Es viernes y estoy en mi cama junto a Alejandra. Se ha quedado dormida. Hace ya una semana que me operaron y estoy en casa desde el domingo.
Compartimos la misma almohada y Alejandra duerme plácidamente, con el rostro hacia mí, abrazándome; sólo sobresaltándose con esos pequeños movimientos, como una epilepsia graciosa, que ella siempre hace cuando duerme; pero el resto del tiempo está serena. Yo la observo, veo sus pestañotas, sus cabellos crespos que me encantan, sus labios. Entonces le doy un besito y siento que la quiero, y recuerdo los últimos días que hemos tenido, los más recientes.
Salí bien de la operación, y la primera persona con la que hablé por teléfono fue Alejandra. Al día siguiente, me visitó y estuvo conmigo toda la tarde, y conoció, en persona, a mis papás. El domingo regresé a casa, no nos vimos, pero hablamos mucho por celular.
Alejandra sigue durmiendo en esta tarde de viernes, pero da un pequeño salto. Mantiene su brazo derecho sobre mí, abrazándome, y ahora busca, con la mano izquierda, mi mano, y la toma. Su rostro sigue impasible, y yo le doy otro besito mientras siento que la quiero más.
Recuerdo ahora todos estos días desde el lunes, y las cosas que ella ha hecho por mí, como visitarme a diario, aun sabiendo que su mamá podría molestarse por pasar tanto tiempo con ese chico que aun no conoce. Pero no sólo eso.
Alejandra ha tenido para mí, desde que está conmigo, un cariño inmenso, sincero; pero está semana todo se ha maximizado. Desde el simple hecho de pasarme todo lo que le pedía, a traerme la comida, acomodarme la almohada, cambiar los canales de la tv por mí, ayudarme a levantarme, e incluso darme de comer a la boca, aunque no lo necesitara, Alejandra ha hecho más de lo que pensé o esperé.
Sin embargo, lo que más me viene a la mente, son los besos, abrazos, risas, todo, todo el amor que me ha dado esta semana en mi cuarto, en mi cama. Gracias a su presencia han sido días llevaderos, felices.
Mientras recuerdo estos momentos, Alejandra se despierta y me mira, sonriendo, y me da un beso. Entonces yo le correspondo, y también la abrazo. Y siento que la quiero mucho más.
viernes, 14 de noviembre de 2008
Mientras la veo dormir
lunes, 15 de septiembre de 2008
Días iguales, días distintos
Martes 2 de septiembre
Ayer no la vi, pero hoy iremos al cine. Nunca me han gustado mucho las películas animadas, pero hoy iré a ver una. Y no sólo eso, sino que será una que no me llama la atención en absoluto: Wall-E. Pero iré. Porque iré con ella. Al momento de comprar las entradas dudo; quiero ver Shine a light (de Rolling Stones), pero ya le prometí ver esa cosa animada, así que entramos. A mitad de la película empiezo a dormitar, pero ella me despierta, haciéndome reír o besándome. Después, caminamos bajo ese esbozo de lluvia que tenemos en Lima, y conversamos y reímos, y así pasa la tarde.
Miércoles 3 de septiembreElla y yo vamos al teatro. Una obra en la que se “encuentran” e interrelacionan varios personajes de obras literarias peruanas. Es interesante, diferente, pero no genial, no regresaría. Saliendo del teatro, en la Alianza Francesa, caminamos hasta la avenida Angamos, y entramos al “peruanito” una lugar donde venden diversos tipos de sándwiches (?) y otras cosas más. Ordenamos. El primer piso está lleno, así que vamos al segundo. Solo hay un par de personas, casi nadie. Comemos, conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Antes de irnos, entro al baño. Al salir, ella se acerca hacia mí y nos besamos. De pronto, ve algo y observo en sus ojos una chispa maliciosa. Me mira, mira alrededor y con los ojos me señala el baño. Le pregunto: ¿Si?; ella responde: ya. Y entonces entramos, y en el baño, entre risas y besos, lo hacemos.
Jueves 4 de septiembre
Vamos al centro de Lima. Almorzamos cerca a la Plaza Mayor. Caminamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Pasan un par de horas y vamos al bar del hotel Maury, lugar histórico, donde se supone se inventó el Pisco Sour. El lugar es encantador, y los tragos buenísimos. Ahí bebemos y lo de siempre, que siempre es nuevo: conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Cuando se acerca la noche, vamos a un lugar más privado y… todo queda en privado.
Viernes 5 de septiembreElla tiene clases y no tiene mucho tiempo, así que nos vemos solo un rato. Después de caminar sin destino, decidimos ir a comer. Yo amo, adoro e idolatro la pizza, así que no hay mejor elección que ese delicioso manjar. Evaluamos las distancias y el tiempo que tenemos, y nos dirigimos al Domino’s de la avenida Benavides. Al llegar, el lugar está vacío, solo están los vendedores. Mejor para nosotros. Ordenamos. Conversamos, comemos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. De pronto, nos damos cuenta que los vendedores tampoco están. El lugar está desierto. Entonces, en un acto casi inesperado para mí (sobre todo por el lugar y el hecho de que eran las 2 de la tarde), ella empieza a tocarme indebidamente, en pleno fast food, para pasar a bajarme el cierre del pantalón y complacerme con sus labios divinos y esa lengua bendecida por los dioses del placer.
Sábado 6 de septiembreNos encontramos en la tarde. Después de acompañarla a ver ropa y un mp4 (zzz) tratamos de decidir dónde ir. Cómo ninguno de los dos se decide, apuntamos en papelitos diversos lugares. Gana, nuevamente el Centro de Lima. Comemos y después pasamos por el bar Queirolo, pero sólo vemos cómo está el ambiente y no nos convence, así que vamos a otro bar histórico, El Bolivarcito, en el hotel Bolivar. El primer piso está repleto, así que nos dirigimos al segundo. Está vacío. Ordenamos, y después nos quedamos completamente solos, y entonces nuevamente nos entregamos a los placeres de la vida, a los mejores, a los prohibidos.
Domingo 7 de septiembreEs casi de noche y vamos a tomar un café. Conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Días antes hemos decidido tener un pequeño viaje, por fin de semana, así que llevo mi laptop y vemos los diferentes lugares a los que podemos ir. Por sobre todos, prevalece uno. Nuestro primer viaje juntos ya tiene un destino establecido.
Lunes 8 de septiembreSolo tiene dos horas antes de regresar a clases, y las aprovechamos para hacer una de las cosas que más nos gusta: comer. Los resultados de esta forma de goce ya están dando resultados, pues desde que la conozco estoy aumentando un kilo por semana, pero no importa. Ahí, comemos, conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Y hacemos planes para el día siguiente.
