de entretener a la hija de “mis tíos” (de cariño), y ahí si, a solas, comenzó nuestro segundo encuentro. Todo empezó como jugando, aunque suene como canción vieja, pero es la verdad. Entre las bromas y risas de siempre vinieron los roces de mano, los abrazos y luego besos, miles y más lindos e inolvidables cada vez. Y así nos pasamos la tarde y parte de la noche, y creo que así nos hubiéramos pasado la vida, si nos dejaban. Pero no. Siempre teníamos que regresar. Aunque al final, por paradójico que parezca, ya no quisimos salir de la casa. Ahora explico.

Ya al día siguiente volvimos a salir, pero esa vez además de la ternura y el cariño con que nos tratábamos, había algo más, algo que no estuvo presente cuando éramos muy niños: las hormonas; o lo que sea que causa la excitación. Si, era eso, excitación, lo demostramos y lo hablamos, claro que entre risa y risa. Recuerdo que cuando conversamos de ello, María me dijo “ay te pusiste nervioso, estás temblando”, y tuve que recordarle mi tembladera eterna y entonces me dijo “ah verdad, cómo pude olvidarlo” y nos reímos y le dije que por ella me temblaba el corazón, y otras cosas más, en fin, cosas que uno dice en esos momentos y que después recuerda con cierta vergüenza, pero que siempre diré que son frases necesarias en esos momentos.

Lo cierto es que teníamos que regresar a mi casa y entonces, después de comprobar “superficialmente” que a María las hormonas la estaban afectando mucho, le propuse, con todo el miedo del mundo, que me “visitara” en la noche. Felizmente ella aceptó, claro que después de poner cara de indignación solo para verme sufrir un ratito, porque según ella, así, después de sufrir un poquito, se disfrutan más las cosas. Recuerdo que el resto del camino la pasamos discutiendo, abrazados, ese tema. Yo decía que no, que mejor es simplemente disfrutar, pero María insistía y me decía que no la contradijera que ya vería que tenía razón. Aun espero que tenga razón.
Así empezó todo este segundo encuentro y creo que ya se puede notar que era parecido al primero porque el cariño y la ternura siguieron, pero fue diferente a la vez, porque ya éramos grandes y experimentamos más.

A veces uno no cree en el destino y se queja por ciertas cosas, pero esa vez el destino, o un pésimo arquitecto, o quizás ambos, me ayudaron. ¿Por qué?, porque cualquiera que conozca mi casa sabrá que mi cuarto tiene dos puertas. Si, dos. Una da a la salita donde todas las puertas se encuentran, y la otra da a una habitación para visitas. Que era la habitación de María (porque sus padres se quedaron en otro cuarto).

Bueno, gracias al destino, a un pésimo arquitecto o lo que sea, María y yo pudimos encontrarnos esa noche y las siguientes, todas las que pudimos, todas las que tuvimos.

La primera estuvo llena de nerviosismo pero fue bonita, memorable. Recuerdo que al comienzo estábamos muy conscientes de que éramos personas que se conocían de toda la vida, y al principio fue algo extraño, pero después todo fluyó. Lo que vino después, los días siguientes, fue un desbande total, una sobredosis de cariño, que, creo, es la mejor sobredosis que hay.

Esas dos semanas fueron inolvidables. Cuando salíamos íbamos de la mano, felices sin nadie que nos conociera, y en mi casa, escondidos, pero contentos.

Y debo confesar que quizás por una extrema excitación o porque en el fondo sabíamos que teníamos poco tiempo, hicimos el amor dos veces por día durante dos semanas, e incluso algunos días fueron tres. Es cierto. Como también es cierto que perdí muchos kilos, y me quedé muy débil porque casi ni comía. Pero valió la pena.

Recuerdo que lo hacíamos en la mañana, cuando todos estaban fuera, y a veces en las tardes, cuando había oportunidad. Pero las mejores ocasiones eran en las noches, cuando todos dormían.

Yo dejaba la puerta que daba a su cuarto entreabierta, y con la luz apagada simplemente esperaba por ella, muy ansioso, hasta que ella aparecía, con su ropita chiquita, siempre tan fácil de sacar, y me decía que yo tenía suerte que fuera verano, porque sino vendría con buzo y chompa, y yo le decía “ojala qué siempre sea verano en nuestra cama”, y ella solo reía, arrugando la nariz. Y otra vez esa frase de la cama me parece algo tonta, pero, como ya dije, en esos momentos eran frases necesarias.

Recuerdo también una noche que casi nos descubren, y pensamos acá se acabó todo, o acá se acabaron nuestras vidas, pero felizmente logramos salir airosos del percance. Era casi medianoche cuando el papá de María había ido a buscarla a su cuarto, y nosotros lo escuchamos. Después vino a mi cuarto, no sé si sospechando algo, o solo por preguntar, pero tuve que abrirle la puerta y decirle que tampoco sabía dónde estaba, aunque claro que lo sabía, la tenía dentro del closet de mi cuarto. Lo único que se me ocurrió fue decirle a su papá que la busque en la cocina y eso hizo, fue cuando María aprovechó para salir por la otra puerta y encontrarse con su papá para decirle que estaba tomando agua.

Si, esa vez estuvo cerca. Nos quedamos asustadísimos, pero eso no impidió que termináramos lo que habíamos dejado. “No dejes las cosas a medias” me dijo esa noche María, con una media sonrisa y sus ojos traviesos; “lo que se ha quedado a medias, con el susto, es mi erección”, le dije tratando de ser divertido, y luego la abracé y entonces si que no quedo nada a medias.

Y recuerdo otra noche en que casi también nos descubren fue cuando nos quedamos totalmente dormidos y ya amanecía, pero felizmente nos despertamos, mi erección y yo, aunque no sé si en ese orden, justo a tiempo para darme cuenta que el sol ya salía y que era mejor postergar un nuevo round para dentro de unas horas y enviar a María a su cuarto.

Y ahora recuerdo otras cosas de esas “noches secretas”, como las llamaba María, otras situaciones intensas y divertidas, otras frases algo bobas ahora pero necesarias en su tiempo, y tantas otras cosas, pero creo que eso no lo contaré. Es bueno siempre tener recuerditos secretos.

Cómo son las cosas, tantas anécdotas en tan poco tiempo, porque a veces así es la vida, te da de porrazo una gran dosis de buena vida, y ya depende de uno aprovecharla, o lamentarse por no hacerlo (como usualmente me ha pasado). Yo aproveché esa oportunidad, estoy seguro de ello.

