lunes, 24 de marzo de 2008

Extrañas primeras veces

Es de madrugada. Humberto, Germán, Daniel y yo estamos en mi casa. Estamos ebrios. Nos conocemos – realmente – de toda la vida. Somos grandes amigos. De un momento a otro, supongo que por la borrachera, pensamos en salir, pero no sabemos a dónde. De pronto, a alguien se le ocurre que ya es hora de que Daniel pierda la virginidad. Es el único virgen del grupo. Así que sin decirle nada lo llevamos a un prostíbulo que conoce Germán. En el camino, le contamos lo que vamos a hacer. Al principio dice que no, que el prefiere esperar a una chica que no cobre, pero luego le grita al taxista: “maestro voy tirar”. Todos nos reímos, Daniel está más borracho que todos, como usualmente ocurre. Llegamos al local. Entramos. Hay 4 o 5 chicas que se quedan mirándonos a la espera de que las escojamos. Daniel duda, parece que no quiere. Germán, gran conocedor de estos locales, lo anima, y se anima también. Escoge a una chica y pregunta por otra. Le dicen que está “atendiendo”. Germán le dice a Daniel que espere a que salga esa chica. Daniel no responde. Humberto y yo decimos que pasamos, que no queremos “atendernos”. A los pocos minutos que Germán entra con una de las chicas al cuarto, sale la destinada a Daniel. Germán asoma la cabeza por la puerta y ve a Daniel aun dudando, y le grita: “oye apúrate pues, mira que a mi me tocó la más vieja”. Humberto y yo nos morimos de la risa, y entonces las señoritas meretrices nos dicen que si no vamos a atendernos, por favor esperemos afuera. Salimos y dejamos a Daniel y Germán adentro. Después de algunos minutos, sale Daniel con una cara de borracho increíble, y nos dice: “sólo lo hicimos un ratito porque después ya no se me paró”. Entonces, Humberto y yo le damos nuestro apoyo brevemente, para después burlarnos por toda la eternidad.


Alberto y Cecilia son enamorados desde hace cinco meses. Se quieren. Han aprendido y descubierto muchas cosas juntos, menos una: el sexo. Pero el deseo ya está presente y se vuelve incontrolable. Una tarde, Alberto y Cecilia van a la casa de este, pues su hermano está en la universidad y sus padres trabajan hasta tarde. Entran al cuarto de Alberto y simplemente se dejan llevar. Se abrazan, se besan y las manos empiezan también a hacer su parte. Están nerviosos, pero ambos se dejan llevar por el momento. Alberto se sienta en la parte baja del camarote que comparte con su hermano y Cecilia hace lo mismo. Se miran por unos segundos y sonríen. Están nerviosos. Alberto toma la iniciativa y empieza a besar a Cecilia nuevamente. Esta vez se tocan más, y se echan en la cama. Se desvisten con torpeza, y lo hacen. Después se quedan desvestidos y abrazados, pero de pronto se oyen unos ruidos. Es el hermano de Alberto, Jaime. Alberto y Cecilia no saben que hacer, no tienen tiempo de vestirse, así que se esconden en el closet. Jaime entra junto a su enamorada. Se besan. Ella se pone de rodillas y le brinda placer. Luego se echan a la cama y hacen movimientos y piruetas insospechadas para Alberto y Cecilia, quienes consternados observan y aprenden.


Conozco a Marianella a través de unos amigos en el inglés. Parece que no le agrado y, probablemente por ello, ella tampoco me agrada. Salimos en grupo un par de veces. En una de esas oportunidades tomamos más de la cuenta. Marianella se emborracha y empieza a hablarme con total confianza y hasta con simpatía. Me da risa. La próxima vez que nos vemos, ya sobria, vuelve a la indiferencia. Unos amigos me cuentan que, según ella, no le caigo porque hablo poco y a ella le hablo menos, que parece que me aburre su presencia. En la próxima salida propongo ir a tomar. Todos dicen ya. Esta vez si hemos tomado más de lo debido. Cuando me doy cuenta Marianella y yo estamos conversando de lo lindo y riéndonos de no se qué. Cuando me levanto para ir al baño, ella me pregunta a dónde voy, cuando le respondo ella me dice que también quiere ir. Los baños están al fondo de una especie de pasillo. Cuando abro la puerta del baño, siento que alguien se acerca atrás mío, es Marianella. Me besa. Aprovecho la situación y toqueteo. Se deja. Sin soltarnos entramos al baño y nos metemos a un cubículo. La embriaguez me da valor y decido seguir hasta “el final”. Cuando recién empezamos a hacerlo (de pie), entra alguien. Es el encargado de limpieza. Pregunta si todo está bien, seguramente debido al ruido que hemos hecho. Yo le digo que si, y el hombre sale. Entonces, le digo a Marianella que tenemos que salir rápido, mientras me siento acongojado y aliviado a la vez. Acongojado porque no podré seguir disfrutando de esa primera y celestial experiencia. Y aliviado, porque gracias a la interrupción tengo una excusa para mi “primeriza rapidez”.

