La amistad siempre ha sido extraña para mí. Algo con lo que nunca he fluido realmente, así como con todas las relaciones humanas en general.
Hay algo que me impide socializar con
normalidad. Una mezcla de temor, con desinterés e incapacidad. Sin embargo,
creo haber tenido y tener aun hoy en día, algunos buenos amigos. No los veo
casi nunca, nuestro contacto es mínimo, pero siempre están y siguen ahí.
Por otra parte, hay amigos con los que pasé
mucho tiempo y muchas cosas en determinado momento, pero que por diversos
motivos dejé de ver y con quienes no tengo el menor contacto el día de hoy,
llegando en algunos casos a ignorar por completo qué será de sus vidas.
Hace algunas noches, en Instagram, vi la
foto de una amiga de la universidad, lo que desencadenó una serie de recuerdos,
recuerdos que me llevaron hasta un buen amigo del que ahora no sé nada. Luego,
recordé a otro amigo y a dos amigas más, de quienes ignoro absolutamente todo al
día de hoy.
Por eso se me ocurrió escribir esto en base
a lo queda en mi memoria: algunas palabras sobre los amigos que perdí.
Recuerdo, por ejemplo, a un amigo que tuve
en la Pre de la Universidad de Lima, un amigo del que he olvidado hasta el
nombre (lo conocí hace 20 años), pero con quien entonces andaba para todos
lados, nos preparábamos para los exámenes y salíamos de vez en cuando. Solo me
acuerdo que era de Venezuela (antes de que fuera tan común que haya gente de
ese país en el Perú) y que su familia tenía que ver algo con la diplomacia. Era
bastante reservado y tranquilo, igual que yo, y estábamos bastante alejados del
bullicio y algo de ostentación que demostraban otros compañeros. Creo que esa
compatibilidad fue la causante de nuestra buena amistad. Ya en la universidad,
mantuvimos el contacto, pero este fue desapareciendo poco a poco, sobre todo
porque estábamos en facultades distintas, hasta perderlo por completo. Hoy,
solo recuerdo algunas cosas de este buen amigo, pero no podría ni si quiera
buscarlo en Internet, porque hasta he olvidado su nombre.
En la misma Pre de Lima conocí a E. Una
chica de voz algo ronca, sonrisa fácil, cabellos ensortijados, estatura pequeña
y unas curvas endemoniadas con la que me pasó algo por primera vez: yo no podía
identificar qué me pasaba con ella. Yo mismo no tenía claro si simplemente me
caía bien, me gustaba o era su cuerpo el que me embobaba. Y aunque no me
acuerdo claramente cómo empezó nuestra amistad, sí sé que esta creció
rápidamente. Cuando no estaba con el amigo del que no recuerdo el nombre,
estaba con ella, de un lado para otro. En algún momento, se le ocurrió que vaya
a su casa para ayudarla con un curso que yo dominaba. Otro día, iba para que
ella me explicara algo que ella entendía mejor. Y así se fue formando una
especie de horario que ella dictaminó y yo acepté con gusto, siempre en su
casa, donde iba después de almorzar en mi casa y donde me esperaba con algún
postre o bocado venezolano, que yo sufría para comer porque, no lo niego, me
ponía nervioso al ir a verla y esos nervios me quitaban todo el apetito. Éramos
muy buenos amigos, conversábamos mucho (aunque la mayor parte del tiempo ella
hablaba y yo escuchaba), estudiábamos, nos sentábamos junto en el salón y nos
volvíamos a ver casi todas las tardes. Así estuvimos un buen tiempo, incluso
saliendo una que otra vez, aunque esto está ya un poco borroso en mi mente, así
como los motivos iniciales del distanciamiento, que fue dándose paulatinamente
hasta perder el contacto por completo y no volver a hablar nunca más. Solo
supe, muchos años después, que vivía en otro país, estaba casada y tenía dos
hijos.
