viernes, 8 de mayo de 2009

Culpa

Cuando crecemos, vamos entendiendo más cosas de la vida, vamos desarrollando ideas y posturas, cariños y recuerdos, vamos preparándonos para la vida. O al menos eso creemos.

Pero vas madurando y te das cuenta que no hay nada seguro en la vida. Lo único que sabes es que nunca sabrás nada del todo. Eso, y que morirás.

Entonces nos damos cuenta que la muerte es la única certeza que tenemos. Sabemos que algún día, tarde o tempano, llegará. Sabemos que nadie, ni tu peor enemigo ni la persona que más quieres, podrán escapar de ella.

Pero nunca vas a estar preparado realmente para ello. Te llaman al celular y te dicen que tu abuela ha muerto. Así de simple. Murió. Se acabó. No oirás su voz ni sus historias de tiempos pasados que ya te sabes de me memoria, ni te recibirá con un beso, ni la harás renegar, nunca más. Y te derrumbas.

Cuando van muriendo personas relativamente cercanas, no tu entorno más cercano, no con quienes has compartido la vida, la tristeza nos llega, pero quizás no con tanta fuerza. Entonces creemos que poco a poco vamos aprendiendo, con los golpes y pérdidas que te da la vida, que nos estamos fortaleciendo para futuras congojas, que somos más fuertes.

Pero no lo eres. Tu abuela ha muerto y te derrumbas. Lloras como no lo hacías en mucho tiempo, o quizás como nunca. No puedes aceptarlo. No sabes qué es exactamente lo que te duele, pero lo sientes, te destroza por dentro. Tienes rabia, furia, ira, maldices, cuestionas una vez más a Dios, en quien ni si quiera crees, no entiendes nada. Y lo peor es que tienes, además, culpa, una culpa que nunca se irá.

Cuando vemos que personas con la que hemos pasado la vida empiezan a envejecer y a deteriorarse poco a poco, la idea de la muerte va tomando más y más fuerza. Pero, obviamente, no lo decimos. Solo acompañamos a esas personas, porque nos dieron cariño, gratos momentos, recuerdos imborrables, todo.

Pero tú no pudiste, o no quisiste. La vida se dio así. Tras diecisiete años viviendo con tu mamá y tu abuela, tienes que separarte de ellas. Entonces tu vida toma otros rumbos, otros intereses, y cada vez la visitas menos. Cuando lo haces, es para ver que cada vez se encuentra más débil y olvidada. Tú no puedes hacer mucho por tu abuela, y la rabia te invade, te duele, y odias. Odias a quienes pueden ayudarla y no lo hacen, a quienes son su sangre pero la tratan peor que a nadie. Mierda. Y tienes pena, pena por tu mamá, porque ella hace lo que puede, así como con tu abuelo, pero no puede hacer mucho, y menos ante la muerte.

La muerte. Muchas veces nos toma de sorpresa, porque se lleva a personas sanas, llenas de vida. Pero otras veces, la muerte nos va dando muestras de que está cerca, va haciendo mella en las personas, les va quitando la vida. Entonces, cuando esa persona está realmente mal, cuando la muerte esta inevitablemente cerca, tratamos de acompañarla y hacerla sentir bien en sus últimos momentos.

Pero tú no lo hiciste. No hay excusa. Anduviste preocupado en temas sin mayor importancia, intrascendentes. Fallaste. No acompañaste a tu abuela en sus últimos días. No le dijiste una sola palabra ni le hiciste un solo cariño para que se sintiera un poco mejor, o menos mal. Nada. Inventaste excusas tontas para no ir a verla. Fue también para evitarte la pena, siempre terminabas mal después de estar con ella y ver el estado en que estaba. Pero no hay excusa.

Después que una persona muere, las que quedan siempre guardan y rememoran gratos recuerdos. Pero también recuerdan los últimos momentos, minutos, segundos, de la persona que acompañaron en su lecho de muerte. Lo recuerdan porque estuvieron ahí, junto a ese ser querido, dándole fuerzas, alivio, cariño. Se mezclan los recuerdos. Los alegres, de las épocas buenas, y los tristes, de los momentos finales, pero muchas veces, esos últimos momentos, se recuerdan, al menos, con alivio, porque se hizo lo que se puedo.

