sábado, 23 de abril de 2022

Los amigos que perdí

La amistad siempre ha sido extraña para mí. Algo con lo que nunca he fluido realmente, así como con todas las relaciones humanas en general.

Hay algo que me impide socializar con normalidad. Una mezcla de temor, con desinterés e incapacidad. Sin embargo, creo haber tenido y tener aun hoy en día, algunos buenos amigos. No los veo casi nunca, nuestro contacto es mínimo, pero siempre están y siguen ahí.

Por otra parte, hay amigos con los que pasé mucho tiempo y muchas cosas en determinado momento, pero que por diversos motivos dejé de ver y con quienes no tengo el menor contacto el día de hoy, llegando en algunos casos a ignorar por completo qué será de sus vidas.

Hace algunas noches, en Instagram, vi la foto de una amiga de la universidad, lo que desencadenó una serie de recuerdos, recuerdos que me llevaron hasta un buen amigo del que ahora no sé nada. Luego, recordé a otro amigo y a dos amigas más, de quienes ignoro absolutamente todo al día de hoy.

Por eso se me ocurrió escribir esto en base a lo queda en mi memoria: algunas palabras sobre los amigos que perdí.

 

Recuerdo, por ejemplo, a un amigo que tuve en la Pre de la Universidad de Lima, un amigo del que he olvidado hasta el nombre (lo conocí hace 20 años), pero con quien entonces andaba para todos lados, nos preparábamos para los exámenes y salíamos de vez en cuando. Solo me acuerdo que era de Venezuela (antes de que fuera tan común que haya gente de ese país en el Perú) y que su familia tenía que ver algo con la diplomacia. Era bastante reservado y tranquilo, igual que yo, y estábamos bastante alejados del bullicio y algo de ostentación que demostraban otros compañeros. Creo que esa compatibilidad fue la causante de nuestra buena amistad. Ya en la universidad, mantuvimos el contacto, pero este fue desapareciendo poco a poco, sobre todo porque estábamos en facultades distintas, hasta perderlo por completo. Hoy, solo recuerdo algunas cosas de este buen amigo, pero no podría ni si quiera buscarlo en Internet, porque hasta he olvidado su nombre.

 

En la misma Pre de Lima conocí a E. Una chica de voz algo ronca, sonrisa fácil, cabellos ensortijados, estatura pequeña y unas curvas endemoniadas con la que me pasó algo por primera vez: yo no podía identificar qué me pasaba con ella. Yo mismo no tenía claro si simplemente me caía bien, me gustaba o era su cuerpo el que me embobaba. Y aunque no me acuerdo claramente cómo empezó nuestra amistad, sí sé que esta creció rápidamente. Cuando no estaba con el amigo del que no recuerdo el nombre, estaba con ella, de un lado para otro. En algún momento, se le ocurrió que vaya a su casa para ayudarla con un curso que yo dominaba. Otro día, iba para que ella me explicara algo que ella entendía mejor. Y así se fue formando una especie de horario que ella dictaminó y yo acepté con gusto, siempre en su casa, donde iba después de almorzar en mi casa y donde me esperaba con algún postre o bocado venezolano, que yo sufría para comer porque, no lo niego, me ponía nervioso al ir a verla y esos nervios me quitaban todo el apetito. Éramos muy buenos amigos, conversábamos mucho (aunque la mayor parte del tiempo ella hablaba y yo escuchaba), estudiábamos, nos sentábamos junto en el salón y nos volvíamos a ver casi todas las tardes. Así estuvimos un buen tiempo, incluso saliendo una que otra vez, aunque esto está ya un poco borroso en mi mente, así como los motivos iniciales del distanciamiento, que fue dándose paulatinamente hasta perder el contacto por completo y no volver a hablar nunca más. Solo supe, muchos años después, que vivía en otro país, estaba casada y tenía dos hijos.