También hay recuerdos fuera de mi cuarto, fuera de nuestra “base de operaciones” como le llamamos por esas dos semanas. Como cuando un día salimos a comprar gaseosa para el almuerzo en casa y por alguna razón lo olvidamos y regresamos 4 horas después, porque habíamos estado caminando y hablando.

O cuando tomamos más de la cuenta, por Miraflores, y no paramos hasta quedarnos sin un sol, porque toda la noche fue un brindis más que esto no se acaba, aunque sabíamos que ya se acaban las dos semanas; pero eso no importaba, aunque no tuviésemos como regresar a mi casa.

O ir al cine y no ver la película en absoluto y luego no saber qué decir cuando nos preguntaban en casa si nos había gustado y si habíamos caminado mucho porque estábamos muy agitados.

O los “besos picantes” de María, que solo me daba después de que salíamos a comer y ella probaba cantidades industriales de ají.

O… mil cosas más. En fin, tantas cosas que podría contar, pero esto no se acabaría nunca.

Lo que si se acabó fueron las dos semanas, y lo tomamos con mucha calma la verdad, aunque claro, también con cierta tristeza, porque ahí hubo mucho cariño, y perder eso duele, y duele hasta ahora, pero uno aprende a vivir con ello.

Ahora que lo recuerdo todo, sé que fue un lindo segundo encuentro, y no sé si habrá un tercero, eso nunca se sabe, eso depende de los tres, de María, de mi y del destino, y este ultimo siempre trae sorpresas, así que lo más seguro es que quién sabe.

Lo que si sé es que siempre recuerdo a la bella María, y no me avergüenza decir que a veces, en las noches, la busco en mi closet, con la esperanza de que esté ahí, escondida, esperándome.

miércoles, 2 de abril de 2008

I am so sweet

Conozco a Mary de manera inusual. Ha llegado a Lima y se queda en mi casa por unas semanas junto a su enamorado, Paul, con quien hice intercambio escolar tiempo atrás. Son de Estados Unidos.

Mary es alegre, inteligente y muy suelta. Es alta, pelirroja y tiene unos ojos celestes que siempre parecen divertidos.

Tomamos confianza rápidamente. Me cae bien. Me divierto con ella. Paul, en cambio, es apático, parece siempre aburrido; pero trato de que todo vaya bien. Años atrás, la relación, o amistad – si tal cosa existió –, entre Paul y yo no terminó de manera adecuada, por lo que ahora intento arreglar las cosas y, si no nos vemos más, que al menos todo haya terminado de forma pacífica.

Pasan los días y la relación entre Mary y yo mejora aun más. Ella duda mucho al hablar español, así que llegamos a un tipo de comunicación extraña: ella me habla casi todo el tiempo en ingles y yo hablo en castellano. Paul, por su parte, cuando no salimos, está en la PC todo el tiempo, viendo carros.

Vamos a los típicos lugares turísticos, y también a bares a beber diversos y variopintos tragos. También hemos salido a discotecas con otros amigos, y ahí Paul ha bebido más de la cuenta y Mary y yo hemos conversado y bromeado, llegando a temas sexuales. Una noche, en Barranco, ella me saca a bailar, y después de negarme fallidamente, salimos a la “pista”. Paul es un despojo humano debido a lo ebrio que está, así que trato de aprovechar un poco la situación. Sin embargo, es Mary quien toma la iniciativa, y a los pocos segundos eso deja de ser un baile, para convertirse en una mezcla de roces y toqueteos realmente descarados. Y yo feliz. Pero es tarde y todos quieren irse ya, así que tenemos que partir. Entonces pienso que en la próxima salida “la hago” de todas maneras.

Al día siguiente, vamos junto a unos amigos al centro de Lima. Ahí Mary y yo conversamos toda la tarde, y la pasamos muy bien, a ratos parece que yo fuera su enamorado y no Paul, que va siempre a paso lento, como aburrido de todo y prefiere hablar con los demás y fumar. En algún momento me siento mal, porque me dicen que soy mal amigo, pero luego pienso que en realidad Paul no es mi amigo, solo un compañero, o algo así, y que además yo no estoy forzando nada, solo me estoy “dejando llevar”.

Y así pasamos los días, conversando, bromeando y riendo todo el tiempo.

Tres días antes de que Mary y Paul continúen con su viaje, salimos una vez más. Nuevamente con otros amigos.

Y otra vez Paul se emborracha y otra vez Mary se acerca, pero esta vez de manera más directa, demasiado directa.

Empezamos a bromear y cuando Paul está en el baño, ella se sienta en mis piernas y rodea mi cuello con sus brazos, y yo no sé que hacer. Pero una amiga (mía) no nos deja seguir. Rato después, Paul sale de la disco a tomar aire. Yo pido una Frozen Margarita y después de unos sorbos me siento y coloco la copa entre mis piernas. De pronto, Mary se acerca. Mira la copa y nota que mis manos están temblando. Me pregunta qué pasa, y le digo que no se preocupe, que yo siempre tiemblo. Es cierto, mis manos siempre tiemblan un poco. Entonces Mary hace algo que nunca olvidaré: lame el borde de la copa mientras yo aun la tengo sobre mis piernas, a la altura de mi “pequeñez”. Lo hace sin dejar de mirarme, y con una sonrisa increíble. Después, introduce la lengua en el trago y revuelve el hielo con ella mientras me mira a los ojos y yo estoy totalmente sorprendido e inflamado. Pero nuevamente, la misma amiga viene a mi “rescate”, aunque yo quiero matarla.

Todo es demasiado extraño, así que decido emborracharme para tener más valor y poder reaccionar ante las arremetidas de Mary.

Mary me saca a bailar (porque yo nunca saco a bailar) y empieza a decirme que a ella le encante el sexo, y que ha sido el mejor sexo de muchos chicos. En ese momento yo estoy totalmente “rígido” y listo para lo que venga, pero, como siempre, actúo con lentitud, sin decirle nada oportuno en el momento. Lo único que hago para compensar mi silencio es hacerme el loco (aunque se supone que ya estoy loco) y sacar un halls. Pero Mary continúa y me pide uno, así que yo le muestro, a manera de broma, el que tengo en la boca y ella me lo saca con un beso, mientras usa su larga y escurridiza lengua para tomar el caramelo. Yo me quedo sorprendido.

Y entonces pasa lo que casi siempre me pasa.