Pero tú no tienes alivio. No puedes, ni lo mereces. Los recuerdos también se entremezclan en ti. Los buenos: las palabras extrañas y antiguas que tu abuela te decía; las historias increíbles, sobre todo la de tu abuelo raptándola del convento; su travesía en barco, cuando era niña, desde tierras lejanas hasta Perú; las tostadas que te preparaba; el humor de mil demonios que siempre tenía, pero que ahora recuerdas con cariño (y al parecer has heredado); sus lentes, las chompas que siempre usaba, sus cabellos blancos, que alguna vez fueron teñidos a marrón; su constante dormitar, el odio que le tenía al perrito que tú querías tanto, y tantas otras cosas. Pero eso se opaca con los recuerdos del final, que son tristes y sin ningún tipo de alivio. Son de culpa, de pena, de rabia. Entonces recuerdas la llamada. Recuerdas que no encuentras explicación. Recuerdas que te bañaste y afeitaste casi como zombi, para que tu mamá no te viera tan mal. Recuerdas que tu hermana y sus amigos habían estado el día anterior con tu abuela, haciéndola sentir bien, y tú no fuiste nunca. Recuerdas que cuando llegas a la clínica, tu hermana ya estaba ahí, y estaba tramitando los papeles que había que sacar. Tú no hiciste nada. Recuerdas a tu mamá, tratando de tranquilizarte, pero el dolor que llevas por dentro recién está naciendo, y sabes que va a crecer y devorarte inevitablemente. Entonces tu mamá te cuenta que había llegado esa mañana, y al entrar al cuarto, la cama estaba vacía, tu abuela no estaba ahí. Te cuenta que fue a preguntar por ella, desesperada, y entonces se lo dijeron; había muerto. Pero no te cuenta cómo reaccionó. Te duele de solo imaginarlo, te hiere no haber estado ahí. Y entonces viene a tu mente una de las cosas que, por alguna razón, te atormenta y te duele más. Recuerdas todos los correteos de ese día, y en la tarde, antes de ir por el cuerpo de tu abuela, tu mamá te dice que quiere comprarle unas medias. Ya tiene el resto de la ropa con que va a ir en el ataúd, sólo faltan las medias. Cuando llegan a la tienda, tú ves que tu mamá toma varias medias, y se demora. Tú sabes que es tarde, y si no se apuran, no podrán sacar el cuerpo de tu abuela. Entonces le dices que se apure, que tome un par de medias rápido, pero ella te responde que no, te dice que tiene que ser un par de medias bonitas, de un color que le guste a su mami. Tú no dices nada, sólo quieres llorar. Y lloras cada vez que lo recuerdas, y lloras cuando lo escribes. Aun te duele. La imagen de tu mama, buscando un par de medias para su madre, con cariño, no se te borra.

Después de la inevitable muerte, viene el entierro, solemne, momento de unión familiar, y luego, el regreso a casa, con uno menos. Al pasar el tiempo, se dan las visitas al cementerio, los arreglos florales, los recuerdos entre familia.

Pero se han cumplido dos años, y tú no has ido al cementerio, no le has dejado ni una flor ni nada. Nunca has creído en esas cosas. Además, te da miedo, culpa, vergüenza, no quieres ir al cementerio porque piensas que los recuerdos van a destrozarte una vez que estés ahí. Por eso lo evitas. En cambio, cuando no están esos recuerdos, hablas con ella, con tu abuela; le pides perdón, le cuentas cosas y la tienes siempre presente. Esa es la forma con la que intentas aplacar un poco la culpa. Pero sabes que tarde o temprano, irás al cementerio. Tienes que ir. Le pondrás flores, le hablarás, le pedirás perdón una vez más. Quizás así, estando en ese lugar, el lugar en el que viste por última vez a esas personas que solías llamar familia pero ahora son nada, puedas enfrentar a esos demonios, a esa culpa que te ataca, una y otra vez, de una vez por todas. Y quizás así puedas, por fin, vivir en paz.

18 comentarios:

Patricia García-Rojo dijo...

Hago silencio. Reflexiono. Recuerdo la última vez que puse flores a mis abuelos, a la sompra de los gatos y los cipreses. Todavía no me acostumbré a la idea de la muerte...

Insisto... dijo...

Tu escrito es como un desahogo a la pena retenida.A la que los hombres,por alguna razón extraña no se exteriorizan como nosotras y no hay mejor manera que silenciarlo o escapar sentimientos mediante este papel de blog.
Tu abuela siente que lo hiciste perfecto y sabe que fue inspiración en ella.
Saludiñuuuussss!!!