Martes 9 de septiembre
Vamos a almorzar al “Aguajal”, un lugar donde venden comida y tragos típicos de la selva. Comemos cecina con tacacho. Una delicia. Para tomar, pedimos tragos con nombres peculiares, que además se supone son afrodisiacos. Ella ordena “Ni tan virgen”, y yo “Rompe cuero”. Nos reímos de lo complementarios que han resultado nuestros tragos. Después, caminamos un rato, conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Y pasamos el resto de la tarde juntos… muy juntos… sólo los dos.
Miércoles 10 de septiembre
Nos encontramos. Caminamos, conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Vamos a mi casa por primera vez. Conoce mi cuarto. Y nos quedamos ahí… toda la tarde.
Jueves 11 de septiembre
La acompaño a ver ropa al Jockey Plaza, y después, hacemos nuevamente lo que mejor sabemos hacer: comer y beber. Vamos a Chili’s y ordenamos. Lo más gracioso es que pedimos cosas algo “opuestas” (algo que contaré en otro post): yo ordeno una ensalada con “boneless buffalo wings” y ella, una hamburguesa inmensa, con papas fritas. Para tomar, yo pido un “tropical tequila sunrise”, que viene en una copa elegante y es multicolor; mientras ella, pide también tequila pero que viene en una especie de chop, bien masculino. Y entonces probamos esas delicias, y conversamos, reímos, discutimos, nos abrazamos, nos besamos. Y así llega la noche.
Viernes 12 de septiembreDe una manera algo improbable terminamos, nuevamente, en el Centro de Lima. Caminamos como nunca antes. Desde el palacio de justicia hasta pasar por el mercado central – donde comemos picarones – y llegar a la Calle Capón – donde comemos Min Pao –. Además, ella ve miles y miles (quizás millones) de chucherías, y yo, casi desfalleciendo, cansadísimo, la sigo. Pero no todo termina ahí. Salimos de la Calle Capón y seguimos caminando. Pasamos por la Avenida Abancay, y seguimos; pasamos por la Plaza Mayor, y seguimos. Hasta que llegamos a la Alameda Chabuca Granda. Entonces comemos anticuchos de carretilla, deliciosos, y además puedo descansar. Finalmente, después de caminar, conversar, reír, comer, discutir, abrazarnos y besarnos, todo el día, regresamos a nuestras guaridas.
Sábado 13 de septiembreVamos a Barranco, lugar que nos encanta, y caminamos por los lugares que más nos gustan. Después, vamos a comer al lado del Puente de los Suspiros y pasamos un buen rato ahí. Luego, vamos a la Posada del Ángel y tomamos de los mejores tequila sunrise que hemos probado en nuestras vidas. Para mejorar aun más la noche, llega una de las personas que cantan en los locales de la Posada, y toca canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Joaquín Sabina. Una noche perfecta.
lunes, 25 de agosto de 2008
No puedo creerlo
viernes, 15 de agosto de 2008
Con ella y con ellas
martes, 20 de mayo de 2008
Baile de despedida
Le encantaba bailar, sobretodo cuando íbamos con toda la familia, en enero, a Trujillo, de donde es mi papá. Ahí, durante las fiestas que siempre había, ella era feliz, y bailaba y bailaba con mis tíos, hasta el amanecer. Yo me iba a dormir y ella seguía bailando, y al día siguiente la encontraba nuevamente despierta y radiante, y siempre sonriendo.
Todos esos momentos pertenecieron a mi niñez e inicios de juventud, pero se vieron truncados debido a riñas familiares, en los que mi tía no tuvo que ver directamente, pero que afectó la relación con mi familia. Así, dejé de verla algunos años. Sin embargo, pasado un largo tiempo, se retomó el contacto.
Fue entonces cuando nos enteramos que ella estaba enferma. Tenía cáncer.
Mi papá y su esposa fueron a verla, y cuando regresaron me dijeron que mi tía estaba realmente grave. Entonces, a los pocos días, mis hermanos y yo fuimos a visitarla, porque pese a que no habíamos tenido contacto por mucho tiempo, siempre la recordábamos con cariño.
Cuando llegamos a su casa, estaba durmiendo. En la habitación estaba ella, uno de mis primos echado a su lado, y mi tío. Mientras conversábamos con voz muy baja, miraba de rato en rato a mi tía. Estaba muy delgada, se le veía débil, respiraba con dificultad y tenía un gesto de angustia en el rostro, acrecentado por lo demacrada que estaba. Había perdido el brillo que siempre la acompañó.
Al despertar, nos miró a todos. Al principio no nos reconoció, pero después dijo “hijos” (como siempre nos decía) y sonrió.
Yo sabía que era una sonrisa honesta, cariñosa, pero su rostro no lo demostraba muy bien. Fue, en ese momento, la sonrisa más triste del mundo; pero a la vez la más sincera.
Mis hermanos y yo nos acercamos a saludarla. Mientras la abrazaba, tratando de no hacerlo con mucha fuerza, pero si con cariño, le dije: “hola, tía, tanto tiempo si vernos”. Y entonces iba a decirle el típico “cómo está”, pero callé a tiempo. No quería preguntarle eso, no hacía falta preguntárselo. Mi tía estaba muriendo. Lo vi en sus ojos, lo notaba en su voz, en el ambiente.
Estuvimos un rato más al lado de ella, conversando en voz baja, mientras volvía a recostarse en la cama. A los pocos minutos vinieron algunos quejidos, era la muerte que asechaba nuevamente. Le dieron de comer, pero al poco rato devolvió todo lo comido. El dolor pareció aumentar y tuvieron que inyectarle calmantes. Todo era muy doloroso, triste. Cuando mi tía se calmó y se quedó dormida nuevamente, mis hermanos, mi papá y yo nos fuimos.
Todo el camino de regreso a casa fue en silencio. Lo único que mi papá nos dijo era algo que ya era demasiado obvio: el cáncer era terminal, y ya estaba en la última etapa, por eso estaba en su casa, porque ya no había mucho por hacer.
A los pocos días, nos enteramos que Fernando, uno de los hijos de mi tía Jesús, llegaba de Estados Unidos. Fernando era el hijo más querido por mis tíos, el más cariñoso.
Esa mañana, cuando llegó, no lo hizo solo. Había contratado músicos y le llevó una serenata. Entonces mi tía, que hasta el momento había estado echada en la cama, rodeada como siempre por sus otros dos hijos, en total silencio, sólo abriendo los ojos de rato en rato, se levantó.
Mientras abrazaba a primo por varios segundos, los músicos empezaron a tocar. Mi tía sonreía. Después de mucho tiempo, la noté feliz, algo de la luz que siempre tuvo había vuelto. Incluso dio unos pasos y bailó con mi primo.
El resto de mi familia sonreía, pero al mismo tiempo, puede ver que tenían los ojos llorosos. Todos la animaron al máximo. Parecía que la vida había vencido esta vez, que la muerte se había rendido.