Yo no sé si es debido a mi torpeza y lentitud en estos temas, o a que tengo mala suerte, o a que de alguna manera u otra respeto mucho (porque cualquier otro se la hubiera llevado a la cama hacía rato), o quizás la mezcla de todo esto… quién sabe. Pero bueno, Paul entra justo en ese momento, y felizmente no nos ve, pero todo se interrumpe. Todos nuestros amigos se reagrupan, ya no hay oportunidad de nada y yo me siento un tonto.

Ya en mi casa, no hago más que dar manotazos de ahogado. Paul se queda dormido al segundo. Entonces yo espero a que Mary entre al baño – que está al lado de mi cuarto – para hacer el último intento.

Espero unos minutos como un idiota, tratando de hacerme el distraído, hasta que ella llega. Entra al baño y permanece unos minutos. Cuando sale me mira y yo solo le hago un gesto con las cejas, mientras retrocedo y me siento en mi cama.

Mary se acerca. Yo solo le sonrió mientras la sangre empieza a bajar nuevamente. No digo nada. Entonces escuchamos que Paul tose y luego oímos algunos pasos.
Mary me da un beso cortito, fugaz y me dice “you are so sweet” y luego me da una palmadita en la mejilla, y se va.

Y yo me quedo pensando toda la noche en las cosas que debí decir o hacer y me doy cuenta entonces que debo dejar de pensar tanto y actuar más, para no terminar así, como tantas otras noches, con oportunidades perdidas y erecciones vanas.
Y me doy cuenta que soy un perfecto cojudo.

Pero al menos, me queda el consuelo de ser un cojudo dulce.

lunes, 24 de marzo de 2008

Extrañas primeras veces

Es de madrugada. Humberto, Germán, Daniel y yo estamos en mi casa. Estamos ebrios. Nos conocemos – realmente – de toda la vida. Somos grandes amigos. De un momento a otro, supongo que por la borrachera, pensamos en salir, pero no sabemos a dónde. De pronto, a alguien se le ocurre que ya es hora de que Daniel pierda la virginidad. Es el único virgen del grupo. Así que sin decirle nada lo llevamos a un prostíbulo que conoce Germán. En el camino, le contamos lo que vamos a hacer. Al principio dice que no, que el prefiere esperar a una chica que no cobre, pero luego le grita al taxista: “maestro voy tirar”. Todos nos reímos, Daniel está más borracho que todos, como usualmente ocurre. Llegamos al local. Entramos. Hay 4 o 5 chicas que se quedan mirándonos a la espera de que las escojamos. Daniel duda, parece que no quiere. Germán, gran conocedor de estos locales, lo anima, y se anima también. Escoge a una chica y pregunta por otra. Le dicen que está “atendiendo”. Germán le dice a Daniel que espere a que salga esa chica. Daniel no responde. Humberto y yo decimos que pasamos, que no queremos “atendernos”. A los pocos minutos que Germán entra con una de las chicas al cuarto, sale la destinada a Daniel. Germán asoma la cabeza por la puerta y ve a Daniel aun dudando, y le grita: “oye apúrate pues, mira que a mi me tocó la más vieja”. Humberto y yo nos morimos de la risa, y entonces las señoritas meretrices nos dicen que si no vamos a atendernos, por favor esperemos afuera. Salimos y dejamos a Daniel y Germán adentro. Después de algunos minutos, sale Daniel con una cara de borracho increíble, y nos dice: “sólo lo hicimos un ratito porque después ya no se me paró”. Entonces, Humberto y yo le damos nuestro apoyo brevemente, para después burlarnos por toda la eternidad.


Alberto y Cecilia son enamorados desde hace cinco meses. Se quieren. Han aprendido y descubierto muchas cosas juntos, menos una: el sexo. Pero el deseo ya está presente y se vuelve incontrolable. Una tarde, Alberto y Cecilia van a la casa de este, pues su hermano está en la universidad y sus padres trabajan hasta tarde. Entran al cuarto de Alberto y simplemente se dejan llevar. Se abrazan, se besan y las manos empiezan también a hacer su parte. Están nerviosos, pero ambos se dejan llevar por el momento. Alberto se sienta en la parte baja del camarote que comparte con su hermano y Cecilia hace lo mismo. Se miran por unos segundos y sonríen. Están nerviosos. Alberto toma la iniciativa y empieza a besar a Cecilia nuevamente. Esta vez se tocan más, y se echan en la cama. Se desvisten con torpeza, y lo hacen. Después se quedan desvestidos y abrazados, pero de pronto se oyen unos ruidos. Es el hermano de Alberto, Jaime. Alberto y Cecilia no saben que hacer, no tienen tiempo de vestirse, así que se esconden en el closet. Jaime entra junto a su enamorada. Se besan. Ella se pone de rodillas y le brinda placer. Luego se echan a la cama y hacen movimientos y piruetas insospechadas para Alberto y Cecilia, quienes consternados observan y aprenden.


Conozco a Marianella a través de unos amigos en el inglés. Parece que no le agrado y, probablemente por ello, ella tampoco me agrada. Salimos en grupo un par de veces. En una de esas oportunidades tomamos más de la cuenta. Marianella se emborracha y empieza a hablarme con total confianza y hasta con simpatía. Me da risa. La próxima vez que nos vemos, ya sobria, vuelve a la indiferencia. Unos amigos me cuentan que, según ella, no le caigo porque hablo poco y a ella le hablo menos, que parece que me aburre su presencia. En la próxima salida propongo ir a tomar. Todos dicen ya. Esta vez si hemos tomado más de lo debido. Cuando me doy cuenta Marianella y yo estamos conversando de lo lindo y riéndonos de no se qué. Cuando me levanto para ir al baño, ella me pregunta a dónde voy, cuando le respondo ella me dice que también quiere ir. Los baños están al fondo de una especie de pasillo. Cuando abro la puerta del baño, siento que alguien se acerca atrás mío, es Marianella. Me besa. Aprovecho la situación y toqueteo. Se deja. Sin soltarnos entramos al baño y nos metemos a un cubículo. La embriaguez me da valor y decido seguir hasta “el final”. Cuando recién empezamos a hacerlo (de pie), entra alguien. Es el encargado de limpieza. Pregunta si todo está bien, seguramente debido al ruido que hemos hecho. Yo le digo que si, y el hombre sale. Entonces, le digo a Marianella que tenemos que salir rápido, mientras me siento acongojado y aliviado a la vez. Acongojado porque no podré seguir disfrutando de esa primera y celestial experiencia. Y aliviado, porque gracias a la interrupción tengo una excusa para mi “primeriza rapidez”.

sábado, 15 de marzo de 2008

Lo que nunca sucedió


Es sábado por la noche y hemos salido con unos amigos a tomar algo. Después de un par de copas y de alguna sustancia ilícita, estamos – no sé muy bien cómo – en una discoteca.