sábado, 15 de marzo de 2008

Lo que nunca sucedió


Es sábado por la noche y hemos salido con unos amigos a tomar algo. Después de un par de copas y de alguna sustancia ilícita, estamos – no sé muy bien cómo – en una discoteca.

Hay mucha gente y tenemos que permanecer de pie. Tomamos varias cervezas más y yo empiezo a sentir los estragos del alcohol. De pronto, mientras conversábamos de cualquier cosa, nos encontramos con una amiga, Carla.

Carla no está sola, viene con un grupo. Nos presenta, pero todos los nombres pasan desapercibidos para mí. Nos juntamos en un solo grupo.

Mientras seguimos bebiendo, empiezan a sonar un reguetón. Las chicas, como tontas, gritan. Una de ellas dice que quiere bailar, que se muere por bailar. Entonces Carla sugiere que baile conmigo. Lo hace porque sabe que odio bailar, no sé bailar y no quiero aprender a bailar. Todos apoyan su iniciativa. Mis amigos siempre hacen eso. En ese instante los odio, pero sonrío. El alcohol ha logrado uno de sus principales efectos en mi: me suelta, me relaja, así que después de tratar de zafarme con elegancia, y obviamente fallando, salgo a bailar – o a morir en el intento –. Mientras me alejo, Carla me dice “cuidado ah”, y sonríe.

Para suerte mía, sucede algo que siempre me ayuda cuando bailo: hay bastante gente. Eso significa que hay poco espacio para moverse. Mientras veo que los demás del grupo también salen a bailar, decido olvidar mi aversión al baile y pasarla bien.

La chica se llama Claudia. Se mueve realmente bien. Es agradable, tiene bonitos ojos, viste un jean extremadamente apretado y sigue al pie de la letra las libidinosas indicaciones del reguetón. Noto que está algo ebria. Me pego a ella, a ver qué pasa. No dice nada y sigue moviéndose divinamente.

Cuando termina la canción, nos damos cuenta que entre tanto movimiento nos hemos separado del grupo. Entonces yo, tontamente, sugiero ir a buscarlos, Claudia me dice que no, que sigamos bailando. Y así lo hacemos.

Después de dos canciones, en las que solo me he dejado llevar, y disfrutado de los movimientos de Claudia, vamos a comprar más cerveza. Cuando estamos en la barra, yo sugiero, supongo que debido a lo ebrio que ya estoy, tomar unos shots de tequila. Ella acepta.

Los minutos siguientes son una nebulosa. Solo recuerdo seguir bailando y conversando con Claudia, muy juntos, a momentos, demasiado juntos, riendo, jugueteando. Cuando me habla al oídos siento escalofríos; me gusta. Bailamos. Las manos, y otras partes, se juntan, se rozan. Entonces hay un beso, y otro. Pasan los minutos y nos encontramos afuera de la discoteca.

El aire fresco me despierta, me devuelve a la tierra. Claudia me sugiere ir a otro lugar, un lugar más tranquilo. Yo, una vez más, estúpido, le pregunto: ¿y los demás? Ella me dice que me olvide, que nos vayamos. Yo solo le digo que ya.

Mientras esperamos por un taxi, yo creo comprender lo que quiere, pero me da vergüenza estar equivocado. Así que le pregunto si sabe a donde vamos exactamente. Ella me dice que no, que puedo preguntarle al taxista por un lugar cercano.

Yo nunca hago ese tipo de cosas, así que sigo con las dudas, pero mi mente empieza a trabajar. Le digo que creo que sería mejor pasar por una farmacia primero. Ella me dice que si, como quiera… parece que se está cansando de mi estupidez. Entonces me dice “pero vamos ya”, y me dice un par de cosas más. Ahora si estoy 100% seguro.

Llegamos a un acogedor lugar (así suena más bonito que telo). Y lo hacemos.