Lamentablemente, esa misma noche, mi tía empeoró. Al día siguiente, en la tarde, mi papá llegó a mi casa a buscarnos a mis hermanos y a mí. Nos dijo que teníamos que irnos inmediatamente a ver a mi tía.
Las siguientes horas fue una larga y tormentosa espera. Era eso. Aunque nadie lo decía, sabíamos que mi tía estaba a punto de partir, y sólo quedaba esperar.
Desde la noche anterior había permanecido todo el tiempo dormida, casi sin moverse, sólo esperando.
La última vez que la vi con vida, esa noche, mi tío estaba sentado a sus pies, y sus hijos a los costados, hablándole en voz baja, recordando viejos tiempos.
Después de varias horas, mis hermanos, unos primos y yo, fuimos al primer piso a comer algo, y nos quedamos en la sala, conversando. Hasta que bajó mi papá. Tenía el rostro descuadrado y los ojos rojos. Nos dijo: “suban”, y después quiso decir algo más, pero no pudo. No hacía falta. Mi tía había muerto.
Cuando entré a la habitación vi a mis primos besando en la frente a mi tía, como despidiéndose, mientras mi tío le tomaba una mano y le decía algo, casi susurrándole.
Todos estábamos tristes, pero a la vez resignados. Sabíamos que ese momento llegaría pronto, que no podíamos impedirlo. Mi tía ya podía descansar, no sufría más. Entonces alguien recordó lo bien que se le veía el día anterior en la mañana, y todos asintieron.
Nos quedó el alivio de haber despedido a mi tía con alegría, como siempre había vivido. Y nuevamente recordamos la mañana anterior, cuando la vimos sonreír, cuando ella nos dio su luz por última vez, cuando nos regaló ese baile de despedida.
domingo, 11 de mayo de 2008
Pequeñas infidencias: Placer disfrazado de amor
Mario y Amalia se conocen desde niños. Estudian en el mismo colegio, y juntos, descubren algunas cosas, entre ellas las relaciones de noviazgo y, quizás, al inicio, el amor. También descubren el sexo y lo explotan al máximo, tanto que nunca han podido olvidarse.
Varios años después están en un cuarto de hotel, después de tener sexo. Están exhaustos. Mario observa el techo mientras siente deseos de marcharse. Amalia se recuesta sobre el pecho de este y después de unos segundos le dice que tiene que irse (pues es lo que realmente desea hacer). En el fondo ambos están aliviados de que este momento post sexual termine rápido.
Mario y Amalia tienen estos encuentros esporádicos desde hace años, pese a que ambos tienen pareja, y pese a que la relación de Amalia se está volviendo seria.
De vez en cuando se excusan diciendo que la vida no permitió que siguieran juntos, aunque ellos, secretamente, están agradecidos de ello.
A veces Mario es el que propone, y a veces Amalia. Lo hacen porque de alguna manera se necesitan y les gusta ese sabor a lo prohibido.
Amalia se despide y le dice que hablan luego; Mario le dice que la llama en estos días. Es el discurso de siempre, ambos saben que es mentira, que se contactarán únicamente cuando quieran sentir esa adrenalina de nuevo.
Pasan los días. Mario y Amalia se encuentran en el Messenger. El propone salir a tomar algo, dice que ansía estar con ella. Ella acepta, y le dice que siempre quiere verlo, que lo extraña. Los dos saben que lo que desean, en realidad, es otra cosa, y que después de un par de cervezas el destino será un hotel.
Así sucede. Beben un rato, conversan de cualquier cosa, y luego van, inquietos y ansiosos, hacia una nueva cama, en una habitación cualquiera, en la que otras tantas parejas se han entregado a esos placeres sin compromiso, prohibidos y ocultos, que muchas veces son los mejores.
Después de entregarse apasionadamente están, nuevamente, esperando el momento de marcharse. Amalia besa en los labios a Mario, quien entonces le dice, sólo por decir algo, que la quiere, y la abraza, deseando, en el fondo, que esa sea una buena forma de despedirse. Pero Amalia tiene una noticia que darle. Le dice que hace unos días su enamorado le pidió matrimonio, y ella aceptó. Es una mujer comprometida.
Mario sonríe, en realidad no le importa mucho dejar de verla, salvo por las urgencias sexuales. Pero trata de mostrar interés y le pregunta qué pasara entre ellos, si se seguirán viendo o ya no. La única respuesta que recibe es: no sé.
Saliendo del hotel Amalia le dice a Mario que lo mejor será que no se vean por un tiempo, que necesita pensar bien las cosas, que lo quiere y no desea que ninguno de los dos salga dañado. Mario acepta.
Sin embargo, antes de que se cumpla una semana, Amalia llama a Mario y le propone salir a tomar algo; le dice también que con él se siente bien. El acepta y le dice que estaba pensando en ella. En ambos casos, todo es mentira.
Entonces nuevamente llevan a cabo esa pequeña y rápida puesta en escena en la que sólo salen como amigos, para después entregarse al sexo y decir cosas que no sienten, y dar muestras de un cariño inexistente, con el único afán de prolongar al máximo este placer disfrazado de amor.
lunes, 21 de abril de 2008
El primero de esos recuerdos
viernes, 11 de abril de 2008
Encuentros eternos
Después de leer algunos posts antiguos, me di cuenta que casi siempre he escrito las cosas que me han dejado mal parado. Por eso decidí escribir esto, porque no siempre me va mal en todo, o al menos no del todo, que, creo, ya es bastante.
Por ejemplo, con María me fue bien; o en realidad me fue más que bien, me fue extraordinario. Aunque claro, como es una constante en mi vida, todo terminó muy rápido, porque duró dos semanas. Pero bueno, fueron dos semanas inolvidables, eso no se puede negar. Y fue durante esas dos semanas que tuvimos nuestro segundo encuentro.
Ahora explico porqué segundo.
María y yo nos conocimos creo que desde siempre, pues nuestras familias eran – y son – “amigas” (ambas del norte de Perú). Así que cada vez que nosotros íbamos al norte, o ellos venían a Lima, la pasábamos juntos, y jugábamos o corríamos por ahí todo el tiempo, sobre todo cuando éramos muy niños.
Recuerdo que así, entre juego y juego, llegó nuestro primer encuentro, que fue distinto al segundo, pero parecido también.
Teníamos 11 o 12 años y juntos descubrimos, escondidos, algunas cosas nuevas, sorpresivas, quizás intensas, pero dulces, eso si. Ese fue nuestro primer encuentro porque fueron varios días, y algo gracioso que me viene a la mente ahora es que a la hora de comer nos poníamos nerviosos y no hablábamos, sino que engullíamos todo, sin mirarnos, para después salir corriendo de la casa, a “jugar”. Ahora recuerdo todo eso con cariño y con alguna sonrisa. Y se me vienen más recuerdos, pero mejor lo dejamos ahí, porque mejor paso a lo del segundo encuentro y a su diferencia y similitud con el primero.