Hay mucha gente y tenemos que permanecer de pie. Tomamos varias cervezas más y yo empiezo a sentir los estragos del alcohol. De pronto, mientras conversábamos de cualquier cosa, nos encontramos con una amiga, Carla.

Carla no está sola, viene con un grupo. Nos presenta, pero todos los nombres pasan desapercibidos para mí. Nos juntamos en un solo grupo.

Mientras seguimos bebiendo, empiezan a sonar un reguetón. Las chicas, como tontas, gritan. Una de ellas dice que quiere bailar, que se muere por bailar. Entonces Carla sugiere que baile conmigo. Lo hace porque sabe que odio bailar, no sé bailar y no quiero aprender a bailar. Todos apoyan su iniciativa. Mis amigos siempre hacen eso. En ese instante los odio, pero sonrío. El alcohol ha logrado uno de sus principales efectos en mi: me suelta, me relaja, así que después de tratar de zafarme con elegancia, y obviamente fallando, salgo a bailar – o a morir en el intento –. Mientras me alejo, Carla me dice “cuidado ah”, y sonríe.

Para suerte mía, sucede algo que siempre me ayuda cuando bailo: hay bastante gente. Eso significa que hay poco espacio para moverse. Mientras veo que los demás del grupo también salen a bailar, decido olvidar mi aversión al baile y pasarla bien.

La chica se llama Claudia. Se mueve realmente bien. Es agradable, tiene bonitos ojos, viste un jean extremadamente apretado y sigue al pie de la letra las libidinosas indicaciones del reguetón. Noto que está algo ebria. Me pego a ella, a ver qué pasa. No dice nada y sigue moviéndose divinamente.

Cuando termina la canción, nos damos cuenta que entre tanto movimiento nos hemos separado del grupo. Entonces yo, tontamente, sugiero ir a buscarlos, Claudia me dice que no, que sigamos bailando. Y así lo hacemos.

Después de dos canciones, en las que solo me he dejado llevar, y disfrutado de los movimientos de Claudia, vamos a comprar más cerveza. Cuando estamos en la barra, yo sugiero, supongo que debido a lo ebrio que ya estoy, tomar unos shots de tequila. Ella acepta.

Los minutos siguientes son una nebulosa. Solo recuerdo seguir bailando y conversando con Claudia, muy juntos, a momentos, demasiado juntos, riendo, jugueteando. Cuando me habla al oídos siento escalofríos; me gusta. Bailamos. Las manos, y otras partes, se juntan, se rozan. Entonces hay un beso, y otro. Pasan los minutos y nos encontramos afuera de la discoteca.

El aire fresco me despierta, me devuelve a la tierra. Claudia me sugiere ir a otro lugar, un lugar más tranquilo. Yo, una vez más, estúpido, le pregunto: ¿y los demás? Ella me dice que me olvide, que nos vayamos. Yo solo le digo que ya.

Mientras esperamos por un taxi, yo creo comprender lo que quiere, pero me da vergüenza estar equivocado. Así que le pregunto si sabe a donde vamos exactamente. Ella me dice que no, que puedo preguntarle al taxista por un lugar cercano.

Yo nunca hago ese tipo de cosas, así que sigo con las dudas, pero mi mente empieza a trabajar. Le digo que creo que sería mejor pasar por una farmacia primero. Ella me dice que si, como quiera… parece que se está cansando de mi estupidez. Entonces me dice “pero vamos ya”, y me dice un par de cosas más. Ahora si estoy 100% seguro.

Llegamos a un acogedor lugar (así suena más bonito que telo). Y lo hacemos.

Después conversamos un rato. Sus ojos brillan, se ven más bonitos, ella se ve bonita. Tiene una linda sonrisa. Su voz tiene algo de inocencia. Me gusta ese momento, siento una conexión. Pasan los minutos y nos quedamos dormidos.

Al rato y yo despierto. Tomo la coca cola que felizmente compré antes de llegar, y observo a Claudia. Se le ve dulce. Yo, como ya dije, no tengo ese tipo de encuentros furtivos usualmente, así que me emociono.

Claudia despierta. Tiene pechos pequeños pero firmes, tiene un ombligo graciosísimo, y unas caderas memorables. Mientras me habla, yo pienso en que quiero verla de nuevo, que me gusta.

De pronto se da cuenta de la hora y me dice que se tiene que ir, que su mamá la va a matar. Se viste presurosamente. Yo también me visto y pienso en la forma más adecuada de invitarla a salir, incluso de decirle que me parece linda y que me gusta, que quisiera conocerla más. Pero pienso demasiado, y no sé que decir.

Ya en el taxi, camino a su casa, no sé porqué me cuesta tanto invitarla a salir, sobretodo después de hacer lo que hicimos. Pero así soy yo, y mientras pienso, en un exceso de alucinación, en un futuro juntos, no digo nada.

En el camino conversamos, y surge la pregunta de la edad. Ella me dice que tiene 18, y yo le digo que tengo 21. Entonces Claudia dice algo que me conmueve y remueve en sobremanera: “ah, 21, la misma edad que mi enamorado”.

En ese instante me sorprendo, pero rápidamente sobrellevo todo, y le digo: “aah”. Mientras pienso que felizmente no le dije nada.

Ya cerca de su casa, pienso que si Claudia y yo hicimos lo que hicimos, ella no tendría problemas en encontrarnos de nuevo, pero entonces me dice que por favor no le cuente nada a nadie, que esto nunca pasó, que comprenda que si alguien se entera puede decírselo a su enamorado, y podría afectar su relación.

Esa última frase me causa gracia, quiero reírme pero me contengo, y le digo que no se preocupe, que jamás diré nada. Ella me agradece y se recuesta en mi hombro mientras pasa sus dedos por mi brazo. Yo solo le sonrío.

Llegando a su casa, y antes de bajar del taxi, me dice que ha sido un gusto, y que recuerde que eso nunca sucedió.

Mientras yo me dispongo a darle un besito en los labios, ella se apresura y me da uno en la mejilla, y después, junto a una gran sonrisa y un fuerte abrazo, me dice “chau, ya sabes, no digas nada”. Yo le respondo con otro “chau” y le digo que no se preocupe, que nunca pasó nada. Y cierro la puerta.

