lunes, 22 de junio de 2009

Apariciones

La presencia de chica del paradero, que vi hoy, primero de espaldas, con un pantalón negro, elegante, apretado, extremadamente apretado, gloriosamente apretado. Fue imposible no notar, ni dejar de mirar, su parte trasera; redonda, compacta, firme, levantada, monumental. Luego su rostro. Mejillas claras, con rubor algo excesivo, pero que a ella le quedaba bien; aunque supongo que a ella todo le quedaría bien, y sería perfecto si no llevara nada. Bienaventurado el que tenga o haya tenido la dicha de verla en su natural y perfecta desnudez. Tenía facciones finas y llevaba un cerquillo gracioso, milenario, como Cleopatra; un cerquillo que era el marco perfecto para sus ojos y su mirada. Podía tener 18 como 22 años, pero tenía mirada de niña, graciosa, inocente. Permanecí contemplándola por unos minutos, con el deseo de decirle que me parecía preciosa, pero no lo hice. Luego subí al bus, y la perdí de vista. Su imagen se disolvió en la lejanía.


La chica que apareció en Barranco, por el Puente, con una voz celestial, que no era peruana, por el acento que tenía. Un acento colombiano o venezolano, o de algún lugar del Caribe; un acento que encandilaba, adormecía, lo ponía a uno sobre las nubes. Solo le oí un par de palabras, cuando me preguntó algo. Esas palabras bastaron para quedarme encantado, pero no fue todo. Tenía risa fácil, mirada alegre y mejillas redondeadas, como otras partes de su cuerpo. Era un cuerpo esculpido no solo por la naturaleza, sino también por los dioses. Y la chica no tenía reparos en mostrar esos atributos divinos, que desencadenaban deseos terrenales. Llevaba un escote que mostraba unos pechos lozanos, firmes, perfectos, que parecían querer salir de la opresión en que se encontraban, y mostrarse al mundo, y deslumbrarlo. Y así como apareció, y me arrulló con su voz, se fue, moviendo sus monumentales caderas, que continuaban y se cerraban en una cintura breve, frágil. Se fue caminando alegremente, dejando primero felices y luego desdichados a todos los que la contemplaban; porque en su caminar, en los pasos seguros que daba, dejaba atrás también la esperanza de cualquier simple mortal de posar algo más que la mirada sobre su perfecta figura.


La aparición de la chica que subió al bus en la mañana. En medio de toda la gente que subía y bajaba – personas típicas, simples mortales – apareció ella, de la nada. Fue su rostro lo que me llamo la atención. Un rostro pálido, singular, casi perfecto, que contrastaba, por la tonalidad, con sus labios, muy rojos, natural pero no terrenalmente rojos; labios que mostraban seriedad, enigma, misterio, como su mirada, que parecía no posarse en nada ni en nadie, una mirada altiva pero serena. Esa chica no merecía ni debía andar en buses, es más, parecía que podía flotar. Era delgada, vestía bien, elegante pero no en exceso. Por algún motivo tuve la impresión que iba a una entrevista de trabajo, y que seguro lo conseguiría. A una chica así no puede decírsele que no. Bajó en el mismo lugar que yo, pero mientras yo caminé hacia la derecha, esperando que ella siguiese la misma ruta, para poder contemplarla un momento más, ella cruzó la pista, casi sin posar sus pies sobre la tierra, serena, sin mirar a los autos, en su mundo. Y así desapareció, por entre las calles, como una aparición divina.

[Update] La chica que acaba de aparecerse, hace unos minutos, cuando yo ingresaba a la biblioteca. Vi sus ojos, nada más, por un instante mágico, ojos celestes, inmensos, profundos, ojos de gata, ojos divinos, mirada penetrante, pestañas risadas, ojos por los que cualquiera, dichoso, se perdería. Y luego el resto de su ser. Cejas y cabellos claros, delgada figura, parada relajada, labios pequeños. Nada importa tanto. Su mirada fue todo. Seguí mi camino, subiendo las escaleras, volteé para tratar de verla nuevamente, para tratar de perderme en su mirada y quedarme ahí, si fuera posible. Pero sólo la vi alejarse, perderse en la noche que ya ha comenzado, desaparecer en la nada, dejándome perdido, sin poder volver a perderme en su mirada.