Después los viaje disminuyeron y aunque entonces nos vimos menos, siempre hubo complicidad y gran confianza, pero nunca tuvimos oportunidad más que para un besito travieso y fugaz, casi como jugando.
Y así pasaron algunos años hasta nuestro segundo encuentro, que fue, como ya dije, distinto al primero, pero muy parecido también.
Supongo que no se comprende muy bien esto de “distinto pero parecido”, pero creo que al final se entenderá.
María y sus padres se iban a vivir a España, a Madrid para empezar. Y creo que estuvieron en lo correcto con eso de “para empezar”, porque ahora ya no están en España, sino en Inglaterra, según supe la última vez.
Pero bueno, la cosa es que se quedaron poco más de dos semanas en mi casa y todo fue genial y dulce y nuevo y dulce otra vez y otras cosas también.
(Y acá viene un pequeño, pero creo que necesario paréntesis. En el post pasado conté mi triste y eréctil historia con Mary, y que ella también se quedó en mi casa y que casi pasa algo con ella. Bueno, lo que quiero explicar es que no con todas las que vienen a mi casa o se quedan unos días, pasa lo mismo, solo pasó con estas dos, aunque claro, fueron situaciones totalmente distintas. Así que ninguna señorita que venga, o quiera venir, tema por su integridad, a menos quiera, claro).
Cuando llegaron, no podía creer lo linda que estaba María. Siempre lo había sido, pero después de pasar un tiempo sin verla estaba preciosa, y había crecido mucho, y todo le había crecido mucho también. Creo que es la chica más linda con la que tenido algo. No, no creo, estoy seguro.
Recuerdo que el primer día fue todo tranquilo solo retomando algo de confianza, lo que al principio fue algo difícil por lo deslumbrado que estaba, pero con el paso de las horas todo fue como antes.
Al segundo día salimos, porque felizmente yo era el encargado de entretener a la hija de “mis tíos” (de cariño), y ahí si, a solas, comenzó nuestro segundo encuentro. Todo empezó como jugando, aunque suene como canción vieja, pero es la verdad. Entre las bromas y risas de siempre vinieron los roces de mano, los abrazos y luego besos, miles y más lindos e inolvidables cada vez. Y así nos pasamos la tarde y parte de la noche, y creo que así nos hubiéramos pasado la vida, si nos dejaban. Pero no. Siempre teníamos que regresar. Aunque al final, por paradójico que parezca, ya no quisimos salir de la casa. Ahora explico.
Ya al día siguiente volvimos a salir, pero esa vez además de la ternura y el cariño con que nos tratábamos, había algo más, algo que no estuvo presente cuando éramos muy niños: las hormonas; o lo que sea que causa la excitación. Si, era eso, excitación, lo demostramos y lo hablamos, claro que entre risa y risa. Recuerdo que cuando conversamos de ello, María me dijo “ay te pusiste nervioso, estás temblando”, y tuve que recordarle mi tembladera eterna y entonces me dijo “ah verdad, cómo pude olvidarlo” y nos reímos y le dije que por ella me temblaba el corazón, y otras cosas más, en fin, cosas que uno dice en esos momentos y que después recuerda con cierta vergüenza, pero que siempre diré que son frases necesarias en esos momentos.
Lo cierto es que teníamos que regresar a mi casa y entonces, después de comprobar “superficialmente” que a María las hormonas la estaban afectando mucho, le propuse, con todo el miedo del mundo, que me “visitara” en la noche. Felizmente ella aceptó, claro que después de poner cara de indignación solo para verme sufrir un ratito, porque según ella, así, después de sufrir un poquito, se disfrutan más las cosas. Recuerdo que el resto del camino la pasamos discutiendo, abrazados, ese tema. Yo decía que no, que mejor es simplemente disfrutar, pero María insistía y me decía que no la contradijera que ya vería que tenía razón. Aun espero que tenga razón.
Así empezó todo este segundo encuentro y creo que ya se puede notar que era parecido al primero porque el cariño y la ternura siguieron, pero fue diferente a la vez, porque ya éramos grandes y experimentamos más.
A veces uno no cree en el destino y se queja por ciertas cosas, pero esa vez el destino, o un pésimo arquitecto, o quizás ambos, me ayudaron. ¿Por qué?, porque cualquiera que conozca mi casa sabrá que mi cuarto tiene dos puertas. Si, dos. Una da a la salita donde todas las puertas se encuentran, y la otra da a una habitación para visitas. Que era la habitación de María (porque sus padres se quedaron en otro cuarto).
Bueno, gracias al destino, a un pésimo arquitecto o lo que sea, María y yo pudimos encontrarnos esa noche y las siguientes, todas las que pudimos, todas las que tuvimos.
La primera estuvo llena de nerviosismo pero fue bonita, memorable. Recuerdo que al comienzo estábamos muy conscientes de que éramos personas que se conocían de toda la vida, y al principio fue algo extraño, pero después todo fluyó. Lo que vino después, los días siguientes, fue un desbande total, una sobredosis de cariño, que, creo, es la mejor sobredosis que hay.
Esas dos semanas fueron inolvidables. Cuando salíamos íbamos de la mano, felices sin nadie que nos conociera, y en mi casa, escondidos, pero contentos.
Y debo confesar que quizás por una extrema excitación o porque en el fondo sabíamos que teníamos poco tiempo, hicimos el amor dos veces por día durante dos semanas, e incluso algunos días fueron tres. Es cierto. Como también es cierto que perdí muchos kilos, y me quedé muy débil porque casi ni comía. Pero valió la pena.
Recuerdo que lo hacíamos en la mañana, cuando todos estaban fuera, y a veces en las tardes, cuando había oportunidad. Pero las mejores ocasiones eran en las noches, cuando todos dormían.
Yo dejaba la puerta que daba a su cuarto entreabierta, y con la luz apagada simplemente esperaba por ella, muy ansioso, hasta que ella aparecía, con su ropita chiquita, siempre tan fácil de sacar, y me decía que yo tenía suerte que fuera verano, porque sino vendría con buzo y chompa, y yo le decía “ojala qué siempre sea verano en nuestra cama”, y ella solo reía, arrugando la nariz. Y otra vez esa frase de la cama me parece algo tonta, pero, como ya dije, en esos momentos eran frases necesarias.
Recuerdo también una noche que casi nos descubren, y pensamos acá se acabó todo, o acá se acabaron nuestras vidas, pero felizmente logramos salir airosos del percance. Era casi medianoche cuando el papá de María había ido a buscarla a su cuarto, y nosotros lo escuchamos. Después vino a mi cuarto, no sé si sospechando algo, o solo por preguntar, pero tuve que abrirle la puerta y decirle que tampoco sabía dónde estaba, aunque claro que lo sabía, la tenía dentro del closet de mi cuarto. Lo único que se me ocurrió fue decirle a su papá que la busque en la cocina y eso hizo, fue cuando María aprovechó para salir por la otra puerta y encontrarse con su papá para decirle que estaba tomando agua.