Por la ventana la veo hacerme un adiós desde la puerta ya abierta de su casa, y la encuentro nuevamente linda.

Levanto la mano y me despido mientras el taxi reanuda la marcha.

Rumbo a mi casa, mientras siento el viento en mi rostro, y presiento que voy a tener un fuerte dolor de cabeza debido al exceso de alcohol, pienso en Claudia, y las razones por las que quiere que esto “jamás haya sucedido”. Pienso también en sus ojos tan bonitos.

Pienso que quizás mi performance no fue la adecuada, no estuve a la altura (o medidas) de las circunstancias, o que de repente sólo fue un desliz de su parte, que ella quiere a su enamorado. O, finalmente, pienso que tal vez es una mezcla de todas estas razones.

En el fondo sé que no es eso. Sé, en realidad, que en cosas de amor y sexo nada es seguro, que lo que pasó hoy, puede darse de la misma manera pero terminar diferente mañana, y que al final uno nunca sabe para quien trabaja.

Pero con todo y ello, volvería a pasar unas horas con Claudia, solo para poder contemplar una vez más sus hermosos ojos cafés, y poder hacer nuevamente lo que hicimos. Y más. Aunque después tenga que olvidar todo, y tenga que decir que eso nunca sucedió, o simplemente, como tantas otras veces, tenga que callar y contentarme después, con sentarme a escribir y recordar.

jueves, 6 de marzo de 2008

Confieso que...


· Confieso que duermo con la televisión prendida porque tengo miedo.

· Confieso que soy fácilmente “erectable”.

· Confieso que la parte que más me gusta de una mujer es su “backside”.

· Confieso que a veces veo películas bobas y “románticas”, sobretodo las de Drew Barrymore y Julia Stiles (e incluso suspiro).

· Confieso que en la noche del temblor / terremoto de Agosto, mi papá, mi hermano y yo dormimos en el carro.

· Confieso que cuando veo sangre, me dan mareos.

· Confieso que pierdo la paciencia rápidamente y me pongo de mal humor.

· Confieso que alguna lágrima se me ha caído escribiendo algunas cosas.

· Confieso que no he sido un bue hijo.

· Confieso que aunque muchas veces me siento mal, trato de esconder todo al resto haciendo bromas estúpidas o hablando cosas sin sentido.

· Confieso que casi siempre quiero golpear a las personas que dicen “por algo pasan las cosas” o “Dios sabe porqué hace las cosas”.

· Confieso que he pensado en el suicidio.

· Confieso que siempre pienso en la muerte.

· Confieso que creo que voy a morir joven.

· Confieso que no creo en Dios. (Al menos no en un Dios que necesita del sufrimiento como prueba de fe).

· Confieso que me es muy difícil demostrar lo que siento.

· Confieso que me gusta la soledad.

· Confieso que no quisiera quedarme solo.

· Confieso que quiero irme de mi casa.

· Confieso que leyendo, escribiendo o durmiendo, me siento fuera de mi casa, del mundo y de la vida. Por eso leo, escribo y duermo mucho.

· Confieso que después de colgar cada post, pienso “ya fue, ya me aburrí de esto del blog”, pero después escribo algo, solo por escribir, y finalmente termino colgándolo.

· Confieso que alucino y fantaseo todo el día.

· Confieso que tengo muchas ganas de tener un “LSD Trip”.

· Confieso que tengo cierta simpatía por Fujimori (por razones muy validas).

· Confieso que mis pies huelen mal.

· Confieso que me orinaba en la cama hasta los 9 años (o quizás más).

· Confieso que cuando veo roedores, me subo a una silla (como una señorita).

· Confieso que veo películas porno.

· Confieso que en más de una oportunidad he aplicado (o al menos intentado aplicar) lo visto en películas porno, con diversos y no siempre satisfactorios resultados.

· Confieso que hasta hace unos años, en las noches, tomaba un piano pequeño (de juguete), conectaba unos audífonos y empezaba a tocar cualquier cosa y me movía como Fito Páez (aunque obviamente no tocaba como él).

· Confieso que, por alguna extraña razón, las chicas con pareja me atraen más, y las extranjeras también.

· Confieso que tengo alma de “brichero”.

· Confieso que cuando escucho las dos principales canciones de la U (mi equipo de fútbol), o cuando veo videos de goles y campeonatos pasados, me emociono y se me aguan los ojos. (Y dale U pe).

· Confieso que me es muy difícil decir “no” (sobretodo si se trata de una mujer con encantos).

· Confieso que no se bailar, pero en los últimos años he “mejorado” un poquitititito.

· Confieso que una señorita venida de EEUU, me enseñó los “placeres” del reguetón (o como se escriba).

· Confieso que hablo conmigo mismo, y esa voz me dice “tu”, y también, algunas veces, hay una tercera voz. Y muchas veces “discutimos”.

· Confieso que puedo pensar dos y a veces tres cosas al mismo tiempo. Y es muy extraño.

· Confieso que cuando escucho Twist and Shout y algunas otras canciones de Beatles, cuando nadie me ve, muevo la cabeza, sobretodo cuando dicen Wuuuuuuuuuuu.

· Confieso que he intentado algún paso de Mick Jagger, y de Elvis también.

· Confieso que si existiese una bomba-destruye-cumbia, yo la haría detonar. Estoy harto de las putas 4 o 5 canciones que tienen !!!

· Confieso que Tongo corazón

· Confieso que a veces intento levitar y mover objetos con la mente, pero nunca funciona.

. Confieso que si estoy solo en mi casa, y en El chavo del 8 o El chapulín colorado sale “la llorona”, algo de “los espíritus chocarreros”, o cualquiera de esos episodios de terror, cambio de canal porque me da miedo.

· Confieso que hace un tiempo viví unos meses con 8 chicas, y que después de un par de semanas, yo era una chica más.

· Confieso que me gusta la canción I will survive en todas sus versiones, sobretodo la de Cake (que es más rocker), pero cuando escucho la versión de Gloria Gaynor, me siento una loca. (La pondré al final).

· Confieso que una vez que terminé de escribir esto, surgieron otras dos ideas para postear. Pero una persona que acabo de “conocer” eligió este post.

· Confieso que escribir esto, como tantas otras veces, ha sido de cierta forma liberador.


Confiesa algo puesss.

lunes, 11 de febrero de 2008

Carta para Alessandra

Querida Alessandra:

Cómo ha pasado el tiempo, hace ya seis años que te conocí. Hace seis años que vi tus ojazos por primera vez, y tu risa que siempre me dio risa también. Pero pese al tiempo, aun recuerdo todo, desde el momento en que nos encontramos (o quizás yo te encontré).