Después conversamos un rato. Sus ojos brillan, se ven más bonitos, ella se ve bonita. Tiene una linda sonrisa. Su voz tiene algo de inocencia. Me gusta ese momento, siento una conexión. Pasan los minutos y nos quedamos dormidos.

Al rato y yo despierto. Tomo la coca cola que felizmente compré antes de llegar, y observo a Claudia. Se le ve dulce. Yo, como ya dije, no tengo ese tipo de encuentros furtivos usualmente, así que me emociono.

Claudia despierta. Tiene pechos pequeños pero firmes, tiene un ombligo graciosísimo, y unas caderas memorables. Mientras me habla, yo pienso en que quiero verla de nuevo, que me gusta.

De pronto se da cuenta de la hora y me dice que se tiene que ir, que su mamá la va a matar. Se viste presurosamente. Yo también me visto y pienso en la forma más adecuada de invitarla a salir, incluso de decirle que me parece linda y que me gusta, que quisiera conocerla más. Pero pienso demasiado, y no sé que decir.

Ya en el taxi, camino a su casa, no sé porqué me cuesta tanto invitarla a salir, sobretodo después de hacer lo que hicimos. Pero así soy yo, y mientras pienso, en un exceso de alucinación, en un futuro juntos, no digo nada.

En el camino conversamos, y surge la pregunta de la edad. Ella me dice que tiene 18, y yo le digo que tengo 21. Entonces Claudia dice algo que me conmueve y remueve en sobremanera: “ah, 21, la misma edad que mi enamorado”.

En ese instante me sorprendo, pero rápidamente sobrellevo todo, y le digo: “aah”. Mientras pienso que felizmente no le dije nada.

Ya cerca de su casa, pienso que si Claudia y yo hicimos lo que hicimos, ella no tendría problemas en encontrarnos de nuevo, pero entonces me dice que por favor no le cuente nada a nadie, que esto nunca pasó, que comprenda que si alguien se entera puede decírselo a su enamorado, y podría afectar su relación.

Esa última frase me causa gracia, quiero reírme pero me contengo, y le digo que no se preocupe, que jamás diré nada. Ella me agradece y se recuesta en mi hombro mientras pasa sus dedos por mi brazo. Yo solo le sonrío.

Llegando a su casa, y antes de bajar del taxi, me dice que ha sido un gusto, y que recuerde que eso nunca sucedió.

Mientras yo me dispongo a darle un besito en los labios, ella se apresura y me da uno en la mejilla, y después, junto a una gran sonrisa y un fuerte abrazo, me dice “chau, ya sabes, no digas nada”. Yo le respondo con otro “chau” y le digo que no se preocupe, que nunca pasó nada. Y cierro la puerta.

Por la ventana la veo hacerme un adiós desde la puerta ya abierta de su casa, y la encuentro nuevamente linda.

Levanto la mano y me despido mientras el taxi reanuda la marcha.

Rumbo a mi casa, mientras siento el viento en mi rostro, y presiento que voy a tener un fuerte dolor de cabeza debido al exceso de alcohol, pienso en Claudia, y las razones por las que quiere que esto “jamás haya sucedido”. Pienso también en sus ojos tan bonitos.

Pienso que quizás mi performance no fue la adecuada, no estuve a la altura (o medidas) de las circunstancias, o que de repente sólo fue un desliz de su parte, que ella quiere a su enamorado. O, finalmente, pienso que tal vez es una mezcla de todas estas razones.

En el fondo sé que no es eso. Sé, en realidad, que en cosas de amor y sexo nada es seguro, que lo que pasó hoy, puede darse de la misma manera pero terminar diferente mañana, y que al final uno nunca sabe para quien trabaja.

Pero con todo y ello, volvería a pasar unas horas con Claudia, solo para poder contemplar una vez más sus hermosos ojos cafés, y poder hacer nuevamente lo que hicimos. Y más. Aunque después tenga que olvidar todo, y tenga que decir que eso nunca sucedió, o simplemente, como tantas otras veces, tenga que callar y contentarme después, con sentarme a escribir y recordar.

jueves, 6 de marzo de 2008

Confieso que...


· Confieso que duermo con la televisión prendida porque tengo miedo.

· Confieso que soy fácilmente “erectable”.

· Confieso que la parte que más me gusta de una mujer es su “backside”.

· Confieso que a veces veo películas bobas y “románticas”, sobretodo las de Drew Barrymore y Julia Stiles (e incluso suspiro).

· Confieso que en la noche del temblor / terremoto de Agosto, mi papá, mi hermano y yo dormimos en el carro.