Apariciones divinas, fugaces, casi instantáneas, que me dejan pensando en la posibilidad de seres no terrenales, seres celestiales, seres enviados a la tierra sólo por unos instantes, para dejarnos su huella y llevarnos al espacio de lo divino al menos por unos minutos o segundos, para después dejarnos, desolados, ante nuestra inminente condición de simples mortales.

lunes, 1 de junio de 2009

Recorrido

Es sábado por la mañana. Estoy en migraciones, para renovar mi pasaporte. Es una nueva oficina, a media cuadra de donde yo viví de niño y parte de la adolescencia. Me dicen que no hay atención. Salgo maldiciendo.

Decido ir caminando hasta mi actual casa, pero cuando llego a una esquina, recuerdo que a media cuadra está un parquecito, al que iba a jugar de niño. Dudo por un instante, pero finalmente decido ir. Han pasado más de diez años desde la última vez que estuve ahí.

Todo sigue igual, el parque, la gruta con la virgen, la pista áspera y maltratada, que nunca han mejorado, en la que alguna vez me caí y raspé manos y rodillas.

La sensación que me han traído los recuerdos de ese lugar, me impulsa a seguir.

Entonces camino, paso por calles que recordaba más o menos, y otras que había olvidado casi por completo.

Llego a un parque grande, al que sólo iba en mis días más aventureros de niño, en bicicleta, alejándome de casa. Recuerdo una tarde, iba con mi bicicleta a toda velocidad, por ese parque, cuando me di cuenta que iba a chocar contra una banca, pero por alguna razón no frené, o los frenos no funcionaron, el resultado fue un golpe seco, algo de dolor, sobre todo en mi zona frágil. Sonrío recordando eso. Pero el parque ya no es el mismo. Está descuidado, hay un cartel que promueve la desratización. Sigo caminando.

Llego a una zona que había olvidado totalmente, en la que hay casitas casi iguales y tiendas. Algunas siguen igual, otras han cambiado. Es increíble cómo ese lugar había desaparecido de mi mente, pero al estar ahí, los recuerdos regresan sin parar. Sigo mi camino.

Voy por una gran avenida. Sé a dónde me llevará. Al mercado. A ese lugar al que fui muchas veces de niño, junto con mi mamá. Pero ahora estoy caminando sólo, y en sentido opuesto. Estoy avanzando por la que era la ruta de regreso a casa.

Mientras avanzo, reconozco más lugares, el tallercito dónde reparaban radios y la lavandería, por ejemplo. También veo tiendas venidas a menos, al mismo tiempo que negocios que nunca había visto antes.

Llego al mercado. Ya no están los puestos y tiendas en las que vendían juguetes, donde mi mamá me compró mi primer G.I. JOE, o la tienda grande, diferente, donde mi papá me compró mi pelota Adidas FIFA Cuestra Gemini. Ahora esa tienda es un conjunto de stands, el vidrio que hacía las veces de mostrador ya no está.

Veo a mi izquierda, y están los pollos colgados, muertos, pelados. Al fondo está la señora de los pescados, por el otro pasaje, las verduras. No entro, voy por el que era mi lado preferido.

Por esa zona vendían casettes, más juguetes, trompos, ludos, de todo. Recuerdo que ahí vi un muñeco de Street Fighter, que me gustó mucho, y que una mañana, cuando no pude acompañar a mi mamá, por un ataque de bronquios que no me dejaba respirar, ella me lo compró y llevó a casa. Ahora hay gente ofreciendo llamadas, stands con venta de celulares o mp3, pero el lugar es el mismo, la estructura no ha cambiado.