Nos conocimos en momentos difíciles de nuestras vidas ¿recuerdas?: yo tenía que elegir qué carrera universitaria iba a seguir (en realidad, me veía casi obligado a entrar a ingeniería industrial), y tú, tenías que decidir si te ibas con tu familia a Venezuela (de donde era tu padre) o te quedabas en Lima, sola. Recuerdo que te atormentaba el hecho de separarte de tu familia, pero también te afligía dejar Lima y todo lo que significaba para ti. Felizmente elegiste quedarte, al menos por un tiempo.

Recuerdo también el momento exacto en que te conocí. Fue en ese curso (o taller) del C.C. de la Católica. Entré al salón y, como de costumbre, iba a la última fila, pero entonces te vi. Vi tus ojos negros, tus rulitos encantadores, tus mejillas algo llenitas (porque siempre fuiste cachetona), tu pequeña y risueña boca, tus labios rosaditos y memorables, y vi como levantabas la ceja con ese gesto que siempre me ha gustado (y me gustará) tanto.

Aun te veo en ese momento, con la mirada perdida en la pizarra, jugando con un lapicero. Entonces noté que a tu lado había un sitio vacío. Dudé un segundo, como siempre, y me senté junto a ti.

En ese momento no te hablé. Pensaba en algo que decir, pero no se me ocurría nada. Felizmente que a mitad de la clase tuvimos que comparar unos trabajos en parejas, y me tocó hacerlo contigo. Entonces pudimos hablar, y nos reímos, sobretodo de errores nuestros y de alguna que otra broma que hice. Fue ahí cuando me reí por primera vez de tu risa inolvidable. Aun sonrió cuando me acuerdo de ella, aun la oigo, querida Alessandra.

Y ahora que te digo (o escribo) “querida Alessandra”, me doy cuenta que te quise desde ese momento, desde que te vi, desde que escuché tu voz por primera vez. Cómo no quererte. Te veías tan inocente, tan natural, tan encantadora y graciosa, que si pues, era imposible no quererte.

Y felizmente que te caí bien desde el inicio, porque si no hubiera sido por ti, que en las clases siguientes me diste tanta confianza, no sé si hubiese intentado acercarme. Ya sabes, yo siempre dudando.

Después dejé de ir a clases. En realidad le había perdido el interés casi a las dos semanas, pero seguía yendo por ti. (Recién te enteras, sólo iba por ti).

Entonces llegó nuestra primera salida, que fue un desastre total, pero que recuerdo con todo el cariño del mundo. Salimos a tomar algo y yo, eternamente torpe, me tropecé y me manché el pantalón con aquel trago que supuestamente me daría valor. En realidad, ese vergonzoso accidente sirvió para que me relajara por completo, gracias a ti, como siempre. Te reíste a más no poder, te doblabas de risa, y te apoyaste en mí, y entonces me abrazaste por primera vez, diciéndome que no me preocupara, que todo estaba bien. Y si, tuviste razón, todo estuvo bien. Fue una noche preciosa.

Después de eso inventábamos cualquier cosa para salir, hasta que tomamos total confianza, y ya proponíamos con tranquilidad.

Todo era risa en esas salidas, y cariño también. Aun no sé por qué, pero todo fue siempre divertido y era como si nos conociéramos de siempre. (Ya se que siempre se dice eso, pero en nuestro caso fue así).

Recuerdo las veces que caminábamos y caminábamos, hablando de todo, de tantas cosas… siempre teníamos algo que decir, algo de qué sonreír.

Recuerdo también las cosas extrañas que nos pasaban cada vez que salíamos, o las cosas nuevas que siempre nos gustaba probar. Así íbamos creando nuestras anécdotas, como me dijiste una vez, fuimos creando nuestros recuerdos. Y yo lo recuerdo todo.

La vez que despertamos en tu sala, sin saber cómo llegamos, y yo tenía un polo súper gay en las manos; el día que te bajaste de ese micro lleno de gente y yo no pude bajar hasta diez cuadras después y te veías tan graciosa corriendo unos metros hasta que hiciste un gesto obsceno y te quedaste parada llamándome al celular; el domingo que te molestaste conmigo porque querías ir a la playa y yo me hice el enfermo (porque no me gusta la playa) y me viste en la tarde con unos amigos por la calle y me enviaste un mensaje que decía “Me mentiste, te jodiste”, y después de leerlo te vi, y corrí tras tuyo y dejé a mis amigos y pasamos el resto de la tarde juntos; el viaje que soñamos un millón de veces y jamás hicimos; tus (verdaderamente) fallidos intentos culinarios, que tantas veces sufrí; las veces que me dijiste que comiera nomás, que habías preparado todo con cariño, y que me aguantara como macho; el sábado que me dijiste que eligiera entre la “U” o tu, y elegí a los dos, viendo el partido contigo, y odiándote porque interrumpías a cada rato; el día que me regalaste ese libro de Bryce, mi libro preferido, el libro que siempre me hará recordarte, el que siempre me hará sentir un Martín Romaña; el día que te hice escuchar a Calamaro y te enamoraste de esa canción que es tu canción; la noche que tomamos tequila como enfermos (nosotros que siempre hemos tomado tan poco) y empezamos a reírnos y de la nada me diste un cabezazo (casual según tu) y me sangró la nariz; las veces que recostabas tu cabeza en mi hombro y que siempre me hacían temblar aunque sea un poquito; y un millón de cosas más, y una infinidad de cariño más…

(Este párrafo anterior me salió realmente de corrido… y podría seguir en un párrafo sin fin, con tantas cosas que me vinieron a la mente… pero hay recuerdos que pensados se disfrutan mejor que leídos…)

Lo que daría por volver a tenerte aunque sea un minuto a mi lado, en silencio si quieres, pero a mi lado… tantos recuerdos… y siempre tú.

Recuerdo que ya pasado un tiempo yo estaba totalmente resignado a seguir ingeniería, no tenía otra salida, o quizás no la veía. Y tu, no pudiste quedarte más tiempo en Lima, aunque lo hubieses querido. Pero tu mamá empezó a enseñar en la Universidad de los Andes (en Venezuela) y aunque no te gustaba ese nombre tuviste que ir allá, porque era mejor para ti. Al menos eso te decían. Y tuviste que aceptarlo.