· Confieso que cuando veo sangre, me dan mareos.

· Confieso que pierdo la paciencia rápidamente y me pongo de mal humor.

· Confieso que alguna lágrima se me ha caído escribiendo algunas cosas.

· Confieso que no he sido un bue hijo.

· Confieso que aunque muchas veces me siento mal, trato de esconder todo al resto haciendo bromas estúpidas o hablando cosas sin sentido.

· Confieso que casi siempre quiero golpear a las personas que dicen “por algo pasan las cosas” o “Dios sabe porqué hace las cosas”.

· Confieso que he pensado en el suicidio.

· Confieso que siempre pienso en la muerte.

· Confieso que creo que voy a morir joven.

· Confieso que no creo en Dios. (Al menos no en un Dios que necesita del sufrimiento como prueba de fe).

· Confieso que me es muy difícil demostrar lo que siento.

· Confieso que me gusta la soledad.

· Confieso que no quisiera quedarme solo.

· Confieso que quiero irme de mi casa.

· Confieso que leyendo, escribiendo o durmiendo, me siento fuera de mi casa, del mundo y de la vida. Por eso leo, escribo y duermo mucho.

· Confieso que después de colgar cada post, pienso “ya fue, ya me aburrí de esto del blog”, pero después escribo algo, solo por escribir, y finalmente termino colgándolo.

· Confieso que alucino y fantaseo todo el día.

· Confieso que tengo muchas ganas de tener un “LSD Trip”.

· Confieso que tengo cierta simpatía por Fujimori (por razones muy validas).

· Confieso que mis pies huelen mal.

· Confieso que me orinaba en la cama hasta los 9 años (o quizás más).

· Confieso que cuando veo roedores, me subo a una silla (como una señorita).

· Confieso que veo películas porno.

· Confieso que en más de una oportunidad he aplicado (o al menos intentado aplicar) lo visto en películas porno, con diversos y no siempre satisfactorios resultados.

· Confieso que hasta hace unos años, en las noches, tomaba un piano pequeño (de juguete), conectaba unos audífonos y empezaba a tocar cualquier cosa y me movía como Fito Páez (aunque obviamente no tocaba como él).

· Confieso que, por alguna extraña razón, las chicas con pareja me atraen más, y las extranjeras también.

· Confieso que tengo alma de “brichero”.

· Confieso que cuando escucho las dos principales canciones de la U (mi equipo de fútbol), o cuando veo videos de goles y campeonatos pasados, me emociono y se me aguan los ojos. (Y dale U pe).

· Confieso que me es muy difícil decir “no” (sobretodo si se trata de una mujer con encantos).

· Confieso que no se bailar, pero en los últimos años he “mejorado” un poquitititito.

· Confieso que una señorita venida de EEUU, me enseñó los “placeres” del reguetón (o como se escriba).

· Confieso que hablo conmigo mismo, y esa voz me dice “tu”, y también, algunas veces, hay una tercera voz. Y muchas veces “discutimos”.

· Confieso que puedo pensar dos y a veces tres cosas al mismo tiempo. Y es muy extraño.

· Confieso que cuando escucho Twist and Shout y algunas otras canciones de Beatles, cuando nadie me ve, muevo la cabeza, sobretodo cuando dicen Wuuuuuuuuuuu.

· Confieso que he intentado algún paso de Mick Jagger, y de Elvis también.

· Confieso que si existiese una bomba-destruye-cumbia, yo la haría detonar. Estoy harto de las putas 4 o 5 canciones que tienen !!!

· Confieso que Tongo corazón

· Confieso que a veces intento levitar y mover objetos con la mente, pero nunca funciona.

. Confieso que si estoy solo en mi casa, y en El chavo del 8 o El chapulín colorado sale “la llorona”, algo de “los espíritus chocarreros”, o cualquiera de esos episodios de terror, cambio de canal porque me da miedo.

· Confieso que hace un tiempo viví unos meses con 8 chicas, y que después de un par de semanas, yo era una chica más.

· Confieso que me gusta la canción I will survive en todas sus versiones, sobretodo la de Cake (que es más rocker), pero cuando escucho la versión de Gloria Gaynor, me siento una loca. (La pondré al final).

· Confieso que una vez que terminé de escribir esto, surgieron otras dos ideas para postear. Pero una persona que acabo de “conocer” eligió este post.

· Confieso que escribir esto, como tantas otras veces, ha sido de cierta forma liberador.


Confiesa algo puesss.