(Aclaración: hecho sucedido algún tiempo atrás)
No puedo creerlo. Es la frase que me repito constantemente después de lo sucedido, o mejor dicho de lo que casi sucede. Nunca me había pasado esto antes. Nunca. Simplemente no puedo creerlo.
Increíble. Insólito, inaudito, inconcebible, inexplicable. Llámenle como quieran, yo simplemente no puedo creerlo.
Todo empieza un sábado, de forma tranquila y algo aburrida (por mi culpa), y continúa un miércoles. Ese día Romina y yo vamos al cine, luego a tomar algo y después, camino a su casa, nos besamos, y mucho. Hasta ahí todo bien, hasta ahí todo normal.
Es domingo y estamos en la tercera salida. Vamos al centro de Lima, a una exposición, y luego vamos a tomar Pisco Sour al bar del Hotel Bolivar.
Romina y yo conversamos por un buen rato, filosofamos, discutimos, bromeamos. Poco a poco vamos acercándonos. Desde hace horas que quiero besarla nuevamente, pero no me atrevo, aunque el deseo de hacerlo es casi incontenible. Nos acercamos más, y la proximidad, y quizás también el alcohol (que me quita un poco lo cobarde), hacen que besarla me sea más fácil. Y lo hago.
Ella me corresponde de buena manera, y así nos quedamos por varios minutos, besándonos, y jugando con nuestras manos. Perfecto. Todo va bien, todo es normal, natural.
Salimos del bar y mientras estamos frente a la Plaza San Martín, nos besamos nuevamente. Caminos un metro y nos besamos de nuevo. Y así seguimos, besándonos y juntando nuestros cuerpos, juntándolos mucho.
Vamos al bar Queirolo, pero está cerrado. Entonces, además de besarnos, empezamos a tocarnos. De regreso a la Plaza seguimos con los toqueteos y los besos. Entonces ella me muestra lo que está usando bajo el pantalón. Es un hilo dental. Mis dedos juegan por ahí y la excitación aumenta. Todo indica que será una gran noche.
En la calle pasamos por un lugar con iluminación tenue y nos quedamos en un lugar en el que puedo sentarme. Romina junta su cuerpo al mío y empieza a mover la pelvis, a hacer presión sobre mi parte “más delicada”. De pronto, mientras hace unos movimientos más fuertes y marcados, me dice que a ella siempre le gusta ir arriba, y sin dejar de hacer esos movimientos, añade: “esta es la del caballito – de atrás hacia adelante –, y está es la del conejito – de arriba hacia abajo –“. Habla sobre posiciones sexuales.
Estoy totalmente excitado y pienso en sugerir ir a otro lugar más cómodo, pero Romina se me adelanta. Dice un par de cosas, palabras sueltas entra las que sobresalen “tirar”, “telo”, “¿quieres ir, no?”. Sin embargo lo dice de manera ambigua, no sé si me lo está sugiriendo o sólo me está diciendo lo que cree – acertadamente – que estoy pensando.
Después de unos minutos, nos dirigimos a la avenida Aviación, donde hay algunos lugares para tomar, y hoteles también. Hasta ahora, todo está siguiendo el curso natural de las cosas, todo va bien, todo es excitante, todo es prometedor.
Ya en el taxi, seguimos besándonos y yo llevo mi mano a su “zona celestial”. Intento abrirle el pantalón y ella me ayuda. Entonces voy por debajo de su ropa interior, toco y compruebo que Romina está tan excitada como yo. Y ya no me quedan dudas cuando ella corresponde a mis tocamientos.
Llegamos a Aviación y empezamos a caminar, sin dejar de tocarnos y besarnos. Entonces ella me dice que todo le parece muy rápido, y empieza a dudar. Pero después parece que todo se le olvida y me da muestras de clara excitación.
Entramos a uno de los tantos hostales que hay por la zona. El edificio no tiene ascensor y Romina se niega a subir por las escaleras. Así que nos vamos. Empiezo a impacientarme.
Después de caminar mucho encontramos un lugar “acogedor” y entramos. Pasamos por recepción y subimos a una habitación. Entonces todo se vuelve una mezcla de besos, movimientos y juego de manos, mientras caemos en la cama… pero aun seguimos vestidos.
Con la ayuda de Romina me saco toda la parte de abajo. Después, la beso en el cuello, y luego más abajo. Al llegar a sus pechos ella se quita la parte de arriba y puedo hacerlo plácidamente. Sigo bajando. Entonces ella se baja el pantalón y el “hilo” hasta la rodilla, pero no los baja más. Sigo bajando, recorriendo su cuerpo con mis labios, y paso unos segundos “ahí”, algo incomodo porque tiene las piernas juntas, debido al pantalón. Ahí empieza lo raro.
Subo nuevamente e intento entrar en ella, pero no puedo. Sus piernas no me lo permiten. Le digo que se quite el pantalón de una vez, pero no quiere, y entonces me dice que ella quiere ir con calma. Pienso que ir con calma no es mostrarme todo y tocarme todo también. Así que insisto de buena manera, pero ella duda. Se sube nuevamente el pantalón y minutos después lo vuelve a bajar. Increíble.
Así sucede varias veces, parece que por fin está lista, pero sucede algo y se arrepiente. Mis dedos recorren su entrepierna, no tengo dudas que sigue excitada, pero algo la limita. Yo le hago de todo con mis manos y con mi boca, pero no logro entrar en ella. No se deja. Es obvio que si quiere. Pero no se deja.
Me levanto y le digo que mejor nos vamos. Entonces ella me dice que todos los hombres somos iguales, que ella quiere ir con calma y que no la comprendo; que si lo hacemos esa noche, seguramente no la llamaría al día siguiente.
Yo no sé si reírme o molestarme. Según yo, ir despacio, ir con calma, no es hacer lo que estamos haciendo, no es tenerla casi desnuda debajo de mí ni haberle hecho lo que le hice.
Me quedo en silencio a su lado. De pronto ella lleva su mano a mis partes bajas y empieza a estimularme, y entonces me dice lo que esperaba oír: “ven, hagámoslo”. Empezamos nuevamente, pero cuando intento quitarle las botas, esas malditas botas que no pude sacarle en toda la noche, no me deja, se arrepiente otra vez, me dice que ella no quiere que todo sea tan fácil, porque lo fácil se acaba rápido, y ella quiere que nos sigamos viendo.
“No puedo creerlo”. Es lo que le digo. Ella me pide que la comprenda, y yo, torpe y condescendiente como siempre, le digo que no se preocupe, pero que simplemente no puedo creerlo.
Después de un buen rato de nuevos amagos en los que parecía ceder, decidimos irnos.
Camino a su casa me abraza y me dice que le tenga paciencia. Yo sigo con la duda de reírme o molestarme, no sé que siento en ese momento. Lo único que le digo es: no puedo creerlo… no puedo creerlo. Y nos besamos.
Después de dejarla en su casa, y rumbo a la mía, recibo un mensaje al celular. Es Romina. Me dice que la disculpe, que le tenga paciencia. Entonces le respondo. Le digo que no se preocupe, que todo está bien. Y concluyo el mensaje con la frase que me acompañará los próximos días: No puedo creerlo.