 

También podría hablar de M, un amigo que conocí en la universidad. No recuerdo exactamente cómo nos conocimos, pero poco a poco fuimos forjando una buena amistad dentro de un grupo de la facultad que, a través de los diversos cursos y grupos de trabajo, en los que siempre había alguien conocido que te presentaba a otra persona, fue creciendo. Le gustaba, como a mí, la literatura, la música y hasta creó un blog por consejo mío, en la época en que esto era lo que ya no es. Conversábamos mucho, discutíamos solo con el ánimo de molestar al otro y brindábamos una que otra vez por los sueños rotos. Además, compartíamos un total desconocimiento sobre lo que queríamos en el futuro y sobre lo que este nos traería. Pero dentro de todo ese desconcierto, vivíamos la libertad que solo te dan los años universitarios, cuando no haces más que estudiar un poco y todo o casi todo lo pagan tus papás. Y en esta ocasión, a diferencia de los casos anteriores, yo fui el culpable del enfriamiento (yo suponía por entonces que era solo un traspié) de nuestra amistad. Y todo por una tontería. M había tomado un inusitado interés por el teatro, primero actuando en una obra y luego escribiendo un guión o la historia base de lo que sería una puesta en escena. El tema es que cuando leí su escrito, este era claramente una copia de una obra que había leído antes. Un plagio total en el que había modificado cosas menores como nombres o locaciones, pero nada más. Y no se me ocurrió mejor idea, que bromear al respecto, pero no en privado. Fue en Facebook. Una chica le comentaba a M que la nueva obra que estaba escribiendo era muy buena y una o dos personas más se unieron a ese comentario. Yo también participé de la conversación, con ánimos de bromear, con una simple pregunta: ¿también estás plagiando esta obra? Probablemente la primera reacción de M fue reclamarme por privado, no lo recuerdo. Pero desde ese momento todo contacto desapareció. Me bloqueó de sus redes sociales, yo tomé el hecho a la ligera y nunca más volví a saber de él.

 

Podría mencionar también a L. Una muy buena amiga con la que pasé algunos años, podría decirse, compartiendo soledades. Fuimos muy unidos, nos teníamos mucha confianza y era ya bastante común, para nosotros e incluso nuestras familias, que ella esté en mi casa o yo en la suya. Ir al cine, salir a comer, cocinar juntos, reunirnos con otros amigos, etc. era parte de nuestra rutina. Pero el tiempo pasó y entre el final de los estudios y el inicio de la vida laboral, empezó a cambiar la situación, aunque básicamente por temas de tiempo, porque la amistad seguía ahí. Luego, tomaron fuerza otros grupos de amigos, conocimos a personas que nos interesaron sentimentalmente y la lejanía aumentó. Finalmente conocimos a las personas con las que después nos casaríamos y ya para entonces, no había mayor contacto, salvo algún comentario esporádico por alguna red social. Ni si quiera asistimos a la boda del otro y hoy simplemente el contacto y la amistad, al menos como era antes, está dormida o desapareció.

 

Hay una que otra persona por ahí con la que he pasado la misma situación, el de tener un alto grado de amistad que ahora ya no existe, pero creo que estos cuatro casos son los que más recuerdo.

Sé que si veo a M o L, podríamos conversar y recordar buenos y viejos tiempos sin ningún problema, al menos por un rato. No podría asegurar que la amistad se reiniciaría de inmediato o de a pocos, pero probablemente sería así y al menos nos volveríamos a recordar el uno al otro, muy de vez en cuando, que estamos vivos.

Pero sé también que no voy a propiciar ese reencuentro. Sería bastante fácil contactarlos o al menos intentarlo, pero no lo voy a hacer. Es mi forma de ser.

Lo que sí, es que espero que les esté yendo muy bien a todas estas personas a las que, sin el mayor motivo, empecé a recordar uno tras otro en un par de horas.

Y me gustaría que si alguna vez, por alguna razón, piensan en mí, sea de la misma manera en que yo los he pensado: como un buen recuerdo.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Esta mañana de domingo...


En momentos como este, cada vez más difíciles de encontrar, una mañana (de domingo) tomando la segunda taza de café, leyendo en calma y silencio, en mi escritorio, con Alejandra y Sofía viendo televisión en nuestro dormitorio, vuelve a mí esa sensación inexplicable, ese deseo y necesidad de regresar a lo de antes, de sentirme nuevamente pleno y fuera de este mundo y poder escribir. Mal o bien, pero escribir.