Esas últimas semanas fueron algo tristes. Sobretodo al principio. Hasta que decidimos aprovechar al máximo lo que nos quedaba de tiempo. Lo hicimos bien, fueron esos tipos de días que uno quisiera que duraran para siempre, pero si pues, todo termina… o casi todo.

Pensamos varias veces qué haríamos el último día, cómo nos despediríamos y no se nos ocurría nada. Pero me gustó lo que hicimos. Pasamos toda la tarde juntos, en tu sala, con música de fondo, conversando, sin hacer nada más, tratando de no mencionar que te ibas, hasta que te ayudé a preparar las maletas… ¿recuerdas? Te pedí que me dejaras ropa interior de recuerdo, y me dijiste que me vaya a la mierda, y nos reímos, pero eran risas algo tristes, era imposible seguir ocultando la pena… en ese momento, después de esas leves risas, dejaste caer unas lágrimas. No sabes todo el esfuerzo que tuve que hacer para comportarme… para darte tranquilidad. Hasta que llegó la hora.

Recuerdo que en algún momento pensamos que era mejor que no vaya al aeropuerto… yo, todo cobarde, incluso evalué aquella salida, pero no, no pude, tenía que verte hasta el último segundo posible. Y así lo hice. (Y aun te veo, en todas partes, Alessandra).

Mientras escribo esto, te siento a mi lado, escucho tu voz, veo tu rostro, tus lindas piernas… estás acá, conmigo.

En el aeropuerto ya todo era tristeza, se podía sentir, aun con alguna que otra risa de por medio… te ibas, querida Alessandra, te me ibas.

Los minutos pasaron rápidamente y llegó el momento de despedirnos. No me da vergüenza, aun se me aguan los ojos cuando recuerdo ese instante. Nos miramos por unos segundos, y me dijiste chau, te quiero mucho. Y nos abrazamos, y no temblé, solo cerré los ojos y no nos soltamos por un buen rato. Cayeron lágrimas, mías y tuyas, y luego me miraste y me diste un besito. Fue corto, pero inolvidable. Luego me miraste con los ojos rojizos y la cara algo risueña y levantaste la ceja y me dijiste: ahora si, chau. Suspiré (como una magdalena) y te dije chau.

Hiciste la cola para pasar a la sala de embarque (o como se diga) y cuando faltaba uno para que te tocara, empezaste a gritar: ¡me escribes, me llamas… chauuu! Me dio risa.

Y así fue la última vez que nos vimos, sonriendo. Y así te recuerdo. (Aunque camino a mi casa fue todo menos risa).

Recuerdo que recibí tu llamada apenas llegaste a Venezuela. Después de eso, siempre nos comunicábamos. Sabía más cosas de ti que de las personas que vivían en Lima conmigo. Y nos fuimos acostumbrando a la distancia. Recuerdo también cuando te conté que me cambiaba de ingeniería a comunicaciones y que me había metido a otro curso del C.C. de la Católica, y que también lo había dejado, que en realidad no me gustaba nada, que no sabía que iba a hacer. Entonces me dijiste aquella frase que siempre tengo presente: “el día que encuentres algo que de verdad quieras, que de verdad te importe, no lo dejarás, simplemente no podrás”.

Si te contara que llevé un par de cursos fuera de la universidad y nunca los terminé, que empecé Comunicaciones pensando que quería publicidad, luego marketing y que ahora me llama la atención el periodismo… qué dirías…

Pero no, Alessandra, no pude ni puedo contártelo. Al menos no como antes.

Hace más de cinco años que te me fuiste. Esa fue la primera vez que te perdí. Pero hace un año que te nos fuiste, a todos, querida Alessandra. Y esa fue la segunda vez que te perdí.

No quiero recordar lo que sentí en el momento que me enteré de lo que te pasó. No quiero. Y ahí lo dejamos.

Pero pasó el tiempo, y de alguna manera te recuperé. Te veo siempre, te escucho, te siento. Hicimos bien en crear recuerdos, querida Alessandra, a veces me río solo, en clase, en el carro, y te imagino riéndote, y me da más risa. Y te veo levantando la ceja, y me atonto. Tu levantadita de ceja tiene aun ese efecto en mí.

En unos meses me gradúo, y no sé qué haré con mi vida. Estoy desesperado. Contigo todo hubiese sido más fácil, pero bueno, ya encontraré una salida…

Por ahora recuerdo siempre tu frase. Y aunque aun no sé qué es lo que realmente quiero en la vida, ya encontré algo que haré por siempre, algo que no podré dejar de hacer: Quererte.

No puedo ni quiero dejar de quererte, de pensarte, de tenerte siempre a mi lado, de sentirte en todas partes, mi querida Alessandra.

Eres de lo mejor que me ha pasado en la vida.

Por las tardes eternas, por las caminatas sin fin, por el cariño, por las risas, por las miradas, por tu amor, por tus ojos (y tu cejita), por todo, y sobretodo por ti, por permitirme sonreír con solo pensarte, gracias Ale, cariño, mi amada Alessandra.


sábado, 2 de febrero de 2008

Oportunidades perdidas



• Santiago está en una discoteca junto a unos amigos, y amigos de estos. De pronto una de las chicas, ya algo ebria, lo abraza y empieza a conversar con él. Pasan los minutos y ambos se quedan callados. Santiago sabe que puede salir algo interesante de ese encuentro, y sabe también que para eso debe mantenerla cerca suyo; sin embargo ya no están abrazados. Santiago piensa en algo que decir, una palabra precisa, una frase inteligente, pero nada, como de costumbre en esos momentos (y en esa época) su mente se queda en blanco. Piensa: qué diría Sabina. Pero el silencio sigue. Pasan los segundos, los minutos, Santiago ve que todo puede irse al tacho. Y así sucede. La chica le dice que regresa en un minuto. Santiago sabe que es mentira. Comprueba todo un rato más tarde, la chica está besándose con uno de sus amigos, Javier. Días después, Javier le cuenta a Santiago que aquella chica ha sido el mejor sexo de su vida.