Si, esa vez estuvo cerca. Nos quedamos asustadísimos, pero eso no impidió que termináramos lo que habíamos dejado. “No dejes las cosas a medias” me dijo esa noche María, con una media sonrisa y sus ojos traviesos; “lo que se ha quedado a medias, con el susto, es mi erección”, le dije tratando de ser divertido, y luego la abracé y entonces si que no quedo nada a medias.
Y recuerdo otra noche en que casi también nos descubren fue cuando nos quedamos totalmente dormidos y ya amanecía, pero felizmente nos despertamos, mi erección y yo, aunque no sé si en ese orden, justo a tiempo para darme cuenta que el sol ya salía y que era mejor postergar un nuevo round para dentro de unas horas y enviar a María a su cuarto.
Y ahora recuerdo otras cosas de esas “noches secretas”, como las llamaba María, otras situaciones intensas y divertidas, otras frases algo bobas ahora pero necesarias en su tiempo, y tantas otras cosas, pero creo que eso no lo contaré. Es bueno siempre tener recuerditos secretos.
Cómo son las cosas, tantas anécdotas en tan poco tiempo, porque a veces así es la vida, te da de porrazo una gran dosis de buena vida, y ya depende de uno aprovecharla, o lamentarse por no hacerlo (como usualmente me ha pasado). Yo aproveché esa oportunidad, estoy seguro de ello.
También hay recuerdos fuera de mi cuarto, fuera de nuestra “base de operaciones” como le llamamos por esas dos semanas. Como cuando un día salimos a comprar gaseosa para el almuerzo en casa y por alguna razón lo olvidamos y regresamos 4 horas después, porque habíamos estado caminando y hablando.
O cuando tomamos más de la cuenta, por Miraflores, y no paramos hasta quedarnos sin un sol, porque toda la noche fue un brindis más que esto no se acaba, aunque sabíamos que ya se acaban las dos semanas; pero eso no importaba, aunque no tuviésemos como regresar a mi casa.
O ir al cine y no ver la película en absoluto y luego no saber qué decir cuando nos preguntaban en casa si nos había gustado y si habíamos caminado mucho porque estábamos muy agitados.
O los “besos picantes” de María, que solo me daba después de que salíamos a comer y ella probaba cantidades industriales de ají.
O… mil cosas más. En fin, tantas cosas que podría contar, pero esto no se acabaría nunca.
Lo que si se acabó fueron las dos semanas, y lo tomamos con mucha calma la verdad, aunque claro, también con cierta tristeza, porque ahí hubo mucho cariño, y perder eso duele, y duele hasta ahora, pero uno aprende a vivir con ello.
Ahora que lo recuerdo todo, sé que fue un lindo segundo encuentro, y no sé si habrá un tercero, eso nunca se sabe, eso depende de los tres, de María, de mi y del destino, y este ultimo siempre trae sorpresas, así que lo más seguro es que quién sabe.
Lo que si sé es que siempre recuerdo a la bella María, y no me avergüenza decir que a veces, en las noches, la busco en mi closet, con la esperanza de que esté ahí, escondida, esperándome.
miércoles, 2 de abril de 2008
I am so sweet
Conozco a Mary de manera inusual. Ha llegado a Lima y se queda en mi casa por unas semanas junto a su enamorado, Paul, con quien hice intercambio escolar tiempo atrás. Son de Estados Unidos.
Mary es alegre, inteligente y muy suelta. Es alta, pelirroja y tiene unos ojos celestes que siempre parecen divertidos.
Tomamos confianza rápidamente. Me cae bien. Me divierto con ella. Paul, en cambio, es apático, parece siempre aburrido; pero trato de que todo vaya bien. Años atrás, la relación, o amistad – si tal cosa existió –, entre Paul y yo no terminó de manera adecuada, por lo que ahora intento arreglar las cosas y, si no nos vemos más, que al menos todo haya terminado de forma pacífica.
Pasan los días y la relación entre Mary y yo mejora aun más. Ella duda mucho al hablar español, así que llegamos a un tipo de comunicación extraña: ella me habla casi todo el tiempo en ingles y yo hablo en castellano. Paul, por su parte, cuando no salimos, está en la PC todo el tiempo, viendo carros.
Vamos a los típicos lugares turísticos, y también a bares a beber diversos y variopintos tragos. También hemos salido a discotecas con otros amigos, y ahí Paul ha bebido más de la cuenta y Mary y yo hemos conversado y bromeado, llegando a temas sexuales. Una noche, en Barranco, ella me saca a bailar, y después de negarme fallidamente, salimos a la “pista”. Paul es un despojo humano debido a lo ebrio que está, así que trato de aprovechar un poco la situación. Sin embargo, es Mary quien toma la iniciativa, y a los pocos segundos eso deja de ser un baile, para convertirse en una mezcla de roces y toqueteos realmente descarados. Y yo feliz. Pero es tarde y todos quieren irse ya, así que tenemos que partir. Entonces pienso que en la próxima salida “la hago” de todas maneras.
Al día siguiente, vamos junto a unos amigos al centro de Lima. Ahí Mary y yo conversamos toda la tarde, y la pasamos muy bien, a ratos parece que yo fuera su enamorado y no Paul, que va siempre a paso lento, como aburrido de todo y prefiere hablar con los demás y fumar. En algún momento me siento mal, porque me dicen que soy mal amigo, pero luego pienso que en realidad Paul no es mi amigo, solo un compañero, o algo así, y que además yo no estoy forzando nada, solo me estoy “dejando llevar”.
Y así pasamos los días, conversando, bromeando y riendo todo el tiempo.
Tres días antes de que Mary y Paul continúen con su viaje, salimos una vez más. Nuevamente con otros amigos.
Y otra vez Paul se emborracha y otra vez Mary se acerca, pero esta vez de manera más directa, demasiado directa.
Empezamos a bromear y cuando Paul está en el baño, ella se sienta en mis piernas y rodea mi cuello con sus brazos, y yo no sé que hacer. Pero una amiga (mía) no nos deja seguir. Rato después, Paul sale de la disco a tomar aire. Yo pido una Frozen Margarita y después de unos sorbos me siento y coloco la copa entre mis piernas. De pronto, Mary se acerca. Mira la copa y nota que mis manos están temblando. Me pregunta qué pasa, y le digo que no se preocupe, que yo siempre tiemblo. Es cierto, mis manos siempre tiemblan un poco. Entonces Mary hace algo que nunca olvidaré: lame el borde de la copa mientras yo aun la tengo sobre mis piernas, a la altura de mi “pequeñez”. Lo hace sin dejar de mirarme, y con una sonrisa increíble. Después, introduce la lengua en el trago y revuelve el hielo con ella mientras me mira a los ojos y yo estoy totalmente sorprendido e inflamado. Pero nuevamente, la misma amiga viene a mi “rescate”, aunque yo quiero matarla.