También podría hablar de M, un amigo que
conocí en la universidad. No recuerdo exactamente cómo nos conocimos, pero poco
a poco fuimos forjando una buena amistad dentro de un grupo de la facultad que,
a través de los diversos cursos y grupos de trabajo, en los que siempre había
alguien conocido que te presentaba a otra persona, fue creciendo. Le gustaba,
como a mí, la literatura, la música y hasta creó un blog por consejo mío, en la
época en que esto era lo que ya no es. Conversábamos mucho, discutíamos solo
con el ánimo de molestar al otro y brindábamos una que otra vez por los sueños
rotos. Además, compartíamos un total desconocimiento sobre lo que queríamos en
el futuro y sobre lo que este nos traería. Pero dentro de todo ese
desconcierto, vivíamos la libertad que solo te dan los años universitarios,
cuando no haces más que estudiar un poco y todo o casi todo lo pagan tus papás.
Y en esta ocasión, a diferencia de los casos anteriores, yo fui el culpable del
enfriamiento (yo suponía por entonces que era solo un traspié) de nuestra
amistad. Y todo por una tontería. M había tomado un inusitado interés por el
teatro, primero actuando en una obra y luego escribiendo un guión o la historia
base de lo que sería una puesta en escena. El tema es que cuando leí su
escrito, este era claramente una copia de una obra que había leído antes. Un
plagio total en el que había modificado cosas menores como nombres o
locaciones, pero nada más. Y no se me ocurrió mejor idea, que bromear al respecto,
pero no en privado. Fue en Facebook. Una chica le comentaba a M que la nueva
obra que estaba escribiendo era muy buena y una o dos personas más se unieron a
ese comentario. Yo también participé de la conversación, con ánimos de bromear,
con una simple pregunta: ¿también estás plagiando esta obra? Probablemente la
primera reacción de M fue reclamarme por privado, no lo recuerdo. Pero desde
ese momento todo contacto desapareció. Me bloqueó de sus redes sociales, yo
tomé el hecho a la ligera y nunca más volví a saber de él.
Podría mencionar también a L. Una muy buena
amiga con la que pasé algunos años, podría decirse, compartiendo soledades.
Fuimos muy unidos, nos teníamos mucha confianza y era ya bastante común, para
nosotros e incluso nuestras familias, que ella esté en mi casa o yo en la suya.
Ir al cine, salir a comer, cocinar juntos, reunirnos con otros amigos, etc. era
parte de nuestra rutina. Pero el tiempo pasó y entre el final de los estudios y
el inicio de la vida laboral, empezó a cambiar la situación, aunque básicamente
por temas de tiempo, porque la amistad seguía ahí. Luego, tomaron fuerza otros
grupos de amigos, conocimos a personas que nos interesaron sentimentalmente y
la lejanía aumentó. Finalmente conocimos a las personas con las que después nos
casaríamos y ya para entonces, no había mayor contacto, salvo algún comentario
esporádico por alguna red social. Ni si quiera asistimos a la boda del otro y
hoy simplemente el contacto y la amistad, al menos como era antes, está dormida
o desapareció.
Hay una que otra persona por ahí con la que
he pasado la misma situación, el de tener un alto grado de amistad que ahora ya
no existe, pero creo que estos cuatro casos son los que más recuerdo.
Sé que si veo a M o L, podríamos conversar
y recordar buenos y viejos tiempos sin ningún problema, al menos por un rato.
No podría asegurar que la amistad se reiniciaría de inmediato o de a pocos,
pero probablemente sería así y al menos nos volveríamos a recordar el uno al
otro, muy de vez en cuando, que estamos vivos.
Pero sé también que no voy a propiciar ese
reencuentro. Sería bastante fácil contactarlos o al menos intentarlo, pero no
lo voy a hacer. Es mi forma de ser.
Lo que sí, es que espero que les esté yendo
muy bien a todas estas personas a las que, sin el mayor motivo, empecé a
recordar uno tras otro en un par de horas.
Y me gustaría que si alguna vez, por alguna
razón, piensan en mí, sea de la misma manera en que yo los he pensado: como un
buen recuerdo.