Sigo caminando y veo tiendas que permanecen iguales a como las recordaba, como el bazar, la tienda de abarrotes y una de ropa, que siempre fue fea. Paso por el pasaje donde iba a comprar “figuras escogidas”, para mis álbumes del Mundial ’94, o Caballeros del Zodiaco, todo eso lo recuerdo ahí mismo, todo viene de repente. Sin embargo, ahora en ese lugar venden juegos de Play Station. Las cosas cambian.

Termino mi recorrido por el mercado, yendo a la zona donde un señor vendía emolientes. Tenía un puesto de color rojo, y siempre estiraba la linaza al momento de servir. Era algo que me gustaba ver. Al llegar al lugar, veo que el puesto ya no es rojo, ahora es blanco, y en lugar del señor, está una mujer. Estaba con ganas de tomar un emoliente, pero no lo hago, lo considero una traición, al señor del puesto rojo y a mis recuerdos.

Salgo del mercado por la ruta que era de llegada. La zona donde había puestitos de fruta y verdura es ahora otro mercado, de cemento y stands.

Es algo que he notado a lo largo de este camino. Los lugares y el tiempo han tenido relaciones distintas. Para algunos, ha sido una renovación total, un cambio que sustituye al pasado casi sin dejar huella. Otros lugares, han avanzado con el tiempo, modernizándose sin perder su esencia. También están, aunque pocos, los que siguen tal como recordaba, el tiempo no los ha afectado. Y por último, están los que han perecido, lugares que son muestra clara de derrota, de ser restos que se quedaron atrás, sin mayor esperanza.

Ahora paso por la iglesia, toda blanca. Recuerdo que siempre que pasaba por ahí, mi mamá me decía que me persignara. Y lo hacía. Ahora no lo hago, no creo en eso. Sin embargo tengo deseos de entrar, pero las puertas están cerradas, y me da risa ver en la parte superior del portón, el logo de una empresa de seguridad. La modernidad.

Entonces sigo, paso por un parque más, también destruido por el tiempo. Paso también por la “canchita” de futbol, lugar al que fui rara vez, porque no podía correr mucho, por los bronquios.

Llego a la cuadra donde vivía. Ahora todos son negocios. Y una oficina de migraciones.

El pequeño bazar de la señorita Norma ahora es una gran tienda, con un centro dental en el segundo piso.

El lugar donde alquilaban Super Nintendo, ahora es una cabina de Internet.

La casa de la niña con la que jugaba y con la que iba a buscar a un ratoncito blanco, ahora es un edificio enrejado. Eso también ha cambiado, antes todas las casas tenían jardines y puerta. Ahora hay rejas.

El lugar donde vivía Don Mariano, ahora es un restaurant. Don Mariano era un viejito vasco, buena gente. Un día murió, vino un sobrino y vendió el lugar.

Finalmente llego a mi antigua dirección, con el número 1154.

Mi casa ya no existe. En realidad sólo es el lugar donde estaba la casa. Ahora es una construcción dividida en tres partes, que mi papá alquila. En el primer piso, un restaurant y al costado un centro de fotografías, mientras que en el segundo, vive una familia.

Ya nada físico queda de lo que recuerdo. Me detengo un segundo frente al lugar. Nada. No hay nada de lo que había antes. La nostalgia está presente, pero ese recorrido ha sido vivificante. Ver todos los cambios me ha hecho pensar en mis cambios también.

Doy media vuelta y tomo un taxi, mientras pienso que quiero volver en cinco o diez años, para revivir los viejos momentos, y comprobar los cambios, beneficios y estragos que se han dado en los lugares y en mi, ante el inexorable paso del tiempo.



Sucedido: 30-05-09 (en el 2015 0 2020 volvemos).


(Sé que el "nivel" de este escrito es bastante bajo, pero quiero que quede registrado).