Todo es demasiado extraño, así que decido emborracharme para tener más valor y poder reaccionar ante las arremetidas de Mary.
Mary me saca a bailar (porque yo nunca saco a bailar) y empieza a decirme que a ella le encante el sexo, y que ha sido el mejor sexo de muchos chicos. En ese momento yo estoy totalmente “rígido” y listo para lo que venga, pero, como siempre, actúo con lentitud, sin decirle nada oportuno en el momento. Lo único que hago para compensar mi silencio es hacerme el loco (aunque se supone que ya estoy loco) y sacar un halls. Pero Mary continúa y me pide uno, así que yo le muestro, a manera de broma, el que tengo en la boca y ella me lo saca con un beso, mientras usa su larga y escurridiza lengua para tomar el caramelo. Yo me quedo sorprendido.
Y entonces pasa lo que casi siempre me pasa.
Yo no sé si es debido a mi torpeza y lentitud en estos temas, o a que tengo mala suerte, o a que de alguna manera u otra respeto mucho (porque cualquier otro se la hubiera llevado a la cama hacía rato), o quizás la mezcla de todo esto… quién sabe. Pero bueno, Paul entra justo en ese momento, y felizmente no nos ve, pero todo se interrumpe. Todos nuestros amigos se reagrupan, ya no hay oportunidad de nada y yo me siento un tonto.
Ya en mi casa, no hago más que dar manotazos de ahogado. Paul se queda dormido al segundo. Entonces yo espero a que Mary entre al baño – que está al lado de mi cuarto – para hacer el último intento.
Espero unos minutos como un idiota, tratando de hacerme el distraído, hasta que ella llega. Entra al baño y permanece unos minutos. Cuando sale me mira y yo solo le hago un gesto con las cejas, mientras retrocedo y me siento en mi cama.
Mary se acerca. Yo solo le sonrió mientras la sangre empieza a bajar nuevamente. No digo nada. Entonces escuchamos que Paul tose y luego oímos algunos pasos.
Mary me da un beso cortito, fugaz y me dice “you are so sweet” y luego me da una palmadita en la mejilla, y se va.
Y yo me quedo pensando toda la noche en las cosas que debí decir o hacer y me doy cuenta entonces que debo dejar de pensar tanto y actuar más, para no terminar así, como tantas otras noches, con oportunidades perdidas y erecciones vanas.
Y me doy cuenta que soy un perfecto cojudo.
Pero al menos, me queda el consuelo de ser un cojudo dulce.
lunes, 24 de marzo de 2008
Extrañas primeras veces
Es de madrugada. Humberto, Germán, Daniel y yo estamos en mi casa. Estamos ebrios. Nos conocemos – realmente – de toda la vida. Somos grandes amigos. De un momento a otro, supongo que por la borrachera, pensamos en salir, pero no sabemos a dónde. De pronto, a alguien se le ocurre que ya es hora de que Daniel pierda la virginidad. Es el único virgen del grupo. Así que sin decirle nada lo llevamos a un prostíbulo que conoce Germán. En el camino, le contamos lo que vamos a hacer. Al principio dice que no, que el prefiere esperar a una chica que no cobre, pero luego le grita al taxista: “maestro voy tirar”. Todos nos reímos, Daniel está más borracho que todos, como usualmente ocurre. Llegamos al local. Entramos. Hay 4 o 5 chicas que se quedan mirándonos a la espera de que las escojamos. Daniel duda, parece que no quiere. Germán, gran conocedor de estos locales, lo anima, y se anima también. Escoge a una chica y pregunta por otra. Le dicen que está “atendiendo”. Germán le dice a Daniel que espere a que salga esa chica. Daniel no responde. Humberto y yo decimos que pasamos, que no queremos “atendernos”. A los pocos minutos que Germán entra con una de las chicas al cuarto, sale la destinada a Daniel. Germán asoma la cabeza por la puerta y ve a Daniel aun dudando, y le grita: “oye apúrate pues, mira que a mi me tocó la más vieja”. Humberto y yo nos morimos de la risa, y entonces las señoritas meretrices nos dicen que si no vamos a atendernos, por favor esperemos afuera. Salimos y dejamos a Daniel y Germán adentro. Después de algunos minutos, sale Daniel con una cara de borracho increíble, y nos dice: “sólo lo hicimos un ratito porque después ya no se me paró”. Entonces, Humberto y yo le damos nuestro apoyo brevemente, para después burlarnos por toda la eternidad.
Alberto y Cecilia son enamorados desde hace cinco meses. Se quieren. Han aprendido y descubierto muchas cosas juntos, menos una: el sexo. Pero el deseo ya está presente y se vuelve incontrolable. Una tarde, Alberto y Cecilia van a la casa de este, pues su hermano está en la universidad y sus padres trabajan hasta tarde. Entran al cuarto de Alberto y simplemente se dejan llevar. Se abrazan, se besan y las manos empiezan también a hacer su parte. Están nerviosos, pero ambos se dejan llevar por el momento. Alberto se sienta en la parte baja del camarote que comparte con su hermano y Cecilia hace lo mismo. Se miran por unos segundos y sonríen. Están nerviosos. Alberto toma la iniciativa y empieza a besar a Cecilia nuevamente. Esta vez se tocan más, y se echan en la cama. Se desvisten con torpeza, y lo hacen. Después se quedan desvestidos y abrazados, pero de pronto se oyen unos ruidos. Es el hermano de Alberto, Jaime. Alberto y Cecilia no saben que hacer, no tienen tiempo de vestirse, así que se esconden en el closet. Jaime entra junto a su enamorada. Se besan. Ella se pone de rodillas y le brinda placer. Luego se echan a la cama y hacen movimientos y piruetas insospechadas para Alberto y Cecilia, quienes consternados observan y aprenden.