• Santiago conoce a Cecilia hace unos meses. Está enamorado de ella, pero no se lo ha dicho. Cecilia es delgada, alta (poco más alta que Santiago), casi siempre usa lazo y tiene un peinado estilo sesentas, es de risa fácil (y cuando ríe arruga la nariz), ojos cafés y dice frases que ella cataloga de “inmortales” (que lo son). Santiago y Cecilia salen a menudo, conversan por horas, ríen, callan, les gusta la música, la literatura, ambos se consideran suicidas potenciales y no se imaginan la vida sin pizza. Son felices juntos. Pero el tiempo pasa y todo se vuelve insoportable para Santiago, sabe que tiene que decirle a Cecilia lo que siente. Necesita hacerlo. Se prepara por semanas, se mentaliza, se da fuerzas, piensa en las palabras que dirá, piensa todo el día en ese momento, sueña despierto con esa ocasión. Son mediados del 2002. Llega el día elegido para confesar su amor y lo más extraño sucede. Santiago había pensado muchas veces en ese instante, y por alguna razón todo estaba sucediendo tal y como lo imagino: el lugar, lo que toman, los temas de conversación, la ropa de él, la ropa de ella, todo. Todo sucede como él lo soñó. Cuando llega el momento clave, el momento de decirlo, Santiago empieza a dudar. Pasan los minutos de manera tortuosa, las palabras no salen, el valor no se presenta. Todo lo soñado sucede hasta ese instante, salvo por el final, que en sueños era perfecto. Santiago no menciona el tema. Y pasa el tiempo. Cinco años después Cecilia vive en Buenos Aires, pero está de visita en Lima. Se encuentra con Santiago, conversan por horas, salen, se divierten, todo es como antes. En la noche, después de unos tequilas, Santiago escucha dos cosas que jamás olvidara. La primera: Cecilia le dice que cuando vivía en Lima quería estar con él. Que siempre lo querrá. La segunda: en seis meses regresa a Lima por unos días, pero no vendrá sola, regresará para casarse.



• Santiago está en el departamento de Germán en una despedida algo improvisada. Se conocen prácticamente desde siempre, son grandes amigos. Germán se va a Alemania. Esa noche le cuenta a Santiago que en realidad no sabe cuando volverá, que quizás se quedé más tiempo que los seis meses permitidos por la visa. Esto toma de sorpresa a Santiago, pero no dice nada, solo le desea lo mejor. Pasan las horas. Al momento de despedirse Santiago abraza brevemente a Germán y dice unas cuantas cosas, no todas las que piensa o siente. Germán se lleva “prestado” un cd de Cake de Santiago. Santiago se queda con un libro de cuentos de García Márquez que es de un tío de Germán. En el fondo cree que lo verá pronto. Está equivocado. Han pasado tres años y Germán sigue por Europa. Cada vez que Santiago pasa por el (ex)departamento de Germán, cada vez que está algo o bastante ebrio, cuando escucha a Sabina, Fito o Calamaro, cada vez que se acuerda del colegio, piensa en su amigo, en su hermano. Piensa en las cosas que no le dijo, en el abrazo fuerte y sincero que no le dio.



• Santiago vivió con su abuela, su madre y su hermana hasta los quince años. Después empezó a vivir con su padre. Pasan los años y Santiago ve cada vez menos a su Abuela. Cuando la visita (rara vez), en casa de su tía, siente pena, deseos de llevarla consigo a un lugar mejor. Pero sabe que no puede, pues aun es algo joven y no tiene cómo. Quizás por eso no la visita a menudo. La abuela está cada día más débil. Santiago siempre le pregunta a su madre por ella; las respuestas siempre son: está muy bien, es muy fuerte. Santiago sabe que es mentira, que su madre le dice eso por protegerlo, por evitarle la pena. Pasa el tiempo. Es mayo del 2007. En lo que va del año Santiago no recuerda cuando fue la última vez que vio a su abuela, aunque siempre piensa en ella. Se entera que ha sido internada. Decide visitarla. Pasan los días y no lo hace, está entretenido con una persona que ha conocido hace poco; han empezado sus clases, no encuentra tiempo; aunque en el fondo sabe que lo tiene. Es lunes, Santiago está decidido en ir a ver a su abuela antes del viernes, se lo promete a si mismo, se lo jura; quiere verla, necesita hacerlo. El martes recibe una llamada, es su madre, su abuela a muerto. Santiago llora inconteniblemente, tiene pena, furia. Llora a escondidas. Sabe que no pudo despedirse de su abuela, no tuvo el poco respeto de ir a verla antes. No pudo darle un beso, no pudo decirle adiós. Todo quedará en un silencio eterno (eterno y tormentoso). Jamás lo olvidará.


jueves, 24 de enero de 2008

Quisiera, pero...

• Quisiera ser músico, pero nunca aprendí a tocar ningún instrumento (salvo la flauta y el bombo).

• Quisiera ser escritor, pero no me gusta lo que escribo.

• Quisiera ser millonario, pero quizá perdería libertad.

• Quisiera ser libre, pero no sé si llegaré a serlo.

• Quisiera irme de mi casa, pero no tengo a donde.

• Quisiera viajar por el mundo, pero no tengo cómo.

• Quisiera tener cómo, pero no trabajo (y no se si quisiera hacerlo).

• Quisiera tener buen físico, pero no dejo de comer y no hago ejercicios.

• Quisiera que no hayan empleados ni gente pobre, pero a veces soy una mierda con las personas que me sirven.

• Quisiera volver el tiempo atrás y arreglar algunas cosas, pero se que no es posible.

• Quisiera haberme despedido de mi abuela, pero fui un hijo de puta que no lo hizo.

• Quisiera que mi familia se sienta orgullosa de mí, pero creo que me ven como caso perdido.

• Quisiera vivir, al menos por un tiempo, en Europa, pero aun no hago nada por lograrlo… y cada día se ve más complicado.

• Quisiera que haya paz mundial y que todos se pongan de acuerdo, pero odio los trabajos grupales y me es difícil concordar con tres o cuatro personas.

• Quisiera no “terminar” tan rápido, pero… ustedes comprenderán.

• Quisiera poder hablar más, pero me gusta callar.

• Quisiera saber cuando callar, pero cuando hablo, muchas veces, hiero a quienes quiero.

• Quisiera que los próximos meses pasen muy lento, pero el tiempo pasa y en julio me gradúo.

• Quisiera saber que hacer después de graduarme, pero no se me ocurre nada y me siento desesperado.

• Quisiera dormir todo el tiempo, pero el tiempo pasa.

• Quisiera decirte que me gustas, pero no creo que a tu enamorado le guste.

• Quisiera escribir o corregir unos cuentos, pero tengo que hacer el trabajo de Producción Gráfica.

• Quisiera hacer el trabajo de Producción Gráfica, pero tengo que hacer el trabajo de Metodología.

• Quisiera hacer el trabajo de Metodología, pero estoy escribiendo esto.

• Quisiera nunca haber escrito esto, pero lo posteo.