Anónimo dijo...

si pues, reontradificil superar a la muerte, pero no es imposible eh!
te lo digo por experiencia.
gracias por pasar por mi ciudad
un besote

Rolando Escaró dijo...

siempre vi a la muerte como un paso inevitable,pero tanto guardo mucha distancia con los rituales que se siguen a su paso. ir al cementerio es uno de ellos. creo que las personas que amamos no se quedaron en esos lugares, continúan en nostros mismos

Dennisa Enmarañada dijo...

Un poco más de tristeza en tu, cada vez menos, olvidado blog.

Un besote

Sinfónica dijo...

Esto es una mezcla entre mi subnick en msn que era" Que perra es la vida aveces" y entre mi post en blog que es Karma, en definitiva, creo que somos un tanto jajaja, estupidos, si lo único que sabemos es que la vida no es para siempre, que moriremos algún día, porque no hacemos las cosas bien? porque no tratamos de tener una buena vida?????????

No se, nose, mmm.

L dijo...

La muerte es el gran absoluto. Y con ella se desbordan tantas cosas cuando le pasa a alguien cercano a nosotros. Desbordamos dolor, a veces ira, a veces confusion.

En verdad que la culpa a nuestros muertos es el gran martillo que clava la estaca a nuestro pequeño corazon fragil.

Somos de cristal...

Saludos.

-L.

http://diariomalnacido.blogspot.com
http://orgasmo-agridulce.blogspot.com

maria. dijo...

ooooh.
esto es demasiado.
me sono a profecia y a todos los arrepentimietnos que tendre que soportar por escaparme de mi abuela. -no es de las normales-
me crees?
pero en fin. la otra vez que la visite le dije que se venga a peru a vivir. pero ella insiste en quedarse aqui -sola-. y de ahi... dios sabe como me enterare si sigue viva o no.

-rayos-

Juan dijo...

una lapida sobre el gras , es eso todo lo que me queda ahora? No, creo que gay más...

Fabiana dijo...

Tremendo tu dolor, José..
No sabés como te entiendo..
Pero ese sufrimiento no te hace bién,creeme.
Solo hace que te derrumbes y sientas mas dolor del que ya de por sí estás sintiendo.

Hojalá y pudiera decirte algo que te reconforte, pero creo que toda palabra, en éstos momentos, puede sonar vacía..

Solo puedo agregar que no te lastimes tanto a vos mismo, que si no actuaste como hoy pensás que deberías haberlo hecho no significa que debas "repudiarte" o maltratarte.
Todos cometemos errores, José..
Yo hacemil años que novoy al cementeriopara "ver" a mi madre..
Pero no me hace falta, no por culpa o por dolor(que lo tengo y nunca se me va a ir, solo que va formando parte de mi y se va aquerenciando en mi corazón..), sino por que hago lo mismo que vos, hablo con mi viejita, le cuento de mi vida, de mis dolores, de mis alegrías..
La llevo en mi corazón, lo mismo que vos a tu Abu..

Te dejo un abrazo enorme y te agradezco por las palabras que tuviste para conmigo en mi blog!!

Soldadito Anónimo dijo...

Estando lejos de casa es cuando me doy cuenta como es q la vida de mi familia cambia o transforma. Es increible verlos avanzar, tropezar, crecer, intentar, luchar, reir, llorar, pensar...

todo esto lo vi bien este ultimo domingo.

El perro andaluz dijo...

Yo pienso a menudo en la muerte, pero espero que la gramputa no piense mucho en mí.

Basquiat dijo...

lo peor es que aunque no nos guste mucho, nosotros somos el tema preferido de la muerte.

Anónimo dijo...

La muerte...es un concepto demasiado pesado, no puedo asimilarlo todavía aún con 18 años más cerca a la misma...en realidad ni quiero aceptar que existe eso llamado muerte, prefiero pensar que es una invención teórica. Eso pensé el día que murió mi abuela, la única mujer que con una taza de chocolate calentaba mi corazón. Maldita sea esa muerte teórica que se la llevó.

Xochie dijo...

Encontre tu blog, y me hizo pensar cuando murio la mia... recuerdo que lo ultimo que me dijo fue: Hija..no Frunzas tanto el ceño.,no sé porque lo haces...bueno, es que también lo hago yo¨

LiterataRoja dijo...

estas palabras me llegan mucho. la muerte es en cierta forma la obsesiòn de los poetas...

besos

Fabiana dijo...

José, espero que estés mejor de ánimo!
En casa hay algo para vos.

Un beso!

ando... dijo...

La muerte es prepotente. Y uno nunca piensa haber hecho lo suficiente. En eso radica su prepotencia.

Saludos.