Conozco a Marianella a través de unos amigos en el inglés. Parece que no le agrado y, probablemente por ello, ella tampoco me agrada. Salimos en grupo un par de veces. En una de esas oportunidades tomamos más de la cuenta. Marianella se emborracha y empieza a hablarme con total confianza y hasta con simpatía. Me da risa. La próxima vez que nos vemos, ya sobria, vuelve a la indiferencia. Unos amigos me cuentan que, según ella, no le caigo porque hablo poco y a ella le hablo menos, que parece que me aburre su presencia. En la próxima salida propongo ir a tomar. Todos dicen ya. Esta vez si hemos tomado más de lo debido. Cuando me doy cuenta Marianella y yo estamos conversando de lo lindo y riéndonos de no se qué. Cuando me levanto para ir al baño, ella me pregunta a dónde voy, cuando le respondo ella me dice que también quiere ir. Los baños están al fondo de una especie de pasillo. Cuando abro la puerta del baño, siento que alguien se acerca atrás mío, es Marianella. Me besa. Aprovecho la situación y toqueteo. Se deja. Sin soltarnos entramos al baño y nos metemos a un cubículo. La embriaguez me da valor y decido seguir hasta “el final”. Cuando recién empezamos a hacerlo (de pie), entra alguien. Es el encargado de limpieza. Pregunta si todo está bien, seguramente debido al ruido que hemos hecho. Yo le digo que si, y el hombre sale. Entonces, le digo a Marianella que tenemos que salir rápido, mientras me siento acongojado y aliviado a la vez. Acongojado porque no podré seguir disfrutando de esa primera y celestial experiencia. Y aliviado, porque gracias a la interrupción tengo una excusa para mi “primeriza rapidez”.
sábado, 15 de marzo de 2008
Lo que nunca sucedió
Es sábado por la noche y hemos salido con unos amigos a tomar algo. Después de un par de copas y de alguna sustancia ilícita, estamos – no sé muy bien cómo – en una discoteca.
Hay mucha gente y tenemos que permanecer de pie. Tomamos varias cervezas más y yo empiezo a sentir los estragos del alcohol. De pronto, mientras conversábamos de cualquier cosa, nos encontramos con una amiga, Carla.
Carla no está sola, viene con un grupo. Nos presenta, pero todos los nombres pasan desapercibidos para mí. Nos juntamos en un solo grupo.
Mientras seguimos bebiendo, empiezan a sonar un reguetón. Las chicas, como tontas, gritan. Una de ellas dice que quiere bailar, que se muere por bailar. Entonces Carla sugiere que baile conmigo. Lo hace porque sabe que odio bailar, no sé bailar y no quiero aprender a bailar. Todos apoyan su iniciativa. Mis amigos siempre hacen eso. En ese instante los odio, pero sonrío. El alcohol ha logrado uno de sus principales efectos en mi: me suelta, me relaja, así que después de tratar de zafarme con elegancia, y obviamente fallando, salgo a bailar – o a morir en el intento –. Mientras me alejo, Carla me dice “cuidado ah”, y sonríe.
Para suerte mía, sucede algo que siempre me ayuda cuando bailo: hay bastante gente. Eso significa que hay poco espacio para moverse. Mientras veo que los demás del grupo también salen a bailar, decido olvidar mi aversión al baile y pasarla bien.
La chica se llama Claudia. Se mueve realmente bien. Es agradable, tiene bonitos ojos, viste un jean extremadamente apretado y sigue al pie de la letra las libidinosas indicaciones del reguetón. Noto que está algo ebria. Me pego a ella, a ver qué pasa. No dice nada y sigue moviéndose divinamente.
Cuando termina la canción, nos damos cuenta que entre tanto movimiento nos hemos separado del grupo. Entonces yo, tontamente, sugiero ir a buscarlos, Claudia me dice que no, que sigamos bailando. Y así lo hacemos.
Después de dos canciones, en las que solo me he dejado llevar, y disfrutado de los movimientos de Claudia, vamos a comprar más cerveza. Cuando estamos en la barra, yo sugiero, supongo que debido a lo ebrio que ya estoy, tomar unos shots de tequila. Ella acepta.
Los minutos siguientes son una nebulosa. Solo recuerdo seguir bailando y conversando con Claudia, muy juntos, a momentos, demasiado juntos, riendo, jugueteando. Cuando me habla al oídos siento escalofríos; me gusta. Bailamos. Las manos, y otras partes, se juntan, se rozan. Entonces hay un beso, y otro. Pasan los minutos y nos encontramos afuera de la discoteca.
El aire fresco me despierta, me devuelve a la tierra. Claudia me sugiere ir a otro lugar, un lugar más tranquilo. Yo, una vez más, estúpido, le pregunto: ¿y los demás? Ella me dice que me olvide, que nos vayamos. Yo solo le digo que ya.
Mientras esperamos por un taxi, yo creo comprender lo que quiere, pero me da vergüenza estar equivocado. Así que le pregunto si sabe a donde vamos exactamente. Ella me dice que no, que puedo preguntarle al taxista por un lugar cercano.
Yo nunca hago ese tipo de cosas, así que sigo con las dudas, pero mi mente empieza a trabajar. Le digo que creo que sería mejor pasar por una farmacia primero. Ella me dice que si, como quiera… parece que se está cansando de mi estupidez. Entonces me dice “pero vamos ya”, y me dice un par de cosas más. Ahora si estoy 100% seguro.
Llegamos a un acogedor lugar (así suena más bonito que telo). Y lo hacemos.
Después conversamos un rato. Sus ojos brillan, se ven más bonitos, ella se ve bonita. Tiene una linda sonrisa. Su voz tiene algo de inocencia. Me gusta ese momento, siento una conexión. Pasan los minutos y nos quedamos dormidos.
Al rato y yo despierto. Tomo la coca cola que felizmente compré antes de llegar, y observo a Claudia. Se le ve dulce. Yo, como ya dije, no tengo ese tipo de encuentros furtivos usualmente, así que me emociono.
Claudia despierta. Tiene pechos pequeños pero firmes, tiene un ombligo graciosísimo, y unas caderas memorables. Mientras me habla, yo pienso en que quiero verla de nuevo, que me gusta.
De pronto se da cuenta de la hora y me dice que se tiene que ir, que su mamá la va a matar. Se viste presurosamente. Yo también me visto y pienso en la forma más adecuada de invitarla a salir, incluso de decirle que me parece linda y que me gusta, que quisiera conocerla más. Pero pienso demasiado, y no sé que decir.
Ya en el taxi, camino a su casa, no sé porqué me cuesta tanto invitarla a salir, sobretodo después de hacer lo que hicimos. Pero así soy yo, y mientras pienso, en un exceso de alucinación, en un futuro juntos, no digo nada.
En el camino conversamos, y surge la pregunta de la edad. Ella me dice que tiene 18, y yo le digo que tengo 21. Entonces Claudia dice algo que me conmueve y remueve en sobremanera: “ah, 21, la misma edad que mi enamorado”.
En ese instante me sorprendo, pero rápidamente sobrellevo todo, y le digo: “aah”. Mientras pienso que felizmente no le dije nada.
Ya cerca de su casa, pienso que si Claudia y yo hicimos lo que hicimos, ella no tendría problemas en encontrarnos de nuevo, pero entonces me dice que por favor no le cuente nada a nadie, que esto nunca pasó, que comprenda que si alguien se entera puede decírselo a su enamorado, y podría afectar su relación.
Esa última frase me causa gracia, quiero reírme pero me contengo, y le digo que no se preocupe, que jamás diré nada. Ella me agradece y se recuesta en mi hombro mientras pasa sus dedos por mi brazo. Yo solo le sonrío.