Este año ha sido de sequía. Incluso podría pensarse que ya dejé esto, que lo olvidé o me rendí. Pero no es cierto. Me levanto a diario a las 5 de la mañana a entrenar, me enfoco ahora en tener una vida saludable, a comer lo que debo y a informarme sobre ello, además estoy en cursos de negocios y me dedico a al trabajo y a Sofía. ¿Hago todo esto para olvidarme de lo otro? No lo sé. Quizás sí. Pero no pasa un día, ni uno solo, en que el recuerdo de mi escritorio, de la computadora, los papeles, lápices y lapiceros, de las innumerables tazas de café y la sensación de estar flotando vuelva a mí. No me he rendido y nunca lo voy a hacer. Pasa simplemente que la vida y el tiempo no me permiten lo que necesito (tranquilidad, soledad absoluta, silencio, tiempo) para sentarme a ser feliz.

Tampoco es que sea infeliz teniendo la vida más sana que tengo ahora; mucho menos jugando con Sofía, viéndola crecer y aprender cada día más cosas, pero me falta algo. Algo interior que lucha por salir y que en esta mañana de domingo, después de leer algo de Ribeyro, ha logrado resquebrajar la coraza que me había puesto. Una coraza que vuelvo a sellar por ahora, pero que tarde o temprano me retiraré definitivamente para nuevamente envolverme con esa mezcla de exaltación, locura y felicidad que para mí siempre ha sido escribir.

martes, 22 de abril de 2014

Breve anotación


Como no tenía nada que hacer, empecé a leer este blog desde el primer post. Rápidamente, con cierta verguenza, pude notar lo feo, desordenado o tonto que era mucho de lo que escribía por entonces, así que en poco más de media hora me he dado el trabajo de corregir alguna cosas, cambiar otras y eliminar un par, para que queden aunque sea un poco menos terrible.

Dentro de todo, es un alivio saber y comprobar que escribo un poquito menos mal que antes. Algo es algo.


miércoles, 16 de abril de 2014

El poder de la palabra.


Cuando abrí este blog, solo quería escribir como otras tantas personas que había leído, personas que contaban anécdotas de su vida, algunas historias o cualquier cosa, en realidad, que les diera la gana. Así que jamás pude si quiera imaginar todo lo que esto me traería; mucho menos supuse que lo que resultaría de aquí, que esas palabras que escribía, cambiarían mi vida. Gracias a este blog, conocí a algunas personas interesantes, con las que se han dado situaciones que no pensé e incluso, debido a una de ellas, como ya lo dije, mi vida cambió para siempre.


Andrea es una de esas cuatro personas con las que empecé a hablar, a escribirnos por el entonces operativo Messenger. Ella es colombiana y vive (o al menos vivía) en Bogotá, y recuerdo que hablábamos de nuestros problemas y cosas de la vida diaria. Todo empezó porque, si mal no recuerdo, Andrea se identificaba con lo que yo escribía. Por eso empezamos a conversar y fue extraño, porque hablábamos (nos escribíamos, en realidad) como dos amigos que ya se conocían desde hacía bastante tiempo. Y más extraño aún: llegué a conocer a Andrea, en la fría Bogotá, cuando hice un viaje de un mes por Ecuador y diversas ciudades de Colombia. Gracias a ella, la corta estancia en la capital colombiana no fue tan mala, y es que la gente no tenía muchas ganas de ayudar a unos pobres turistas que no estaban interesado en gastar en lujos, sino en conocer y aprender. Luego, poco a poco, Andrea y yo fuimos perdiendo contacto y, la verdad, no recuerdo cuándo fue la última vez que nos comunicamos. Solo sé que, si alguna vez viene a Lima, con todo gusto volvería a verla y le mostraría esta caótica y hermosa ciudad. Y conversariamos seguramente por horas, una vez más.

Otra persona que conocí gracias a este blog fue (es) Jorge. Y de inicio algo extraño: pese a que aún hoy seguimos en contacto, hasta ahora no nos conocemos en persona. La verdad, creo que ya lo dije en otro texto, yo tengo ciertos problemas y temores para conocer gente nueva, y quizás es por eso que aún hoy no nos hemos sentado a conversar de eso que nos gusta tanto y que, estoy seguro, es la gran razón por la que siempre, de una forma u otra, seguimos en contacto: la Literatura. Jorge ya publicó su primer libro, uno de cuentos, y yo lo tengo, con dedicatoria incluida, pero tuvo que dejarlo en casa de mi papá, por lo que ni si quiera por eso lo conocí. Y ahora, que hace poco me había decidido proponerle ir a algún bar, por el centro de Lima quizás, a tomar algo y conversar (sobre las letras, la vida y los sueños rotos), veo que Jorge ha empezado una relación y está muy (muy) enamorado, tan enamorado que no quiero interrumpir los días buenos que seguramente está viviendo. Pero ya lo conoceré. Y de repente algún día fundaremos por fin nuestro “Club de lo imposible”.

La tercera persona, es otra chica: Jimena. Con ella pasé también muchas horas conversando por el Messenger, con esa extraña confianza instantánea que logré con las otras dos personas. Ella adoraba la música de Sabina y, sobre todo, le encantaba Alfredo Bryce. Las dos novelas favoritas de Jimena, eran mis dos novelas favoritas. Digo dos novelas porque son dos partes, pero es una misma historia, tan bonita como profunda, tan graciosa como triste. Y en base a eso (y a otros temas), Jimena y yo hablamos bastante durante un largo tiempo. Luego ella viajó a Estados Unidos y el contacto disminuyó. Sin embargo, aún hoy, de vez en cuando, por Facebook o Instagram, recordamos que estamos con vida, con un “like” o un comentario breve. Por cierto, a ella no llegué a conocerla. Y la verdad, con una vida a miles de kilómetros de este cielo peruano (peruano en el Perú), no sé si algún día llegue a hacerlo.

Por último, lo más importante. La más importante: Alejandra. A ella también la conocí gracias a este blog, gracias a las tonteras que, mal que bien, escribí durante algunos meses y que, por alguna razón, a ella le interesaron y le gustaron. Yo era un blogger contando sus historias de tímido y perdedor, mientras que ella era una blogger algo desinhibida. Ambos nos leíamos, nos comentábamos, hasta que nuevamente gracias al Messenger (bendito sea), empezamos a conversar más y más. Luego, ella hizo un concurso en su blog. El premio: salir con ella. Las respuestas ganadoras: me las dio por privado, para ganar con trampa. Y entonces, todo fue como un vendaval. Gané. Salimos. Bebimos. Volvimos a salir. Nos reimos mucho. Paseamos. Conversamos. Nos hicimos enamorados. Empezamos a hacer planes. Nos enamoramos más. Viajamos. Los planes empezaron a hacerse a futuro. Viajamos más. Soñamos con hijos. Nos mudamos juntos. Nos casamos. Alejandra salió embarazada. Seguimos viajando. Esperamos con ansias a nuestra hija. Nació. La nombramos Sofía y la adoramos aún antes de nacer. Y ahora, absolutamente todo gira torno a Sofía.

Y Sofía (quien debe su existencia también a este blog) ha traído, dentro de lo gris de la vida diaria, la felicidad.




P.D. Releo rápidamente esto que acabo de escribir, y me resulta interesante ver cómo mi vida, de una forma y otra, ha girado y gira en torno a los efectos, a los designios, a los misterios y al enigmático poder de la palabra escrita. Gracias, a quien o quienes corresponda, por ello.

miércoles, 2 de abril de 2014

Breve anotación



Qué liberador ha sido volver a este blog. Poder escribir algunas cosas, en el poco tiempo que tengo para hacerlo, simplemente dejando que fluya lo que salga, sin fijarme en la corrección ni nada por el estilo, ha sido un desfogue que necesitaba.

Ha sido como regresar a un lugar al que llegué casi de casualidad, donde encontré muchas cosas buenas y del que luego me alejé. Estar acá nuevamente es como volver a una habitación, una playa o una ciudad en la que pasé buenos momentos, y donde ahora, que todos se han ido y que estoy (digamos) solo, me siento a recordar, a pensar y a sentirme bien.


martes, 1 de abril de 2014

Los sueños, las letras y la vida.