Llegando a su casa, y antes de bajar del taxi, me dice que ha sido un gusto, y que recuerde que eso nunca sucedió.
Mientras yo me dispongo a darle un besito en los labios, ella se apresura y me da uno en la mejilla, y después, junto a una gran sonrisa y un fuerte abrazo, me dice “chau, ya sabes, no digas nada”. Yo le respondo con otro “chau” y le digo que no se preocupe, que nunca pasó nada. Y cierro la puerta.
Por la ventana la veo hacerme un adiós desde la puerta ya abierta de su casa, y la encuentro nuevamente linda.
Levanto la mano y me despido mientras el taxi reanuda la marcha.
Rumbo a mi casa, mientras siento el viento en mi rostro, y presiento que voy a tener un fuerte dolor de cabeza debido al exceso de alcohol, pienso en Claudia, y las razones por las que quiere que esto “jamás haya sucedido”. Pienso también en sus ojos tan bonitos.
Pienso que quizás mi performance no fue la adecuada, no estuve a la altura (o medidas) de las circunstancias, o que de repente sólo fue un desliz de su parte, que ella quiere a su enamorado. O, finalmente, pienso que tal vez es una mezcla de todas estas razones.
En el fondo sé que no es eso. Sé, en realidad, que en cosas de amor y sexo nada es seguro, que lo que pasó hoy, puede darse de la misma manera pero terminar diferente mañana, y que al final uno nunca sabe para quien trabaja.
Pero con todo y ello, volvería a pasar unas horas con Claudia, solo para poder contemplar una vez más sus hermosos ojos cafés, y poder hacer nuevamente lo que hicimos. Y más. Aunque después tenga que olvidar todo, y tenga que decir que eso nunca sucedió, o simplemente, como tantas otras veces, tenga que callar y contentarme después, con sentarme a escribir y recordar.
jueves, 6 de marzo de 2008
Confieso que...
· Confieso que duermo con la televisión prendida porque tengo miedo.
· Confieso que soy fácilmente “erectable”.
· Confieso que la parte que más me gusta de una mujer es su “backside”.
· Confieso que a veces veo películas bobas y “románticas”, sobretodo las de Drew Barrymore y Julia Stiles (e incluso suspiro).
· Confieso que en la noche del temblor / terremoto de Agosto, mi papá, mi hermano y yo dormimos en el carro.
· Confieso que cuando veo sangre, me dan mareos.
· Confieso que pierdo la paciencia rápidamente y me pongo de mal humor.
· Confieso que alguna lágrima se me ha caído escribiendo algunas cosas.
· Confieso que no he sido un bue hijo.
· Confieso que aunque muchas veces me siento mal, trato de esconder todo al resto haciendo bromas estúpidas o hablando cosas sin sentido.
· Confieso que casi siempre quiero golpear a las personas que dicen “por algo pasan las cosas” o “Dios sabe porqué hace las cosas”.
· Confieso que he pensado en el suicidio.
· Confieso que siempre pienso en la muerte.
· Confieso que creo que voy a morir joven.
· Confieso que no creo en Dios. (Al menos no en un Dios que necesita del sufrimiento como prueba de fe).
· Confieso que me es muy difícil demostrar lo que siento.
· Confieso que me gusta la soledad.
· Confieso que no quisiera quedarme solo.
· Confieso que quiero irme de mi casa.
· Confieso que leyendo, escribiendo o durmiendo, me siento fuera de mi casa, del mundo y de la vida. Por eso leo, escribo y duermo mucho.
· Confieso que después de colgar cada post, pienso “ya fue, ya me aburrí de esto del blog”, pero después escribo algo, solo por escribir, y finalmente termino colgándolo.
· Confieso que alucino y fantaseo todo el día.
· Confieso que tengo muchas ganas de tener un “LSD Trip”.
· Confieso que tengo cierta simpatía por Fujimori (por razones muy validas).
· Confieso que mis pies huelen mal.
· Confieso que me orinaba en la cama hasta los 9 años (o quizás más).
· Confieso que cuando veo roedores, me subo a una silla (como una señorita).
· Confieso que veo películas porno.
· Confieso que en más de una oportunidad he aplicado (o al menos intentado aplicar) lo visto en películas porno, con diversos y no siempre satisfactorios resultados.
· Confieso que hasta hace unos años, en las noches, tomaba un piano pequeño (de juguete), conectaba unos audífonos y empezaba a tocar cualquier cosa y me movía como Fito Páez (aunque obviamente no tocaba como él).
· Confieso que, por alguna extraña razón, las chicas con pareja me atraen más, y las extranjeras también.
· Confieso que tengo alma de “brichero”.
· Confieso que cuando escucho las dos principales canciones de la U (mi equipo de fútbol), o cuando veo videos de goles y campeonatos pasados, me emociono y se me aguan los ojos. (Y dale U pe).
· Confieso que me es muy difícil decir “no” (sobretodo si se trata de una mujer con encantos).
· Confieso que no se bailar, pero en los últimos años he “mejorado” un poquitititito.
· Confieso que una señorita venida de EEUU, me enseñó los “placeres” del reguetón (o como se escriba).
· Confieso que hablo conmigo mismo, y esa voz me dice “tu”, y también, algunas veces, hay una tercera voz. Y muchas veces “discutimos”.
· Confieso que puedo pensar dos y a veces tres cosas al mismo tiempo. Y es muy extraño.
· Confieso que cuando escucho Twist and Shout y algunas otras canciones de Beatles, cuando nadie me ve, muevo la cabeza, sobretodo cuando dicen Wuuuuuuuuuuu.
· Confieso que he intentado algún paso de Mick Jagger, y de Elvis también.
· Confieso que si existiese una bomba-destruye-cumbia, yo la haría detonar. Estoy harto de las putas 4 o 5 canciones que tienen !!!
· Confieso que Tongo corazón
· Confieso que a veces intento levitar y mover objetos con la mente, pero nunca funciona.
. Confieso que si estoy solo en mi casa, y en El chavo del 8 o El chapulín colorado sale “la llorona”, algo de “los espíritus chocarreros”, o cualquiera de esos episodios de terror, cambio de canal porque me da miedo.
· Confieso que hace un tiempo viví unos meses con 8 chicas, y que después de un par de semanas, yo era una chica más.
· Confieso que me gusta la canción I will survive en todas sus versiones, sobretodo la de Cake (que es más rocker), pero cuando escucho la versión de Gloria Gaynor, me siento una loca. (La pondré al final).
· Confieso que una vez que terminé de escribir esto, surgieron otras dos ideas para postear. Pero una persona que acabo de “conocer” eligió este post.
· Confieso que escribir esto, como tantas otras veces, ha sido de cierta forma liberador.
Confiesa algo puesss.