Vivir en París, escribir, ser pobre y feliz. Ese era mi sueño hace muchos años. Experimentar el mito literario latinoamericano en Europa (el de Vargas Llosa, Vallejo, Bryce y Ribeyro, el de Cortázar, el de García Márquez) era mi meta en la vida. (No puedo dejar de mencionar a Hemingway, porque por él creí alguna vez que París sería una fiesta). Pero, carajo, pasaron las años y las cosas han resultado muy diferentes. Así es la vida, supongo. Aunque no dimito, no me resigno, no me rindo; porque siempre habrá alguna esperanza, aunque pequeña, de poder cumplir aunque sea una parte de lo que alguna vez deseé (y sigo deseando).

Vivir en París nunca se dio. Ni Barcelona o Madrid, como después soñé (porque ahí también se iban los escritores de verdad), ni Roma o Milán. Nada de Europa hasta ahora. Solo Lima. Solo mi a veces odiado y a veces querido Perú. He viajado por este continente y he vivido por cortos periodos en Estados Unidos (país que no me gusta mucho), pero siempre pensando en Europa, siempre soñando. Sin embargo, pasado el tiempo, viendo cómo ese sueño se tornaba difuso, lejano, casi imposible, tomé una decisión: no viajar jamás al “viejo continente”. ¿Por qué? Para no pasar por la pica, la rabia y pena (y frustración también) de ver, vivir, experimentar, en diez días o dos semanas, una ínfima parte de lo que me perdí. ¿Para qué? ¿Para qué pasear por las ciudades que tanto quise conocer pero siempre me fueron esquivas? ¿Para ver lo que no me tocó? No, gracias.

Escribir. Eso, mal o bien, lo puedo hacer en cualquier parte. Aunque ahora no tenga tiempo, espacio ni la soledad necesaria, sé que puedo hacerlo si me lo propongo (y si Alejandra, Sofía y la vida colaboran). Aceptado: la ilusión del boom latinoamericano, el mito, la leyenda de ser joven en Europa, escribir, publicar y ser casi una deidad es algo que ya pasó. Es algo que no sucederá nuevamente. Es algo que no me pasará. Y ya tengo treinta años y sé mis limitaciones  literarias, sé que ya no seré un joven que escribirá en París, dejando el alma, las tripas y los testes. Ya no lo seré. Nunca. Jamás. Y por siempre y para siempre me recordaré a los 17, a los 20, a los 25 años, soñando, imaginando, creyendo que se podría. Pero no se pudo.

Ser pobre. ¿Quién quisiera, de poder tener la elección, ser pobre? Nadie, supongo. Yo tampoco. Pero con ser pobre yo me  refería a (soñaba con) tener una vida en inicio sencilla, sin grandezas ni nada por el estilo, sin preocupaciones tampoco. Solo quería vivir mi soledad, viajar, conocer, aprender, experimentar, estudiar algo quizás, y sobre todo encerrarme a escribir, nada más. Eso significaría no poder ganar dinero en cantidades, y habría que aceptarlo con tal de cumplir el sueño mayor de ser un escritor como los que tanto admiraba y admiro. ¿Qué mejor forma de estar listo para ese futuro de limitaciones? Prepararse para ser pobre, al menos por un tiempo. Y había que convencerse de que esa era parte de la ilusión (con la convicción, también, de que eso cambiaría en el futuro). Pero esa parte del paquete tampoco se dio, porque era todo o nada, porque aquel sueño, la posibilidad de que se cumpliese, se esfumó con el tiempo.

Ser feliz. La felicidad, me parece, no es un estado permanente. Solo son ráfagas, a veces breves y a veces prolongadas, pero solo momentos al fin y al cabo. Hay también momentos opuestos, de tristeza, rabia y frustración, y hay los tiempos neutros, en lo que no pasa nada, ni bueno ni malo, simplemente nada. Yo puedo decir que, comparado con muchas personas en este mundo y en este país, no he tenido tantas dificultades, tantas limitaciones ni tantos problemas. Pero voy a centrarme en este tema, y puedo decir que sí ha habido frustración, sí ha habido pena y rabia, porque realmente quería cumplir ese sueño, realmente quería hacerlo. Pero no se pudo. Y ya no se podrá jamás de la forma en que lo imaginé. ¿Qué hice con respecto a eso? ¿Qué hago? Seguir con la vida y tratar de no recordar aquello que no pudo ser.

Vivir en París, escribir, ser pobre y feliz. Pobre ingenuo, soñador, iluso. Quizás cobarde también. No, no “quizás”. Con decisión, con huevos, con confianza las posibilidades de haber logrado lo que soñé hubiesen sido mucho mayores. Fallé en eso también. Pero algo ha pasado, no todo está perdido, algunas cosas han sucedido para seguir acá, para escribir esto y para no pegarme un tiro, lanzarme de un puente o tomar veneno y morir idiota y literariamente.

Lo repito: puedo escribir en Lima o en cualquier parte. Ya fue pues. No seré joven nuevamente ni viviré en París. Eso ya pasó y es imposible. Pero sí puedo seguir engañando a todo mundo (incluido a mi mismo) y llevar algún curso de negocios, un MBA o lo que demonios sea en Europa. De esa manera podré pasar seis meses, un año, viviendo lo que siempre quise. Es una posibilidad y, por suerte, no es la única. ¿Por qué? Porque lo de “ser pobre” tampoco se dio. (Felizmente). No soy pobre, aunque tampoco soy millonario. Digamos que soy clase media y que la vida me está llevando, sin mucho esfuerzo, más para arriba que para abajo. Y ya se sabe, siendo honesto, que tener sueños y plata es mejor que soñar sin tener cómo. Además, es más fácil escribir habiendo comido bien que con las tripas vacías. Lo sé, lo he comprobado, porque he pasado temporadas escribiendo, con y sin desayuno, con y sin almuerzo, simplemente escribiendo, mal o bien pero siempre con empeño, disciplina y convicción, porque eso me hacía tan feliz.

Y llego a esa última parte: ser feliz. ¿Soy feliz? Perdonen la tristeza, pero tuve que adaptarme, quizás resignarme, para poder decir que, dentro de todo, tengo una buena vida. (Utilizo el plural, el perdonen, no porque crea que alguien va a leer esto, sino porque ese es el título del blog).

Perdonen la tristeza, porque algo de triste tiene esto, pero hay que aceptar algunas cosas como son, hay que ver cómo algunos sueños simplemente no se cumplen. Pero esas solo son algunas cosas. Porque hay otras que uno no puede dejar, que uno tiene que cambiar o lograr de una forma u otra.

Y hay también las cosas buenas que la vida te da en lugar de las que te quitó o no permitió. Sofía, por ejemplo. Y con ella sería suficiente, con sus cuatro dientecitos que ya le han crecido, con los dos que están a punto de salir, con sus piernitas y bracitos gorditos, con su sonrisa y su arrugada de nariz, con sus gritos y ruidos encantadores, con sus rabietas y llantos que a veces me desesperan y a veces me dan risa, con toda la dicha que ha traído con su sola presencia. Y está Alejandra y la familia. Y están mis libros. Y los proyectos, planes y nuevos sueños.

Y está esa posibilidad, esa maldita y bendita posibilidad que, por más que haya intentado dejar de lado en algún momento, no me dejará jamás. La posibilidad de dejar por algunos segundos, minutos u horas las frustraciones de esta vida, las desilusiones, problemas, preocupaciones y dudas del día a día. La posibilidad de vivir lo que no pude o lo que soñé, la posibilidad de liberarme y sentirme tan vivo como me he sentido en estos minutos. La posibilidad de escribir.




P.D. Repito: depende en gran parte de Alejandra, de Sofía y de la vida que puede tener el tiempo, espacio y soledad necesaria para pasarme unas horitas haciendo eso que tango me gusta. Así que si alguna de las tres lee esto, a ver si me da alguna facilidad, por favor.